El lujo del Metropolitan
D¨ªa de lujo el de anteayer en el teatro de la Maestranza. Se present¨®, por primera vez en Espa?a, la compa?¨ªa del Metropolitan Opera de Nueva York para darnos una versi¨®n ejemplar de Un ballo in maschera, ¨®pera clave de Verdi al situarse en la intersecci¨®n de sus diversos estilos. Desde Un ballo atisbamos, cuando no percibimos claramente, al Verdi trascendente y renovador de Otello, pero tambi¨¦n resuena en sus pentagramas el Verdi primero impulsado por el belcantismo directo de Donizzetti.El gran cuadro protagonista empezaba por el director, James Levine, conocido aqu¨ª casi ¨²nicamente a trav¨¦s de grabaciones, o sea, mal conocido. Al contrario de lo que sucede en otros casos, la figura de Levine como director oper¨ªstico se agiganta en actuaci¨®n directa. No recuerdo, desde Karajan, un estilo, una vitalidad, una agilidad y una perfecci¨®n tan grandes como las de Levine, quien durante 20 a?os ha convertido a la siempre excelente orquesta neoyorquina en el impresionante instrumento que es hoy.
Un ballo in maschera
De Somma y Verdi. Compa?¨ªa del MEP de Nueva York. Direcci¨®n musical: J. Levine. Producci¨®n: P. Faggioni.Int¨¦rprete: P. Domingo, A. Millo, F. Quivar, J. Pons, H. Blackwell, T. Cook, R. Vernon, Ch. Anthony, D. Croft y B. Fich. Teatro de la Maestranza. Sevilla, 30 de mayo.
Si los tutti, la c¨¢lida cantabilidad o el mero ataque fustigante de los acordes producen sensaci¨®n, las intervenciones a solo rayan con lo insuperable y basta recordar, a t¨ªtulo de ejemplo, las de la flauta o el violonchelo. Levine tiene en su mano, como un organista sus teclados y registros, el complejo aparato oper¨ªstico, y lo maneja y domina con asombrosa naturalidad.
El personaje de Gustavo III cobr¨® en Pl¨¢cido Domingo un aliento. enamorado y una suma de matices que por s¨ª solos justificar¨ªan el ilimitado prestigio del tenor madrile?o. El segundo acto, cuyo d¨²o de amor constituye el verdadero coraz¨®n de la partitura, fue antol¨®gico y en los m¨¦ritos aparece, junto a Domingo, la soprano Aprile Millo, una diva innata hasta en ciertos instantes dubitativos, que a?aden humanidad a su espl¨¦ndido trabajo.
Otra lecci¨®n: la Ulrica de Florence Quivar, que por su belleza, su temple y su arte otorga veracidad al mundo m¨¢gico de su embrujado personaje. El marido de Amelia, a la postre asesino del rey, se benefici¨® de los medios, el calor y la gravedad expresiva de otra gran figura de la l¨ªrica espa?ola, el bar¨ªtono Joan Pons. Todav¨ªa, para ser m¨ªnimamente justos, hay que citar a Harolyn BlackweIl en el paje compuesto y cantado de manera deliciosa.
Todo el reparto, los bailarines, el coro y la orquesta, contribuyeron a la magnificencia de los resultados a los que Piero Faggioni aport¨® sus ideaciones como productor de escenarios, trajes y luces, todo ello dentro de un estilo neorrealista que nos record¨® el de Francisco Nieva, pero perfectamente integrado en la naturaleza del drama (amor, conspiraci¨®n, misterio y muerte) y en su transposici¨®n oper¨ªstica.
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