Genscher, un hombre de acci¨®n
El ministro de Exteriores alem¨¢n se retira tras 18 a?os al frente de la diplomacia de su pa¨ªs
Al final han prevalecido los h¨¢bitos tradicionales de todo buen alem¨¢n que trabaja en la Administraci¨®n. Hans-Dietrich Genscher se retira de su cargo de ministro de Exteriores exactamente a los 65 a?os, la edad en que los alemanes acceden a la categor¨ªa de jubilados. El propio canciller Helmut Kohl, que estaba en el secreto desde el pasado mes de enero, as¨ª lo justificaba ayer: "Creo que alguien que ha sido ministro durante 23 a?os y acaba de celebrar su 65 aniversario tiene derecho a decir que es el momento de parar. No est¨¢ pidiendo la jubilaci¨®n anticipada, ha hecho un trabajo duro".Pero nada parec¨ªa indicarlo cuando el mes pasado celebr¨® con gran pompa su cumplea?os y el presidente de su partido, el conde Otto Lambsdorf, alz¨® la copa para brindar por "una instituci¨®n". Su legendaria mala salud, que le ha llevado innumerables veces a la mesa de operaciones para que le remendaran el coraz¨®n o le repararan las v¨ªas urinarias, no parece haber sido la causa de su sorprendente renuncia. Tampoco el cansancio de vivir perennemente en la cabina de un avi¨®n dando vueltas al mundo, actividad que propici¨® la chanza del antiguo ministro de Exteriores sovi¨¦tico Edvard Sheverdnadze, quien asegur¨® que cuando dos aviones se cruzan sobre el Atl¨¢ntico, Genscher va en los dos.
No es dif¨ªcil imaginar la sensaci¨®n de pasmo y angustia que desde ayer por la ma?ana debe rondar el edificio de la Adenauerallee de Bonn, sede de la diplomacia alemana que, tras 18 a?os bajo su f¨¦rula, m¨¢s parec¨ªa una extensi¨®n f¨ªsica del propio Genscher que una instituci¨®n del Estado alem¨¢n. Tampoco deben estar muy tranquilas las aguas en el Partido Liberal (FDP), donde al margen de estar libr¨¢ndose la batalla por su sucesi¨®n, se plantea ahora con toda crudeza la propia subsistencia del partido bisagra por excelencia, cuya viabilidad parec¨ªa depender exclusivamente de Genscher.
Hay que admitir, sin embargo, que la ¨²ltima pirueta de este hombre, nacido en 1927 en Halle, en la antigua Alemania comunista -pero que entonces todav¨ªa estaba unificada- es digna de su legendario olfato pol¨ªtico. Abandona un Gobierno que hace aguas, reconociendo impl¨ªcitamente que su tiempo hist¨®rico ya ha pasado. Otro de los chistes que se hac¨ªa a su costa -el que asegura que la Constituci¨®n alemana dice en su primer art¨ªculo: "El ministro de Asuntos Exteriores ser¨¢ Hans-Dietrich Genscher"- se vuelve paradoja ya que, justamente ahora, se est¨¢ revisando el texto fundamental.
Tuvo suerte en su juventud. Pese a ser llamado a filas en los ¨²ltimos meses de la II Guerra Mundial, cuando contaba tan s¨®lo 17 a?os, fue pronto hecho prisionero, y aunque enferm¨® de tuberculosis consigui¨® salir con vida de los dur¨ªsimos a?os de la posguerra. En 1952 escapa de la Alemania comunista, se instala en Bremen y se alista en las en las juventudes liberales.
La primera cartera
En1969, el socialdem¨®crata Willy Brandt necesita del FDP para formar Gobierno, y Genscher obtiene su primera cartera ministerial, nada menos que el Ministerio del Interior. Cuando a finales de 1972, en uno de los episodios m¨¢s cl¨¢sicos de la guerra fr¨ªa, Brandt se ve obligado a dimitir tras descubrirse que su secretario personal, G¨¹nter Guillaume, es un agente de la RDA, la llegada de Helmut Schmidt a Ja canciller¨ªa le proyecta al Ministerio de Exteriores, que ya no abandonar¨¢ hasta ahora.
Los setenta, bajo la sombra de Schmidt, que lleva personalmente una gran parte de la pol¨ªtica internacional y que sigue las l¨ªneas de la Ostpolitik ideada por Brandt, no es excesivamente brillante para Genscher.
