Hu¨¦rfanos de la certeza
Los recientes comicios de Francia y Catalu?a han ofrecido como principal resultado el imparable declive electoral del socialismo y un ascenso menor de lo temido del nacionalismo de Le Pen y Colom. Jacques Chirac, a pesar de ser un triunfador relativo, ha definido muy bien el horizonte resultante con una sola palabra: confusi¨®n. En efecto, la socialdemocracia parece haber entrado en una irreversible decadencia, sin que contemos a¨²n con ninguna alternativa m¨ªnimamente cre¨ªble. Por tanto (y al margen de los coincidentes episodios de corrupci¨®n, m¨¢s o menos anecd¨®ticos o escandalosos), el desconcierto pol¨ªtico aumenta, el vac¨ªo ideol¨®gico se ahonda y el descr¨¦dito de la democracia se generaliza. ?Qu¨¦ pensar de todo esto?La mejor explicaci¨®n de cuanto sucede es que el espectador est¨¢ desnudo (seg¨²n la conocida f¨¢bula popular). Llev¨¢bamos d¨¦cadas temiendo el poder del poder y, tras la pesadilla, de pronto despertamos sobresaltados descubriendo la impotencia del poder, es decir, el vac¨ªo de poder. Al igual que contra Franco se viv¨ªa mejor, tambi¨¦n bajo el terror nuclear de la guerra fr¨ªa nos sent¨ªamos mejor, pues al menos el escenario geopol¨ªtico aparec¨ªa establemente ordenado bajo alguna previsible certidumbre. Pero primero se derrumb¨® el poder sovi¨¦tico (hasta entonces aparentemente formidable): y lo hizo de un solo golpe, como si fuese un imaginario e idealista castillo de naipes. Y enseguida, al quedar sin enemigo al que oponerse, le ha seguido en la ca¨ªda el poder norteamericano, que se hunde en el declive econ¨®mica incapaz de explotar pol¨ªticamente su indiscutida supremac¨ªa militar. As¨ª, el escenario pol¨ªtico se halla hoy tan s¨®lo ocupado por la incertidumbre, que se ha adue?ado de todas las expectativas de futuro ante el actual vac¨ªo de poder.
Lo cual se refleja, por supuesto, en el consiguiente e inevitable vac¨ªo ideol¨®gico: ya no tenemos certezas pol¨ªticas en que creer y a las que querer defender. Lo que primero naufrag¨® fue el socialismo jacobino (primero, su versi¨®n fuerte o leninista, partidaria de la total estatalizaci¨®n de la sociedad civil; despu¨¦s, su versi¨®n d¨¦bil o socialdem¨®crata, partidaria de una estatalizaci¨®n s¨®lo parcial o limitada), que no era m¨¢s que una actualizaci¨®n del dieciochesco despotismo ilustrado. Pero tampoco nos queda la democracia liberal como certeza pol¨ªtica a la que agarrarnos como a tabla de salvaci¨®n, pues su naturaleza de principio exclusivamente formal (reglas de juego limpio en la toma negociada de decisiones colectivas), carente de todo contenido sustancial normativo, le impide poder actuar como ideolog¨ªa pol¨ªticamente movilizadora, capaz de suscitar adhesi¨®n y despertar entusiasmo c¨ªvico. La democracia s¨®lo es excitante y estimulante cuando act¨²a a la defensiva (contra Hitler, contra Stalin, contra Franco, contra Tejero, contra Sadam Husein): y la promesa churchiliana de sangre, sudor y l¨¢grimas es su mejor consagraci¨®n heroica. Pero una vez desmovilizada, sin antidemocr¨¢tico enemigo agresor al que oponerse y del que defenderse, la democracia liberal deja de ser un principio ideol¨®gicamente movilizador, capaz de inducir la participaci¨®n p¨²blica en la ciudadan¨ªa. Por eso los norteamericanos, una vez desaparecido su enemigo sovi¨¦tico tradicional, han quedado desnudos de toda sombra de legitimidad ideol¨®gica. Hoy es m¨¢s cierto que nunca que el emperador est¨¢ desnudo de toda p¨²rpura pol¨ªtica: ?qui¨¦n cubrir¨¢ su desnudez, y con qu¨¦ nueva p¨²rpura legitimadora?
