El torso de Camar¨®n
El torso desnudo de Camar¨®n de la Isla fue la mejor imagen de la noche inaugural de la Expo de Sevilla. Apareci¨® a las 21.51 del lunes en la primera cadena, la pudieron ver los 130.000 visitantes nocturnos de la Exposici¨®n Universal en las pantallas gigantes de la isla de La Cartuja y se habr¨¢ visto con igual nitidez en las pantallas de 60 televisiones de todo el mundo.Fue en el programa Sevilla, Sevilla, y en sus minutos finales el m¨ªtico flamenco apareci¨® con su estatura cristiana mezclado con las im¨¢genes m¨¢s tremendas de Picasso y de Goya. Fue lo m¨¢s esencial de la fiesta: como si aquella reclamaci¨®n del Rey -que la Expo muestre lo m¨¢s representativo de Espa?a- se concentrara en esos 19 segundos de Camar¨®n en la pantalla.
Fue lo m¨¢s esencial de la fiesta. De resto, a la imagen exterior de la noche inaugural de la Expo s¨®lo le faltaban confetis para constituirse en una nueva Feria de Abril gigante, tecnol¨®gica y tremenda. Vista desde la torre de Retevisi¨®n, enfrente del pabell¨®n de Espa?a, en el ecuador de la muestra, el desplazamiento perpetuo de gentes y de embarcaciones -trenecitos, telesillas, barcos, lanchas-, la Expo era un hervidero que recordaba por igual los cuadros asustados del pintor Genov¨¦s o aquella canci¨®n de los Beatles que se preguntaba hacia d¨®nde camina la gente solitaria.
"Pues a divertirse. ?Ad¨®nde van a ir?", respond¨ªa un responsable de Expo en la euforia de la medianoche. All¨ª, al lado, en un teatro nuevo actuaban juntas Montserrat Caball¨¦ y Ana Bel¨¦n y en un cine ultramoderno se ve¨ªa el antiguo Quijote de Welles. En la misma terraza Martika, la cantante descalza, celebraba la inauguraci¨®n como suya: "Es de todos".
De quien era de veras era de Jacinto Pell¨®n, el ingeniero de la Expo. Se la ense?aba como un juguete al presidente andaluz, Manuel Chaves: "?Mira, mira, rnira!", exclamaba, como si acabara de descubrir el dise?o final de la Exposici¨®n Universal en la que trabaja desde hace cinco a?os. Chaves obedec¨ªa y miraba apurando un refresco de lim¨®n. Pell¨®n hab¨ªa pedido tinto, pero en esa noche de locura que viv¨ªa, el camarero lo quiso sobrio y tambi¨¦n le dio lim¨®n.
Lo que Pell¨®n le ensefiaba a Chaves era lo que ¨¦l llam¨® la joya de la Expo: esa l¨ªnea del horizonte que tiene su epicentro en el cubo del pabell¨®n de Espa?a y cuyo contraste con el agua da un poco de paz a esta histeria abigarrada que constituye la aventura arquitect¨®nica de la ¨²ltima exposici¨®n del siglo.
Atr¨¢s quedaba ya el espect¨¢culo del lago, que no satisfizo en la Expo, porque carec¨ªa del ritmo que tuvo el programa de televisi¨®n, y las actuaciones de salsa en la que el paname?o Rub¨¦n Blades ped¨ªa a todo el mundo que viniera a la Expo, "la vamos a gozar". Por encima de la presencia del agua y de esos ritmos con que se inaugur¨® la Expo, esta nueva ciudad capaz para un mill¨®n de habitantes ya empezaba a sufrir los embates del presente: los escasos autobuses iban atestados y la frecuencia de las palomitas de ma¨ªz se compatibilizaba con el olor peri¨®dico a salsa de tomate.
En ese clima inaugural de una ciudad ultramoderna, a lo largo de una ceremonia que dur¨® hasta las dos de la madrugada, esta parte de atr¨¢s de Sevilla parec¨ªa la prolongaci¨®n de una nueva Semana Santa tecnol¨®gica, cuyo car¨¢cter imponente fue resaltado por la voz de Camar¨®n. De resto, la Expo est¨¢ servida y es lo que nos hab¨ªan explicado: una cosa tremenda.
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