La coalici¨®n socialdern¨®crata-liberal gana las elecciones de 1976 -por poco- y las de 1980 holgadamente, pero el desgaste del SPD y la recesi¨®n econ¨®mica se combinan para permitirle su gran pirueta.
En una aut¨¦ntica conspiraci¨®n, que muchos calificaron de simple traici¨®n, Genscher hizo girar la bisagra de su partido en el sentido contrario. Un voto de no confianza constructivo contra Helmut Schrnidt, y en favor de un Gobierno democristianoliberal encabezado por Helmut Kohl, acab¨® con m¨¢s de una d¨¦cada de hegemon¨ªa socialdem¨®crata. A cambio, Genscher segu¨ªa controlando la diplomacia alemana. Ahora, adem¨¢s, con las manos libres. En las filas democristianas, donde durante a?os se pudieron escuchar todo tipo de denuestos contra la Ostpolitik, se hace el m¨¢s absoluto de los silencios cuando Genscher sigue aplicando la misma f¨®rmula e incluso va m¨¢s all¨¢, como cuando empieza a hablar de Ios alemanes" sin hacer distinci¨®n sobre si son los del Este o los del Oeste. Pero es la llegada al Kremlin de Mija¨ªl Gorbachov lo que le da alas.
Cuando nadie en Occidente osa ni tan s¨®lo pronunciarse sobre el nuevo l¨ªder sovi¨¦tico, Genscher pide p¨²blicamente que se le "tome la palabra" y se le de "una oportunidad. Llega entonces el episodio de la modernizaci¨®n de los misiles de corto alcance de la OTAN, que el l¨ªder alem¨¢n ve, con raz¨®n, como destinados a que los alemanes se maten entre s¨ª y a la que se opone abiertamente. Es entonces cuando se acu?a en la Administraci¨®n estadounidenliderada por Ronald Reagan el t¨¦rmino genscherismo en sentido peyorativo, destinado a calificar la pol¨ªtica de apertura al Este basada en la hist¨®rica vocaci¨®n centroeuropea alemana y destinada a superar la divisi¨®n de Europa y acabar con las secuelas de la II Guerra mundial.
Nadie pod¨ªa suponer cuando en 1987 Bonn da el gran paso de invitar oficialmente al gran enemigo, el l¨ªder de la otra Alemania, el ahora denostado y perseguido Erich Honecker, que la llamada pol¨ªtica "de peque?os pasos" se acabar¨ªa en dos zancadas. En la primavera de 1989, Gorbachov es recibido apote¨®sicamente en Bonn y las relaciones con Mosc¨² empiezan una luna de miel. A mediados de verano, despu¨¦s de que Hungr¨ªa desmantele su frontera, los alemanes orientales empiezan a abandonar masivamente su pa¨ªs y a refugiarse en las embajadas de Bonn en Praga, Budapest y Varsovia.
Es entonces cuando Genscher vive su momento de gloria. Hay una escena muy precisa, una noche de primeros de septiembre, cuando iluminado por los focos de la televisi¨®n anuncia desde el balc¨®n de la Embajada de Bonn en Praga a los miles de refugiados que se amontonan en el jard¨ªn que el camino hacia la Rep¨²blica Federal de Alemania est¨¢ expedito.
Luego todo sucede con gran velocidad. En noviembre cae el muro de Berl¨ªn, se colapsa el Estado alem¨¢n comunista. Genscher hace campa?a en su ciudad natal y se pasea incansabe por la ex RDA. Todo el mundo teme que su fr¨¢gil coraz¨®n vaya a explotar. Alemania se unifica. El mundo ya no es el mismo. En diciembre de 1990 Kohl y Genscher vuelven a ganar las elecciones subidos en la ola de la unificaci¨®n.
Ahora, acabada definitivamente la euforia, el Gobierno hace aguas por todos lados. Ya no hay sitio para los guerreros fr¨ªos. Hans-Dietrich Genscher no ha querido morir con las botas puestas, pero si antes dej¨® a Schmidt para irse con Kohl, ahora ha dejado a Kohl solo para lidiar con un pa¨ªs bastante irritado. No en balde ayer, casualmente, empezaba la huelga de los servicios p¨²blicos. Su mujer, Barbara, con la que cas¨® en segundas nupcias y que hab¨ªa sido su secretaria, dijo escuetamente que "un poco de reposo seguro que le viene bien".
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