A pesar de los pesares
Am¨¦rica Latina ya no es una amenaza. Por tanto, ha dejado de existir. Rara vez las f¨¢bricas universales de opini¨®n p¨²blica se dignan echarnos alguna ojeada. Y sin embargo Cuba, que tampoco amenaza a nadie, es todav¨ªa una obsesi¨®n universal.No le perdonan que siga estando, que maltrecha y todo siga siendo. Esa islita sometida a feroz estado de sitio, condenada al exterminio por hambre, se niega a dar el brazo a torcer. ?Por dignidad nacional? No, no, nos explican los entendidos: por vocaci¨®n suicida. Con la pala en alto, los enterradores esperan. Tanta demora los irrita. Al este de Europa han hecho un trabajo r¨¢pido y total, contratados por los propios cad¨¢veres, y ahora est¨¢n ansiosos por arrojar tierra sin flores sobre esta porfiada dictadura roja que se niega a aceptar su destino. Los enterradores ya tienen preparada la maldici¨®n f¨²nebre. No para decir que la revoluci¨®n cubana ha muerto de muerte matada: para decir que ha muerto porque morir quer¨ªa.
Entre los m¨¢s impacientes, entre los m¨¢s furiosos, est¨¢n los arrepentidos. Ayer han confundido al estalinismo con el socialismo y hoy tienen huellas que borrar, un pasado que expiar: las mentiras que dijeron, las verdades que callaron. En el nuevo orden mundial, los bur¨®cratas se hacen empresarios y los censores se vuelven campeones de la libertad de expresi¨®n.
Nunca he confundido a Cuba con el para¨ªso. ?Por qu¨¦ voy a confundirla, ahora, con el infierno?
Yo soy uno m¨¢s entre los que creemos que se puede quererla sin mentir ni callar.
El bloqueo de Hait¨ª, anunciado con bombos y platillos en nombre de la democracia herida, fue un fugaz espect¨¢culo. No dur¨® nada. Termin¨® mucho antes del regreso de Aristide. No pod¨ªa durar: en democracia o en dictadura, hay 50 empresas norteamericanas que sacan el jugo a esa mano de obra barat¨ªsima.
En cambio, el bloqueo contra Cuba se ha multiplicado con los a?os. ?Un asunto bilateral? As¨ª dicen; pero nadie ignora que el bloqueo norteamericano implica, hoy por hoy, el bloqueo universal. A Cuba se le niega el pan y la sal y todo lo dem¨¢s. Y tambi¨¦n implica, aun que lo ignoren muchos, la negaci¨®n del derecho a la autodeterminaci¨®n.
El cerco asfixiante tendido en torno a Cuba es una forma de intervenci¨®n, la m¨¢s feroz, la m¨¢s eficaz, en sus asuntos internos. Genera desesperaci¨®n, estimula la represi¨®n, desalienta la libertad. Bien lo saben los bloqueadores.
Ya no hay Uni¨®n Sovi¨¦tica. Ya no se puede cambiar, a precios justos az¨²car por petr¨®leo.
Cuba queda condenada al desamparo. El bloqueo multiplica el canibalismo de un mercado internacional que paga nada y cobra todo. Acorralada, Cuba apuesta al turismo. Y se corre el peligro de que resulte peor el remedio que la enfermedad.
Cotidiana contradicci¨®n: los turistas extranjeros disfrutan de una isla dentro de la isla, donde para ellos hay lo que para los cubanos falta. Se reabren viejas heridas de la memoria. Hay bronca popular, bronca justa, en esta patria que hab¨ªa sido colonia, y hab¨ªa sido putero, y hab¨ªa sido garito.
Penosa situaci¨®n, sin duda; que por ser cubana, se mira con lupa. Pero ?qui¨¦n puede tirar la primera piedra? ?No se consideran normales, en toda Am¨¦rica Latina, los privilegios del turismo extranjero? Y, peor, ?no se considera normal la sistem¨¢tica guerra contra los pobres, desde el mortal muro que separa a los que tienen hambre de los que tienen miedo?
