En la muerte de un genio del siglo XX

FRANCIS BACON, irland¨¦s errante, testigo singular de este siglo -marcado, seg¨²n ¨¦l, por el color oscuro de la sangre-, muri¨® ayer en Madrid a los 82 a?os. Viajaba a Espa?a con frecuencia, y lo hac¨ªa no s¨®lo para ir hacia el Sur, una de las obsesiones vitales de buena parte de la intelligentsia anglosajona, sino porque era un gran admirador de nuestra cultura y, singularmente, de la obra pict¨®rica de Vel¨¢zquez, a partir de la cual cre¨® algunas de sus im¨¢genes m¨¢s c¨¦lebres.Bacon fue un hombre culto, salvaje y huidizo. Era, adem¨¢s, un intelectual l¨²cido y descre¨ªdo. Forma parte de la n¨®mina de personajes imborrables del siglo XX cuyo testimonio no est¨¢ s¨®lo en la obra que dejan tras de s¨ª, sino tambi¨¦n en el juicio personal que mantuvieron sobre la vida y el quehacer de los otros. La de Bacon no fue una postura acomodada a su tiempo, y por eso, en la propia Inglaterra donde vivi¨®, result¨® siempre un protagonista inc¨®modo de una existencia cultural a la que ¨¦l se enfrent¨® con un sentido radical de la independencia y de la libertad.

Con esa ra¨ªz y con aquellas influencias tan marcadas por la rabia unamuniana, quevedesca y velazque?a que hab¨ªa en su propia educaci¨®n sentimental, no deja de ser simb¨®lico que la muerte le haya sorprendido cuando viv¨ªa en Espa?a. Con ¨¦l muere parcialmente un concepto del arte entendido como radical profesi¨®n de s¨ª mismo, como irrenunciable pr¨¢ctica de las propias convicciones al margen de las modas y las pautas de un mercado que hace tiempo impregn¨® de afanes econ¨®micos desmedidos la labor de quien, por definici¨®n, debe descubrir la belleza secreta de los seres y los objetos.