El subsuelo de Occidente
Inesperadamente, pero sin que nadie discutiera la justicia de la decisi¨®n -todo lo contrario, pareci¨® uno de esos ' "pues claro" que siguen a las evidencias que pasan desapercibidas por inercia-, el jurado del ¨²ltimo festival de Valladolid, reparti¨® el gran premio del festival entre la multimillonaria Thelma y Louise, dirigida por el famoso Ridley Scott, y una humilde y oscura pel¨ªcula, El liquidador, obra compleja y de dif¨ªcil catalogaci¨®n, realizada por un joven cineasta canadiense de origen armenio llamado Atom Egoyan.El nombre de este cineasta sonaba en c¨ªrculos cin¨¦filos irrelevantes por su otra pel¨ªcula anterior. Pero ahora escapa con esta vigorosa obra de la encerrona de los especialistas y se abre a la mirada -aviesa o admirada: ambos son buenas, si son verdaderas miradas- de la gente com¨²n, que es la que importa. La pel¨ªcula ya est¨¢ en las carteleras espa?olas a disposici¨®n de quien quiera darse un ba?o de cine ins¨®lito, en las lindes del hermetismo y para el que no hay br¨²julas al uso que nos orienten dentro de ¨¦l. Merece la pena verla, sobre todo para quien crea que ver buen cine requiere esfuerzo y no la c¨®moda pasividad del cine predigerido habitual.
El liquidador
Direcci¨®n: Atom Egoyan. Canad¨¢, 1991. Estreno en Madrid: cine Renoir.
La visi¨®n que Atom Egoyan nos propone del laberinto de la vida cotidiana de una comunidad situada en los alrededores de una gran ciudad canadiense, parece inicialmente un itinerario intransitable, trazado en la piel de otro planeta con atm¨®sfera irrespirable. En parte, adem¨¢s de parecerlo, as¨ª es. Pero poco a poco comienza a respirarse este aire viciado y en un momento dif¨ªcil de precisar lo hacemos a pleno pulm¨®n y descubrimos que no solo no estamos fuera del alcance de nuestros mapas morales terrestres sino que hurgamos en la m¨¦dula de ellos, movi¨¦ndonos en un hormiguero de hombres reconocibles y tan cercanos como un secreto autorretrato -a la manera de Kafka, con quien la pel¨ªcula tiene que ver casi intimista de la vida contempor¨¢nea y de su miseria bien alimentada.
La graduaci¨®n con que Egoyan nos introduce en este denso universo claustrof¨®bico, denota en ¨¦l maestr¨ªa en el oficio de hacer cine, pues conseguir que sean veros¨ªmiles -y m¨¢s aun, hacer que los sintamos como propios- los comportamientos y los extra?os sucesos por donde El liquidador discurre no es tarea f¨¢cil. Es una de esas narraciones que, al menor titubeo en el pulso del narrador, se vienen abajo estrepitosamente, cosa que no ocurre aqu¨ª. Todo lo contrario, tras la dificultad inicial para entrar en su l¨®gica, el relato llega incluso a adquirir un atractivo casi magn¨¦tico, que nos hace seguir asistiendo a ¨¦l hipnotizados por ¨¦l, ya olvidado el esfuerzo inicial, con creciente pasi¨®n por lo que ocurre en la pantalla, que comienza en forma de galimat¨ªas y acaba por ser -tras el proceso de acomodaci¨®n y orientaci¨®n- transparente.
Egoyan es un reci¨¦n llegado, al que esta pel¨ªcula convierte en un viejo conocido. Su cine rastrea el horror de algunas s¨®rdidas esquinas de la vida actual y su manera de hacerlo est¨¢ impregnada de las constantes m¨¢s arriesgadas y por ello m¨¢s nobles de la imaginaci¨®n negra contempor¨¢nea, desde la aludida sombra de Kafka a la zona imperecedera del poema urbano por excelencia: el thriller cl¨¢sico. Pero estas referencias son s¨®lo lejanas se?as de identidad, que no obscurecen la poderosa sensaci¨®n de novedad, de mirada in¨¦dita, que hay en esta pel¨ªcula, que en el fondo es un documento -nada optimista, por cierto- sobre el subsuelo de la vida com¨²n en una ciudad igualmente com¨²n de nuestro Occidente, ahora mismo.
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