?En Cuba hay privilegios? ?Privilegios del turismo y tambi¨¦n, en cierta medida, privilegios del poder? Sin duda. Pero el hecho es que no existe sociedad m¨¢s igualitaria en Am¨¦rica. Se reparte la pobreza: no hay leche, es verdad, pero la leche no falta a los ni?os ni a los viejos. La comida es poca, y no hay jabones, y el bloqueo no explica por arte de magia todas las escaseces; pero en plena crisis sigue habiendo escuelas y hospitales para todos, lo que no resulta f¨¢cil de imaginar en un continente donde tant¨ªsima gente no tiene otro maestro que la calle, ni m¨¢s m¨¦dico que la muerte.
La pobreza se reparte, digo, y se comparte: Cuba sigue siendo el pa¨ªs m¨¢s solidario del mundo. Recientemente, por poner un ejemplo, Cuba fue el ¨²nico pa¨ªs que abri¨® las puertas a los haitianos fugitivos del hambre y de la dictadura militar, que en cambio fueron expulsados de Estados Unidos.
Tiempo de derrumbamiento y perplejidad; tiempo de grandes dudas y certezas chiquitas.
Pero quiz¨¢ no sea tan chiquita esta certeza: cuando nacen desde adentro, cuando crecen desde abajo, los grandes procesos de cambio no terminan en su lado jodido.
Nicaragua, pongamos por caso, que viene de una d¨¦cada de asombrosa grandeza, ?podr¨¢ olvidar lo que aprendi¨® en materia de dignidad y justicia y democracia? ?Termina el sandinismo en algunos dirigentes que no han sabido estar a la altura de su propia gesta, y se han quedado con autos y casas y otros bienes p¨²blicos? Seguramente el sandinismo es bastante m¨¢s que esos sandinistas que hab¨ªan sido capaces de perder la vida en la guerra y en la paz no han sido capaces de perder las cosas.
La revoluci¨®n cubana vive una creciente tensi¨®n entre las energ¨ªas de cambio que ella contiene y sus petrificadas estructuras de poder.
Los j¨®venes, y no s¨®lo los j¨®venes, exigen m¨¢s democracia. No un modelo impuesto desde afuera, prefabricado por quienes desprestigian a la democracia us¨¢ndola como coartada de la injusticia social y la humillaci¨®n nacional. La expresi¨®n real, no formal, de la voluntad popular, quiere encontrar su propio camino. A la cubana. Desde adentro, desde abajo.
Pero la liberaci¨®n plena de esas energ¨ªas de cambio no parece posible mientras Cuba contin¨²e sometida a estado de sitio. El acoso exterior alimenta las peores tendencias del poder: las que interpretan toda contradicci¨®n como un posible acto de conspiraci¨®n, y no como la simple prueba de que est¨¢ viva la vida.
Se juzga a Cuba como si no estuviera padeciendo, desde hace m¨¢s de 30 a?os, una continua situaci¨®n de emergencia. Astuto enemigo, sin duda, que condena las consecuencias de sus propios actos.
Yo estoy contra la pena de muerte. En cualquier lugar. En Cuba, tambi¨¦n. Pero ?se pueden repudiar los fusilamientos en Cuba sin repudiar, a la vez, el cerco que niega a Cuba la libertad de elegir y la obliga a vivir en vilo?
S¨ª, se puede. Al fin y al cabo, a Cuba le dictan cursos de derechos humanos quienes silban y miran para otro lado cuando la pena de muerte se aplica en otros lugares de Am¨¦rica. Y no se aplica de vez en cuando, sino de manera sistem¨¢tica: achicharrando negros en las sillas el¨¦ctricas de Estados Unidos, masacrando indios en las sierras de Guatemala, acribillando ni?os en las calles de Brasil.
Y por lamentables que hayan sido los fusilamientos en Cuba, al fin y al cabo, ?deja por ellos de ser admirable la porfiada valent¨ªa de esta isla min¨²scula, condenada a la soledad, en un mundo donde el servilismo es alta virtud o prueba de talento? ?Un mundo. donde quien no se vende se alquila?
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