Y en esto que lleg¨® la Expo
Miles de turistas deambularon por Sevilla ante la imposibilidad de acceder al recinto
El orden de la Expo se hizo desorden en la ciudad, y los condenados del asfalto, entre los que se encontraban miles de extranjeros, lucharon por su salvaci¨®n durante todo el d¨ªa entre las llamaradas de calor que desprend¨ªan veh¨ªculos y asfalto.Turistas despistados -un joven italiano de G¨¦nova juraba a sus dos amigos que la Expo no estaba en La Cartuja, sino en la plaza de Cuba- intentaron sin ¨¦xito desde las primeras luces acceder al recinto, exclusivo en su estreno para los due?os dichosos de pases de temporada. Y en eso que descubrieron la ciudad.
Desde los nuevos puentes -suave el de La Barqueta, sobrio el de La Cartuja-, exploradores en pantalones cortos y colores llamativos fueron conquistando-invadiendo una ciudad situada a la otra orilla de la Exposici¨®n Universal.
Ninguna autoridad municipal hab¨ªa previsto la gran invasi¨®n, y tan s¨®lo el repicar de las campanas -que en Sevilla son muchas y suenan fuerte- advirti¨® a los: visitantes de la buena nueva.
Ni un folleto explicativo. Ni un cartel de orientaci¨®n. Ni uno solo de los j¨®venes que, seg¨²n el gobierno de Alejandro Rojas Marcos, iban a atender a los visitantes acudi¨® a su cita con el inicio de la Expo.
S¨®lo las vendedoras gitanas de flores hab¨ªan previsto la avalancha, y en un rinc¨®n del patio de Banderas hab¨ªan instalado muy de ma?ana un improvisado almac¨¦n de nardos, de rosas. rojas, de claveles blancos.
La confusi¨®n fue mayor cuando los turistas se enteraron -estupefactos unos, indignados otros- de que las puertas de la catedral estar¨¢n cerradas hasta el d¨ªa 15 de mayo y de que los Reales Alc¨¢zares, residencia habitual de los Reyes en Sevilla, no se podr¨¢n visitar, por razones de seguridad, en tanto que permanezcan en la ciudad.
S¨®lo el frescor antiguo de las calles estrechas y blancas del barrio de Santa Cruz, en un d¨ªa que los term¨®metros callejeros alcanzaron los 30 grados, y la influencia sobre el ¨¢nimo del fino y de la manzanilla -pagados, eso s¨ª, estos d¨ªas a precio de buen cava- consiguieron aliviar el desenga?o de muchos turistas, contrariados ante la imposibilidad de acceder al recinto de la isla de La Cartuja hasta el d¨ªa de hoy. Michel, un joven parisiense que hab¨ªa viajado a Sevilla en compa?¨ªa de su novia, ironizaba mientras esperaba su turno en una larga cola en la que bien pod¨ªan estar representados todos los pa¨ªses participantes en la Expo: "Pues no est¨¢ mal este pabell¨®n, y eso que parece que lleva ocho siglos construido". Michel estaba debajo de la Giralda.
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