La deshumanizaci¨®n de la medicina
A lo largo de este siglo que se acaba, la medicina ha hecho milagros, desde vacunas contra enfermedades epid¨¦micas hasta curas para el c¨¢ncer, pasando por antibi¨®ticos y paliativos del dolor. Como consecuencia, la duraci¨®n de la vida se ha duplicado y la calidad del vivir ha mejorado notablemente. No obstante, cada d¨ªa es mayor el n¨²mero de personas que se quejan de la ausencia de humanidad en el m¨¦dico, que a?oran la imagen idealizada del galeno de anta?o, a pesar de que a menudo ¨¦ste no pod¨ªa hacer otra cosa que limitarse a confortar al enfermo con su presencia.El sentir, popular es que el m¨¦dico del pasado era m¨¢s humano, m¨¢s consciente de las necesidades afectivas y espirituales del paciente, que los facultativos de hoy se distancian con demasiada frecuencia de los fines altruistas para sucumbir a las tentaciones del enriquecimiento y la arrogancia, que, en definitiva, "ahora vivimos mejor, pero nos sentimos peor".
En esta era de tecnolog¨ªa m¨¦dica avanzada, de litigios constantes, de racionamiento, comercializaci¨®n y burocratizaci¨®n sanitaria, la sociedad espera que la medicina sea una profesi¨®n heroica que armonice el humanismo y la ciencia. En medicina, el humanismo es un ingrediente necesario de la relaci¨®n entre el m¨¦dico y el enfermo, un arte de palabras, sentimientos y actitudes. El m¨¦dico lo expresa con compasi¨®n, tacto, comprensi¨®n, lo que a su vez evoca en el paciente confianza, seguridad y esperanza.
La relaci¨®n entre m¨¦dico y enfermo ha evolucionado con el tiempo, tras haber incorporado las normas culturales de la ¨¦poca. Por ejemplo, el creciente cuestionamiento de la tradicional actitud paternalista del doctor hacia el paciente ha impulsado el concepto de la decisi¨®n m¨¦dica compartida, en la que el m¨¦dico aporta sus conocimientos y experiencias y el enfermo sus valores y deseos.
No existe situaci¨®n que ponga m¨¢s a prueba la decisi¨®n compartida y el humanismo del m¨¦dico que el paciente terminal. A medida que la tecnolog¨ªa puede en tantos casos posponer el fin de la vicia, la muerte se est¨¢ transformando de un suceso natural en una decisi¨®n humana. Pero instruidos en la ciencia de prolongar la existencia, muchos galenos evaden al paciente agonizante porque les confronta con la dura realidad de su impotencia. Resulta ciertamente tr¨¢gico ver a hombres y mujeres agonizar lentamente en unidades de cuidados intensivos, privados de un final tranquilo y digno junto a sus seres queridos.
Existen adem¨¢s otras barreras que dificultan la aproximaci¨®n humanista en la pr¨¢ctica de la medicina. Para empezar, son bastantes los doctores que en privado opinan que dedicar tiempo al paciente para escucharle y confortarle es irrelevante para la efectividad de la intervenci¨®n m¨¦dica. Despu¨¦s de todo, sostienen, aun sin estos ingredientes ritualistas y simb¨®licos, la mayor¨ªa de los enfermos consigue mejorar en la mayor parte de los casos gracias a los adelantos de la ciencia.
En el fondo, muchos m¨¦dicos se muestran esc¨¦pticos ante la conexi¨®n mente-cuerpo y el potencial terap¨¦utico del optimismo y la comunicaci¨®n, y no saben qu¨¦ hacer con estudios como el que recientemente demostr¨® que la participaci¨®n en un grupo de psicoterapia de apoyo triplic¨® el ¨ªndice de supervivencia de mujeres afectadas por c¨¢ncer de mama con met¨¢stasis. Sus estudios de medicina les convencieron del poder inigualable del reduccionismo biol¨®gico.
