Realismo, pero mágico
Convendrá el lector que, una vez vista esta segunda entrega de los Cuentos de las cuatro estaciones, las líneas que dan cuenta de su estreno podrían titularse "?Qué grande es ser joven!". Porque más allá de que Cuento de invierno parezca la misma película que Rohmer viene haciendo desde 1959, lo que más llama la atención de cada uno de sus irónicos e inteligentes ejercicios de maestría es la inmensa juventud, la espontaneidad que transmiten; su envidiable capacidad para documentar la vida de hoy mismo. Como si fuese beneficiario de un pacto fáustico, Rohmer no parece agregar a?os a su cuenta, sino restarlos: con 72 a sus espaldas, el cineasta hace viejos a sus jóvenes discípulos, reales o pretendidos, con el reciente finado Jacques Davila a la cabeza.Cuento de invierno parece uno más de los filmes de Rohmer. No es parangonable con los mejores -con Ma nuit chez Maud, que sigue siendo su obra maestra; pero tampoco con otros más recientes, como La mujer del aviador- pero aun cuando está hecho de la misma forma, es decir, con actores desconocidos, rodaje con pocos medios y matemática precisión en encuadres y diálogos, aporta sorpresas. Y esto, en un cineasta como él, es desconcertante.
Cuento de invierno
Dirección y guión: Eric Rohmer.Fotografía: Luc Pages. Música: Sebastien rrins. Francia, 1991. Intérpretes: Charlotte Very, Michele Voletti, Herbé Furic. Estreno en Madrid: Alpliaville (en V. O.).
A diferencia de sus últimas creaciones, este cuento se ordena a partir de tres segmentos que se rodaron con meses de diferencia y con distintos equipos técnicos. Algo tan infrecuente en su cine como el prólogo que abre, con luminosa fotografía, la acción del filme, que narra, las vicisitudes de la peluquera Félicie en pos de su amor perdido. Y este segundo segmento se intersecciona nada menos que con una representación teatral: el autor de Perceval le Galois se permite mostrarnos el montaje de Shakespeare que inspiró esta serie de películas.
Cine y teatro
Pero ni la luminosidad del comienzo, ni la representación teatral, están ahí porque sí. Al contrario, Rohmer se sirve de ellas para subrayar lo que en el ánimo de su atribulada protagonista significa el amor verdadero, la verdadera vida. Y que la inclusión de un texto narrativo de diferente factura no está ahí sólo por su carácter de predestinación, sino para reafirmar el grado de parentesco entre formas de representación tan distintas como cine y teatro. Y de paso, para recordarnos que cuando un creador conoce su oficio, toda simbiosis es posible.Pero Cuento de invierno reserva además una sorpresa: la resolución de la trama en clave realista, pero con trasfondo fantástico, casi de cuento de hadas. El filme no se aparta de lo que es habitual en el cine de Rohmer: personajes nada excepcionales, incluso abrumadoramente corrientes que hablan sobre la vida y la viven, retratados por una cámara más atenta a los rasgos concretos de la cotidianidad. Como siempre, sus rutinarios problemas y el aparente distanciamiento con que son mostrados son todo el bagaje del filme. Y ese distanciamiento es aquí aún superior, aunque sólo sea porque Rohmer, en su constante proceso de depuración de lo superfluo, parece dejar muchos más desnudos que nunca a sus personajes: desnudos de coartadas, de discursos profundos, de códigos de conducta.
A la postre, Cuento de invierno es un filme cautivador, leve como un suspiro y a la vez contundente como un expediente judicial. Es también un salto adelante y una exploración más allá de los límites estrictos del realismo, en el cual el cineasta se suele mover como el pez en el agua. Habrá que estar atentos a las dos estaciones que faltan para redondear la serie y ver si, como parece, Eric Rohmer está interesado en profundizar en el cambio de registro que esta película anuncia. Será, a no dudarlo, una fascinante apuesta.
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