Un exceso de historia

El nombre de Pablo Romero era anta?o, en los carteles, de ¨¦sos a los que hab¨ªa que a?adir "que no lo quiero mirar". Todo un mito de casta y bravura se edific¨® as¨ª, y parec¨ªa ser eterno. Sin embargo, la Historia, a estas alturas del siglo, no est¨¢ para mitos ni eternidades: hoy los pablo romeros son tan flojeras como cualquier otra divisa. Doblan las manos como todos y llegan a la muleta con la lengua colgando a la altura de Nueva de Zelanda. Pep¨ªn Jim¨¦nez intent¨® gustarse en su primero, pero sin renunciar a aliviarse, lo cual no hay modo de hacerlo compatible: lo cierto es que al capotear el toro le hab¨ªa arrollado espectacularmente. En su segundo, que embest¨ªa por obligaci¨®n y al relant¨ª, no se confi¨® y, en un momento en que hab¨ªa acabado por lograr tres m¨¢s o menos naturales, el toro le desarm¨®. Y entonces dijo Pep¨ªn apaga y vamonos.

Jos¨¦ Luis Sese?a dio los mejores capotazos de la tarde. En su primero puso af¨¢n, pero no remataba los pases y ahogaba la embestida. El quinto no es que fuera malo, sino que fue peor: se le march¨® al hilo de las tablas y acab¨® por hacerse all¨ª un ovillo.

Juan Cu¨¦llar corri¨® estupendamente la mano en derechazos a su primero, y daba gloria ver c¨®mo el brazo de un torero tan peque?o crec¨ªa llevado por la emoci¨®n. El que cerr¨® plaza se le vino abajo -sin haber nunca estado muy arriba- y Juan Cu¨¦llar sald¨® la cosa con molinetes. Demostr¨® que est¨¢ muy certero con la espada. Y gust¨® esa discreci¨®n, en una tarde en que la ret¨®rica del mito pablorromero no hizo Historia.