Yo me encargo
Las cosas, en la refinada y enrarecida atm¨®sfera de los grandes momentos en los que se toman las decisiones que cambian el rumbo por el que va el planeta, son mucho m¨¢s complicadas de lo que a primera vista parece. El futuro de la vida humana, el equilibrio nuclear o la salaz¨®n de un esp¨¢rrago que consigue o no la tercera estrella Michel¨ªn dependen a veces de un detalle tan nimio que es normal que los estadistas, fil¨®sofos o cocineros los sopesen hasta la n¨¢usea, mirando el pro o el contra o calcul¨¢ndoles la ventaja o desventaja fastidiosa e interminablemente.Y es que los riesgos ocultos de cualquier sugerencia nunca deben ser desde?ados, por sencilla que parezca la idea o por evidente que resulte la soluci¨®n. Lo evidente no es siempre lo m¨¢s f¨¢cil, por obvio que nos parezca.
Hace unos a?os, en un viaje oficial a Pek¨ªn, un ministro espa?ol de Asuntos Exteriores con el que tuve el divertimiento de trabajar, llevaba una misiva del rey Juan Carlos para los dirigentes chinos. Acababa de morir Sao-Sao, la panda del zool¨®gico de Madrid, y los ni?os de la capital estaban trist¨ªsimos. El avispado alcalde madrile?o hab¨ªa convencido al Rey, que es un buenazo, de que escribiera la carta. ?Podr¨ªan las autoridades de Pek¨ªn, de reconocida benevolencia hacia los ni?os, hacer algo? ?Como mandar un panda nuevo, por ejemplo?
Nos parec¨ªa, no sin raz¨®n, que la petici¨®n aquella era lo m¨¢s sencillo que llev¨¢bamos en la cartera, sobre todo considerando que las otras pretensiones eran la mejora de la balanza de intercambios comerciales, la democratizaci¨®n china, la limitaci¨®n de armamentos y alguna otra frusler¨ªa de similar naturaleza. Al fin y al cabo, los pandas retozan y viven en un bosque remoto de China y nada debe resultar m¨¢s sencillo que cazar a uno para llevarlo a Madrid.
La tarde antes de la reuni¨®n con los pol¨ªticos pequineses, se celebr¨® en la Embajada de Espa?a una sesi¨®n de trabajo para fijar puntos de vista y estrategias sobre la intervenci¨®n de cada cual. Llegado el apartado del panda, el ministro sac¨® la carta del Rey y dijo que la leer¨ªa y entregar¨ªa cruzando los dedos. Le interrumpi¨® el n¨²mero dos de la representaci¨®n:
"Perdona, ministro", dijo. "Si no te importa, yo me encargo de este asunto. ?C¨®mo quieres llevarte el panda? ?En tu vuelo de regreso o te lo mandamos dentro de unos d¨ªas?"
(Un miembro de la delegaci¨®n de Madrid, que es muy listo y que, si se me permite la chirigota, prefiere un panda en la mano que ciento volando, se apresur¨® a ofrecerse para llevar al simp¨¢tico oso en el regazo si fuere preciso, pero en el avi¨®n de vuelta. "Muy bien", contest¨® el n¨²mero dos, y todos dieron por clausurado el tema). -
El resto de la historia no ser¨ªa plenamente comprensible sin explicar que este n¨²mero dos es un tipo de lo m¨¢s pintoresco, un producto s¨®lo encontrable en los extremos m¨¢s curiosos de la profesi¨®n diplom¨¢tica, que tantos exc¨¦ntricos produce. Hab¨ªa pasado su vida dando tumbos de la ceca a la meca, sin perder jam¨¢s unas exquisitas formas y trabajando lo menos posible. Caracter¨ªsticas ambas que le hab¨ªan granjeado el apodo de Educaci¨®n y Descanso. El caso es que se conoce que tantos a?os de discreta holganza hab¨ªan acabado, si no trastornando su cerebro, s¨ª alterando su percepci¨®n de los detalles m¨¢s vulgares de la realidad.
Lo m¨¢s extraordinario es que nadie en la delegaci¨®n espa?ola tuvo la m¨¢s m¨ªnima duda de que el asunto quedar¨ªa zanjado favorablemente. Finos observadores todos de la realidad. Creo recordar que solamente el ministro, siempre esc¨¦ptico sobre las virtudes del cuerpo diplom¨¢tico al que pertenec¨ªa, se inclin¨® hacia uno de sus colaboradores para comentarle que "oye, ?este Educaci¨®n y Descanso? Me parece que ha encajado estupendamente en Pek¨ªn, ?no? Para tener esas agarraderas y conseguimos el panda, ?eh?"
