La mirada asesina
La final que nos ha tocado vivir no era la mejor final posible. Los Madrid-Joventut ofrecen con harta frecuencia duelos ligeros, asexuados, espect¨¢culos para todos los p¨²blicos. Una buena final exige que la pasi¨®n se desborde. Una gran final demanda odio mutuo y baile de miradas asesinas. La rivalidad entre ambas instituciones es muy tenue, sea desde la perspectiva regional hasta la personal. Tampoco hay asuntos pendientes.Bajo esa atm¨®sfera, la final puede discurrir a velocidad de crucero y resolverse con limpieza. Exenta de pol¨¦mica, los pron¨®sticos tienden a centrarse en criterios exclusivamente deportivos tales como qui¨¦n de los dos dominar¨¢ el rebote, qui¨¦n el juego exterior, quien rotar¨¢ mejor su plantilla, conceptos aplicables a cualquier partido. No existe un contraste de personalidades; ni siquiera de estilos. ?Por d¨®nde se puede romper esta final?
En la b¨²squeda de elementos capaces de alterar la situaci¨®n, y si los ¨¢rbitros no hacen alg¨²n trabajo al margen, la n¨®mina de los verdaderos protagonistas se reduce a dos jugadores: Tom¨¢s Jofresa y Mark Simpson.
Existe una tendencia poco afortunada a confundir la explosividad de ambos con una presunta irregularidad. Sus estad¨ªsticas les delatan como hombres regulares y rentables. Sucede, sin embargo, que ambos gustan de hablar en voz alta; as¨ª es cuando Simpson torpedea el centro de gravedad del contrario a base de triples consecutivos o cuando el Jofresa peque?o toma el tim¨®n del Joventut y transforma un transanl¨¢ntico en una lancha r¨¢pida. Los dos protagonizaron los momentos m¨¢s intensos de sus equipos en las semifinales. Y Jofresa habl¨® ya el martes para ir abriendo boca.
Muchos t¨¦cnicos y comentaristas gustan de las personalidades lineales: el jugador de 30 tantos en dosis homog¨¦neas. Prefieren cuatro triples bien repartidos, que una sobredosis en cinco minutos. Y desprecian el efecto devastador que puede tener esta ¨²ltima acci¨®n. Simpson tiene esa capacidad mort¨ªfera. Jofresa, tambi¨¦n.
La gente consideraba al Jofresa peque?o como un recurso, una especie de hormiga at¨®mica, y esa descripci¨®n ten¨ªa tintes peyorativos. Ni siquiera mereci¨® la denominaci¨®n de sexto hombre. Sacarle al escenario era tirar una moneda al aire: lo ganaba o lo perd¨ªa, sin t¨¦rmino medio. Algunos t¨¦cnicos, sin embargo, reparaban en dos detalles: su extrema juventud y su mirada asesina. El Jofresa peque?o es ahora un a?o mayor. Y conserva esa mirada. Hay quien dice que es la ¨²nica mirada asesina en un Joventut tan pulcro en modales.
El Jofresa peque?o puso al Partiz¨¢n contra las cuerdas, apuntill¨® al Estudiantes y le ha colocado la primera banderilla al Madrid. Hoy es de temer lo peor. O habla Simpson, o estaremos ante un mon¨®logo de este peque?o gran jugador.
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