La ni?a deI pelo tieso
Mafalda vuelve a enfrentar a n¨ª?os y pap¨¢s en el recinto de su exposici¨®n en Madrid
Clara tiene cuatro a?os, pero conoce a Mafalda. "Cuando era peque?a, la vi en la tele ", recuerda. Tambi¨¦n Javier, de 10, o Ignacio, de ocho, saben qui¨¦n es este personaje de pelo de alambre, que a estas alturas debe de tener casi la edad de sus madres. Sus progenitores, que, se empaparon en las vi?etas de la diminuta contestataria, les han llevado a la exposici¨®n abierta en Madrid. Ellos querr¨ªan visitar con detenimiento la sala de la ¨¦poca del personaje, por ejemplo, pero a los ni?os los paneles con fotos y texto no les interesan. "?Vamos a ver los mu?ecos, venga!". Con cara de resignaci¨®n, igualita que la que sol¨ªa poner el pap¨¢ de Mafalda, son arrastrados por sus peque?as fieras.
A Clara la carpa blanca que acoge la exposici¨®n, en la calle de San Francisco de Sales, le recuerda "a la Expo". Su alegr¨ªa inicial -se borra de golpe al entrar en la primera sala. Varios paneles recuerdan los or¨ªgenes de Mafalda (la ni?a que hac¨ªa unas preguntas que los padres no sab¨ªan contestar), o las influencias sobre su autor, Quino. "S¨®lo es una exposici¨®n", se lamenta. "No hay mu?ecos".Su expresi¨®n cambia cuando ve unos cubos de madera donde est¨¢n dibujados Mafalda y Sus amigos. "?Uy! ?Qui¨¦n es ese tan feo?". El pobre Felipe, destinatario del adjetivo, sonr¨ªe con sus dientes fuera. Los ni?os empiezan a conocer a los personajes. "?Mira, mam¨¢, ¨¦se tiene el pelo tieso!", espeta un chaval cuyo flequillo no deja de mostrar cierto parecido con el de Manolito. Y a Guille le cambian de sexo. "?Y ¨¦sa?". Los pap¨¢s les explican.
Un audiovisual describe la ¨¦poca de Mafalda: la ONU, la guerra fr¨ªa, la primavera de Praga y la minifalda. Los mayores se detienen, pero los ni?os saben que est¨¢n en la antesala del para¨ªso y tiran de la manga de sus progenitores, que se quedan con las ganas.
Susanita habla con Fefipe
En el siguiente pasillo, los personajes planos en blanco y negro cobran vida: la escuela, donde Susanita se vuelve para hablar con Felipe y Mafalda se afana en escribir; la casa, donde pap¨¢ lee, mam¨¢ cocina y Guille decora las paredes; el parque, donde Miguelito descansa bajo un ¨¢rbol, o el almac¨¦n Don Manolo, donde los fiambres tienen mejor aspecto que en las vi?etas. Los cr¨ªos se asoman con los ojos muy abiertos a esos escaparates de enormes mu?ecos falleros.
Para Claudio y Cristina, un matrimonio argentino que reside desde hace siete a?os en Benidorm, el paseo por el recinto ha sido una incursi¨®n en la historia de su pa¨ªs. "Nos ha recordado cuando ¨¦ramos peques: cosas y personajes de la ¨¦poca".
El problema es que para disfrutarlo con tranquilidad han tenido que turnarse: Mariana, de cuatro a?os, y Pablo, de uno, no estaban por la labor de compartir nostalgias. ? Ahora corretean por la sala de juegos e intentan manejar un rompecabezas m¨¢s grande que ellos. "Ac¨¢ lo pueden tocar todo, est¨¢n en su mundo", comentan.
De Argentina acaba de llegar Mar. "Hemos vivido all¨ª ocho a?os. A mis hijos, Mar y Diego, les ha hecho mucha ilusi¨®n la exposici¨®n, porque se acuerdan de cosas de all¨¢".
No todo son a?oranzas. Generaciones m¨¢s j¨®venes, desvinculadas de las utop¨ªas de los sesenta, se sumergen en la exposici¨®n como en un museo de arqueolog¨ªa. Eduardo, de 21 a?os estudiante de Derecho, y ?ngel, de 22, futuro economista, conocieron a Quino por sus hermanos mayores: "A nosotros nos pilla un poco lejano".
La sala de juegos es un peque?o manicomio. Hay espejos c¨®ncavos y convexos y rompecabezas gigantes. La voz de la cantante Rosa Le¨®n acompa?a las evoluciones de los ni?os. "?Quieres dejarme un mensaje?", invita Mafalda desde una pared. Dicho y hecho. Adolfo, Leyre, Pili o Braulio han logrado que sus nombres resalten en medio de una mara?a infinita de garabatos. Algunos reproducen mafaldas cubistas, con ojos como cucharones. .
Los padres (treinta?eros y cuarentones) miran complacidos, mientras sufren tal vez una crisis de identidad. No hace mucho, Mafalda encarnaba sus inquietudes. Ahora deben de sentirse m¨¢s pr¨®ximos al pap¨¢ del viejo Citro¨¦n.
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