Nuestra orfandad es as¨ª tanto pol¨ªtica como ideol¨®gica: carecemos de tablas de salvaci¨®n a las que agarrarnos para no hundirnos en este mar de incertidumbres y de dudas en el que nos debatimos hu¨¦rfanos de toda certeza. Y cabe hacerse la pregunta radical: ?se puede vivir sin alguna certidumbre pol¨ªtica o ideol¨®gica? Las respuestas a esta pregunta son plurales, variadas y confusas, pero cabe resumirlas (a costa de simplificarlas abusivamente, como resulta inevitable en la prensa) en cuatro errores y una apuesta.
El primero ser¨ªa el error porfiado: el de aquellos sectarios que, contra toda evidencia hist¨®rica, porf¨ªan en sostenella y no enmendalla. Aunque la certeza se haya revelado falsa (al ser refutada por la realidad pol¨ªtica), sigue pudiendo actuar al menos como certeza, psicol¨®gicamente consoladora en tanto que tabla de salvaci¨®n personal. Y as¨ª, enga?ados por esta falsa conciencia pol¨ªtica, pero orgullosos de permanecer fieles a sus principios inamovibles, algunos contin¨²an creyendo en los cad¨¢veres embalsamados de sus certezas m¨¢s queridas. El integrismo isl¨¢mico, protestante o papista, el comunismo recalcitrante de Fidel Castro o el nacionalismo irredento de catalanes o vascos ser¨ªan buenas muestras de este error porfiado (y, en el plano individual, V¨¢zquez Montalb¨¢n ser¨ªa quiz¨¢ una figura ejemplar).
Despu¨¦s vendr¨ªa el error metaf¨ªsico: el de aquellos que, al constatar el horror al vac¨ªo ideol¨®gico, tratan de rellenarlo con el retorno a alguna clase de trascendencia moral. Para ello advierten con Nietzsche que, tras la muerte de Dios (el dios pol¨ªtico de las certezas ideol¨®gicas), todo est¨¢ permitido, y, por consiguiente, los filisteos caen en el m¨¢s corrupto, ca¨®tico y desordenado de los nihilismos. Pero para superar la inevitable degradaci¨®n populista y comercial de la democracia, estos nuevos heideggerianos no encuentran mejor soluci¨®n, reactiva que la b¨²squeda personal de salvaci¨®n, basada en la trascendencia m¨ªstica y la nueva espiritualidad, a mitad de camino entre el emboscado de J¨¹nger y la new age californiana. Entre nosotros, Tr¨ªas, Argullol o Escohotado ser¨ªan, quiz¨¢, representantes de esta nostalgia por el paganismo desaparecido.
Luego vendr¨ªa el error c¨ªnico, cometido por todos aquellos posmodernos y partidarios del pensamiento d¨¦bil para quienes el vac¨ªo moral nada importa despu¨¦s de todo; por el contrario, casi les resultar¨ªa preferible, pues nada mejor que el ate¨ªsmo pol¨ªtico y el agnosticismo ideol¨®gico: dejemos de creer de una vez en los falsos ¨ªdolos, que no sirven m¨¢s que como enga?abobos. Sin embargo, se dir¨ªa que este error est¨¢ caducando: los ochenta han muerto, y el culto esnob a la moda, la salud, el cuerpo y la privacidad parece estar decayendo, pues cada vez se impone m¨¢s el retorno de lo p¨²blico. Esperemos, por tanto, que los noventa presencien el recambio de lo l¨²dico por lo l¨²cido.
En fin, el cuarto y ¨²ltimo ser¨ªa el error esc¨¦ptico: todo se ha consumado y nada tiene remedio, piensan los m¨¢s descre¨ªdos. S¨®lo queda, por tanto, abandonar toda esperanza y encogerse de hombros con impotencia, bajo el ¨²nico consuelo de negarse a cooperar con este mundo de oportunistas y corruptos carentes de escr¨²pulos (pues no hacerse c¨®mplice de tanto descr¨¦dito permite guardar para s¨ª la propia estima y la buena conciencia cuando menos); y Haro Tecglen ser¨ªa entre nosotros el mejor representante quiz¨¢ de esta postura, la m¨¢s est¨¦ticamente admirable, por cierto.
Ahora bien, frente a estos cuatro errores, queda una quinta opci¨®n: la de apostar por el futuro, por imperfecto que vaya a ser. Un futuro incierto, es decir, hu¨¦rfano de toda demag¨®gica certeza. Un futuro imperfecto, es decir, ajeno a toda utop¨ªa prof¨¦tica. Pero un futuro nuestro, tan s¨®lo debido a las consecuencias de nuestros propios actos. Por tanto, es responsabilidad nuestra (no delegable en el azar, los dioses o el destino) el construir uno u otro futuro. Con certezas o sin ellas: ?qu¨¦ haremos?
es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.