Caos en Los ?ngeles
El contrato social se ha vuelto a romper en Norteam¨¦rica. La asombrosa absoluci¨®n del grupo de polic¨ªas blancos que apale¨® brutalmente a Rodney King ante millones de telespectadores estupefactos y horrorizados ha detonado de nuevo la bomba social del racismo. La anomia ha invadido la gran urbe de Los ?ngeles desatando sin control los impulsos humanos m¨¢s primitivos y convirtiendo la ciudad en una necr¨®polis, capital de destrucci¨®n, epicentro de un terremoto de violenci¨¢ racial y de venganza que h¨¢sacudido hasta la m¨¦dula a esta joven naci¨®n, dej¨¢ndola aturdida.En este escenario de caos, asaltos salvajes, saqueos vand¨¢licos y quemas devastadoras, seha representado crudamente el conflicto actual que vive la sociedad estadounidense. Despu¨¦s de haber, pensado durante d¨¦cadas que era invencible y que su rival hist¨®rico, el imperio del mal, estaba fuera, Estados Unidos ha descubierto que es vulnerable y que su adversario lo tiene dentro, porque el racismo es su ingrediente m¨¢s amargo y destructivo.
Aunque los prejuicios racistas no conocen fronteras y la historia de la civilizaci¨®n est¨¢ repleta de costumbres discriminatorias basadas en el color de la piel, no hay duda de que Estados Unidos es internacionalmente, conocido como el pa¨ªs arquetipo del racismo institucionalizado. Tal impresi¨®n se basa en que desde el principio ha existido en esta naci¨®n adolescente una conciencia muy aguda de las diferencias raciales, que inexorablemente ha resultado en la.segregaci¨®n y explotaci¨®n de las personas de color.
Hoy d¨ªa 30 millones de norteamericanos son de raza negra y, unidos a los 21 millones de hispanos y a los 19 de asi¨¢ticos, indios y esquimales forman un apasionante mosaico ¨¦tnico. Desafortunadamente, las piezas de este mosaico est¨¢n separadas por una amplia brecha de racismo firmemente arraigada en lo m¨¢s profundo de este pueblo. Nadie siente esta escisi¨®n m¨¢s dolorosamente que los ciudadanos de color, para quienes el pa¨ªs todav¨ªa contiene dos sociedades, una negra y otra blanca, separadas y desiguales.
Un ejemplo de discriminaci¨®n es la sistem¨¢tica vinculaci¨®n estad¨ªstica de los hombres norteamericanos de raza negra al crimen, como perpetradores y como v¨ªctimas. De hecho, los j¨®venes negros constituyen una generaci¨®n encarcelada, pues uno de cada cuatro est¨¢ en la c¨¢rcel o en libertad vigilada. Como contraste, s¨®lo uno de cada 35 hombres blancos se encuentra en estas condiciones. En Norteam¨¦rica hay m¨¢s negros procesados por el sistema penal que matriculados en universidades. Muchos ni siquiera llegan a la celda porque el homicidio es la causa m¨¢s frecuente de muerte entre estos j¨®venes, un ¨ªndice ocho veces m¨¢s alto que el de blancos.
Las personas de color tambi¨¦n, sufren de muerte prematura. La tasa de mortalidad infantil entre los reci¨¦n. nacidos de raza negra alcanza 16 muertes por cada 1.000 nacimientos, el doble que la poblaci¨®n blanca. ,Dos tercios de todos los ni?os de raza negran nacen de madres solteras, m¨¢s del triple que los blancos. Mientras la expectativa de vida para los blancos es de 76 a?os, para los negros es de 69 a?os, y la posibilidad de que un hombre Segro del barrio neoyorquino de Harlem llegue a los 65 a?os es menor que en Bangladesh. La corta vida que caracteriza a esta minor¨ªa ha sido, cient¨ªficamente relacionada con la pobreza, la nutrici¨®n inadecuada y, el estado continuo de frustraci¨®n y estr¨¦s que supone vivir en una sociedad con prejuicios raciales. No es de extra?ar, pues, que tantos negros, est¨¦n convencidos de que la mayoria blanca no los quiere, que literalmente les desea la muerte.