La tendencia entre los facultativos a devaluar las experiencias subjetivas de los pacientes tambi¨¦n se refleja en la renuencia de tantos m¨¦dicos a tratar el dolor. Entre los mitos que se alegan est¨¢n la noci¨®n de que el dolor es necesario para el proceso de curaci¨®n y la creencia de que el uso de narc¨®ticos despu¨¦s de una intervenci¨®n quir¨²rgica produce drogadicci¨®n. Conscientes de la falta de fundamento de estos conceptos y del sufrimiento innecesario que ocasionan, las autoridades sanitarias de algunos pa¨ªses han recomendado de forma oficial a los doctores que provean decididamente f¨¢rmacos para prevenir o aliviar el dolor a los pacientes, con el fin de disminuir su tormento y acelerar su recuperaci¨®n.
Es evidente que los avances tecnol¨®gicos han disminuido considerablemente la importancia del contacto personal del facultativo con el paciente. La relaci¨®n se establece prioritariamente a trav¨¦s de procedimientos, aparatos y remedios, a los que comprensiblemente se les atribuyen los beneficios tangibles y reales de la intervenci¨®n m¨¦dica.
A estos factores distanciantes entre el m¨¦dico y el enfermo hay que a?adir la influencia deshumanizante de la cultura del sistema sanitario saturado y agobiante de nuestras capitales. Esto se materializa en el ambiente de constante antagonismo que existe entre proveedores y clientes, ya que ambos se sienten maltratados y desconf¨ªan de los motivos del otro. Paralelamente, las ilusiones tan populares de salud inquebrantable y longevidad indefinida hacen que mucha gente en alg¨²n momento se sienta decepcionada con la limitada eficiencia de los profesionales de la medicina.
Son demasiados los m¨¦dicos que hoy act¨²an como funcionarios renuentes, mal retribuidos y atrapados en un mundo tecnocr¨¢tico que odian. Se sienten acosados por administradores impacientes por controlar y por un p¨²blico ansioso por criticar, y est¨¢n siempre faltos de tiempo o de energ¨ªa para sentarse a la cabecera del doliente e impartirle esperanza.
Otro hecho Indisputable es que en la mayor¨ªa de las instituciones p¨²blicas los enfermos son considerados una imposici¨®n, una carga, n¨²meros y no individuos, vidas estad¨ªsticas sin identidad. La estructura burocr¨¢tica de estos hospitales y cl¨ªnicas est¨¢ organizada principalmente para satisfacer la mec¨¢nica interna de la instituci¨®n y la conveniencia del personal y no para el beneficio del enfermo.
Uno de los factores determinantes del fracaso de los aspectos humanos de la medicina radica en la perversi¨®n de los esquemas econ¨®micos. A los m¨¦dicos se les prima por atender al mayor n¨²mero de enfermos en el menor tiempo posible, por utilizar procedimientos t¨¦cnicos avanzados y por intervenir quir¨²rgicamente. Muchos cl¨ªnicos saben lo dif¨ªcil que resulta resistir la tentaci¨®n de efectuar una intervenci¨®n t¨¦cnica, aunque s¨®lo sea para confirmar un diagn¨®stico consabido, especialmente cuando acarrea un beneficio econ¨®mico y, de paso, impresiona al enfermo con sus propiedades m¨¢gicas.
Nadie duda de que hay algo fundamental que falla en la medicina de hoy. Deshumanizada, cara, incluso cruel, la asistencia sanitaria plantea un desaf¨ªo a la sociedad y a sus l¨ªderes a la hora de armonizar los valores humanistas de la dignidad del hombre y la compasi¨®n hacia el doliente, con el sentido social y esp¨ªritu heroico del servicio m¨¦dico, y con el progreso de la ciencia. El camino ser¨¢ arduo, el conflicto inevitable, pero el reto es necesario. Despu¨¦s de todo, ni la medicina ni la sociedad pueden vivir la una sin la otra.
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