Era comprensible su sorpresa, aun cuando grata, si se considera que el bueno de Educaci¨®n y Descanso se hab¨ªa resistido a ir a Pek¨ªn como gato panza arriba. Nueve meses antes le hab¨ªan destinado a la capital china desde el consulado de N¨¢poles (una sinecura como pocas, al pie del Vesubio y a un tiro de piedra de Capri). Tanta fue su resistencia, que desapareci¨® de la circulaci¨®n hasta que, medio a?o m¨¢s tarde, el embajador en Pek¨ªn mand¨® al ministerio un telegrama preguntando por su paradero. Baste decir que, tras una intensa b¨²squeda, Educaci¨®n y Descanso fue localizado, agazapado y sin contestar a las numerosas llamadas de tel¨¦fono, en una casita de vacaciones que tiene en la costa alicantina. Hubo que mandarle a la Guardia Civil para recordarle que deb¨ªa emprender viaje a Extremo Oriente y que los reglamentos prev¨¦n que los plazos de incorporaci¨®n son de 30 d¨ªas y no de medio a?o. El caso es que de esa reticencia a zambullirse en la cultura china a su tranquilo convencimiento de que sus contactos allanar¨ªan los complejos problemas diplom¨¢ticos planteados por el panda hab¨ªan mediado apenas dos meses. Y eso, sin hablar una sola palabra de chino.
La ma?ana siguiente resolvi¨® pocas de las cuestiones que llevaba la delegaci¨®n oficial espa?ola. Aparte de unos piropos propinados por el ancian¨ªsimo primer ministro chino al ministro espa?ol (de quien alab¨® la sensatez para la extremada juventud de sus sesenta a?os), no se acabaron de resolver las peticiones sobre la democratizaci¨®n china, los derechos humanos, la balanza de pagos o el control nuclear.
Por eso, llegado el momento final de la reuni¨®n de trabajo, el ministro espa?ol sac¨® con solemnidad y seguridad la carta del Rey y procedi¨® a su lectura: los ni?os espa?oles estaban inconsolables con la muerte de Sao-Sao, el zool¨®gico madrile?o se hab¨ªa quedado hu¨¦rfano, y su viudo, viudo. Espa?a entera lloraba. No ¨ªbamos a tener m¨¢s beb¨¦s panda. ?Podr¨ªan darnos uno de repuesto? (Todo esto, dicho con el convencimiento de que el tema era de puro tr¨¢mite, puesto que Educaci¨®n y Descanso ya lo ten¨ªa resuelto por su lado).
El ministro chino y su numerosa delegaci¨®n escucharon con respetuoso y recogido silencio la misiva del Monarca. Cuando concluy¨® la lectura, bajaron la cabeza gravemente.
"Se?or ministro", dijo finalmente el l¨ªder chino, "hemos o¨ªdo la petici¨®n del rey Juan Carlos con la amistad y atenci¨®n que merece. Nos preocupa sobremanera la tristeza de los ni?os de Madrid y creemos que debe ser atendida. Tambi¨¦n nos preocupa la tristeza de los ni?os de M¨¦xico, de Los ?ngeles, de Tur¨ªn y de Par¨ªs, que son quienes se han anticipado a su petici¨®n. El momento para el panda es grave. En efecto, una vez cada seis a?os se produce en las monta?as la floraci¨®n de la ca?a de bamb¨², que, como usted sabe, es el ¨²nico alimento que este plant¨ªgrado consume. Durante la floraci¨®n, el panda no puede comer, porque morir¨ªa de indigesti¨®n. Y la floraci¨®n est¨¢ siendo precisamente ahora. No podemos negarnos al ruego de nuestros amigos espa?oles, pero no tenemos ning¨²n panda disponible, y nos tememos que lo ¨²nico que est¨¢ en nuestra mano es ponerles a la cola de las peticiones. De ser otro el peticionario, ni siquiera le tomar¨ªamos en consideraci¨®n. Con esto queremos demostrar la gran amistad que sentimos por nuestros amigos espa?oles".
Se hizo nuevamente el silencio, que por parte espa?ola era de franca consternaci¨®n. Se habr¨ªa podido o¨ªr el vuelo de una mosca en el enorme sal¨®n del Palacio del Pueblo. Y, transcurridos unos instantes, Educaci¨®n y Descanso se inclin¨® hacia uno de los colaboradores del ministro espa?ol y, en un tono lo suficientemente discreto como para que se le oyera en Shangai, exclam¨®: "Co?o, no sab¨ªa yo que fuera a ser tan dif¨ªcil. Si lo s¨¦, no me encargo".
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