Las escenas dram¨¢ticas de Los ?ngeles, desde el apaleamiento brutal hasta la org¨ªa de odio y destrucci¨®n que desencaden¨®, han forzado a este pueblo a cuestionarse penosamente su imagen idealizada de naci¨®n rebos¨¢nte de supremac¨ªa moral, defensora incansable ante el mundo de la verdad, ?ajusticia y la democracia. Hace s¨®lo tres d¨¦cadas el sue?o de la gran sociedad promet¨ªa f¨²tilmente erradicar de este pa¨ªs la pobreza, la ignorancia y el r¨¢cismo.
La circunstancia de que este drama haya sucedido en Los ?ngeles lo impregna de un simbolismo adicional, pues esta ciudad es la morada de Hollywood, meca publicitaria de Estados Unidos, responsable de inmortalizar la estampa de omn?potencia y moralidad que este pa¨ªs exporta.
Durante d¨¦cadas, Hollywood se ha encargado de afim. entar al pueblo americano y de diseminar por el resto del mundo esta imagen de bondad y. de esplendor, mostrando sus glorias, sus ¨ªdolos y sus suenos. Pero, al mismo tieffipo, la poderosa industria del cine tambi¨¦n ,ha sido una fuerza notable a la hora de perpetuar en el celuloide y el v¨ªdeo los estereotipos ¨¦tnicos negativos y de institucionalizar un proceso de condicionamiento, racial. de tr¨¢gicas consecuencias.
El brutal drama de Los ?ngeles ha sido tambi¨¦n un fen¨®meno televisivo que ilustra la profunda fascinaci¨®n por la violencia que existe en Norte america. De hecho, si consideramos los dos instintos identificados por Signiund Freud, el instinto sexual o de vida y el instinto de agresi¨®n o de muerte, la atracci¨®n de la sociedad estadounidense hacia la pasi¨®n por destruir ha sido hist¨®ricamente superior a su inter¨¦s por el impulso sexual.
La violencia no es un fen¨®meno privativo de Norteam¨¦rica. Basta repasar la historia de la humanidad, desde los grotescos circos romanos hasta las guerras mundiales y conflictos civiles modernos, pasando por los aniquil¨¢mientos de razas enteras, para horrorizarse de las atr¨®cidades que los hombres cometen asiduainente, contra sus companeros de vida.
Sin embargo, en Estados Unidos, gracias a la omnipresenc¨ªa del ojo televisivo, ubicuidad de la violencia es tan real como el aire,que respira mos, la puesta del sol o la fuerza de la gravedad. Su presencia en la vida diaria es constante; y su exhibici¨®n p¨²blica se realiza con escasas cortapisas, salvo en casos como el reciente del juez que , opino, que airear los bruta les minutos que s¨¦ tarda en ma tar legalmente en este pa¨ªs va m¨¢s all¨¢ de la decencia. En consecuencia, impidi¨® que se televisara en directo el mes pasado la ejecuci¨®n de Robert Alton Harris en la c¨¢rnara de gas de la prisi¨®n de San Quint¨ªn, en San Francisco.
El desastre de proporciones hist¨®ricas de Los ?ngeles tam bi¨¦n nos revela las limitaciones de la televisi¨®n, cuando el objo tivo no abarca el ¨¢contecimien to en cuesti¨®n en todo su alcance pero pretende que lo hace. En el fondo, lo que virnos en la peque?a pantalla no reflej¨® ni las ra¨ªces ni las causas del problema, pues no se vieron los a?os de frustraci¨®n y resentimiento acumulados, ni el verdadero horizonte de desesperanza y desmor¨¢lizaci¨®n, ni la irrev¨®cabilidad de la p¨¦rdida de fe en un sistema que tolera la deshumanizaci¨®n de una raza, que permite al torturador actuar en p¨²blico y que transige con la absoluci¨®n del tirano. A la postre, el caos en Los ?ngeles plantea un doble reto a Nortearn¨¦rica: salvar la vida de las minor¨ªas rescatando al mismo tiempo el alma de la mayor¨ªa. Porque el racismo extermina a las v¨ªctimas, pero tambi¨¦n lleva a los verdugos a su autodestruc.ci¨®n al confinarlos en un desierto moral, poblado exclusivamente por las distorsiones y patolog¨ªas que engendran el miedo, niTacional, la ignorancia y el odio.
Luis Rojas Mareos es psiquiatra. Dirige el Sistema Hospitalario Municipal de Salud Mental de Nueva York.
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