?Va a convertirse el Reino Unido en una rep¨²blica?
La inestabilidad de los matrimonios reales comenz¨® a declararse en tiempo de paz duradera y estable, recuerda el articulista. Y agrega que las bodas de la princesa Ana con el capit¨¢n Mark Philips y del duque de York con Sarah Ferguson demostraron lo err¨®neo de la idea de que la realeza brit¨¢nica era capaz de democratizarse. A continuaci¨®n el autor analiza las posibilidades de que Gran Breta?a e Irlanda del Norte adopten el r¨¦gimen republicano.
La autoridad de la monarqu¨ªa brit¨¢nica depende de la estabilidad de sus matrimonios. El matrimonio entre la reina actual y su consorte, un pr¨ªncipe griego, ha sido un ejemplo de estabilidad, como lo fueron tambi¨¦n los de su padre y su abuelo. La nonagenaria reina madre, viuda desde hace 40 a?os sin volver a casarse, es un recuerdo viviente de la solidez de la familia real que sirvi¨® de inspiraci¨®n al Reino Unido durante la II Guerra Mundial. Con el rey Jorge VI, la reina y las dos princesas como s¨ªmbolos de la indestructibilidad de la antigua instituci¨®n cristiana, el Reino Unido se sent¨ªa a salvo. La Luftwaffe pod¨ªa golpear sus ciudades, pero la familia real permanec¨ªa unida frente a las fuerzas destructoras. La inestabilidad de los matrimonios reales comenz¨® a declararse en tiempo de paz duradera y estable.La princesa Margarita, hermana de la reina, se cas¨® con un fot¨®grafo llamado Anthony Armstrong-Jones, elevado finalmente a la categor¨ªa de lord Snowdon. El matrimonio acab¨® en divorcio, y el divorcio es siempre un grave problema cuando afecta a la peculiar estructura de la realeza brit¨¢nica. El monarca es la cabeza de la Iglesia anglicana y ¨¦sta, al igual que la Iglesia cat¨®lica, no apoya oficialmente el divorcio. Es un hecho que ning¨²n monarca reinante puede recurrir al divorcio sin verse obligado a abdicar. La abdicaci¨®n del ¨²ltimo rey, Eduardo VIII, degradado a duque de Windsor, fue consecuencia de su deseo de contraer matrimonio con una norteamericana divorciada. Para los miembros menores de la familia, cuando resulta evidente su escasa probabilidad de acceder al trono, el divorcio es posible, aunque deplorable. Incluso la separaci¨®n ya es bastante mala. ?Qu¨¦ ocurrir¨ªa con los matrimonios de la gente com¨²n si fracasan los de la realeza? La familia real debe dar ejemplo de moralidad.
Idea err¨®nea.
A partir del fracaso matrimonial de la princesa Margarita se pod¨ªa llegar a la conclusi¨®n de que resultan imprudentes los matrimonios entre miembros de la realeza y gente com¨²n. Las bodas de la princesa Ana con el capit¨¢n Mark Philips y del duque de York con Sarah Ferguson estaban destinadas a demostrar que la realeza brit¨¢nica era capaz de democratizarse. Se ha demostrado que esta idea es err¨®nea. Ninguna persona corriente tiene posibilidades de adaptarse a los peculiares rigores de la vida en los aleda?os de la monarqu¨ªa. Para casarse con una princesa o con un pr¨ªncipe una persona debe empezar por ser, ella misma, pr¨ªncipe o princesa. Debe estar empapada del protocolo real, debe desear abstenerse de ciertas libertades b¨¢sicas que la gente corriente tiene garantizadas, ser constantemente discreta, evitar celosamente el esc¨¢ndalo y mostrar ante el mundo un rostro que oculte las emociones humanas m¨¢s comunes. El capit¨¢n Mark Philips y la duquesa de York. no han querido o no han sabido representar ese papel.
Y ahora, el s¨®lido matrimonio del pr¨ªncipe de Gales, heredero del trono brit¨¢nico, est¨¢ siendo analizado por la prensa popular, y no s¨®lo en Gran Breta?a. Han aparecido libros sobre la infelicidad de la princesa de Gales -tambi¨¦n conocida como princesa Diana- e incluso uno de ellos est¨¢ siendo convertido en serial. Ella, que es de familia noble, podr¨ªa haber sido capaz de jugar mejor el papel de princesa real, pero aparentemente su sensibilidad a flor de piel, su propensi¨®n al suicidio y su lacrimoso rechazo de la responsabilidad han hecho de ella una figura que despierta la piedad universal. Se dice que su marido, Carlos, es insensible a sus cambios de humor y que le reprocha duramente su neurosis. No podemos saberlo con certeza, s¨®lo podemos hacer conjeturas. Lo cierto es que han reca¨ªdo sobre sus espaldas gran cantidad de responsabilidades p¨²blicas y que el pr¨ªncipe, que es sumamente concienzudo, ha decidido trabajar en pro del bienestar general de su pa¨ªs m¨¢s all¨¢ de lo que realmente le permitir¨ªan sus obligaciones matrimoniales. El matrimonio atraviesa una situaci¨®n inestable debido a que la pareja se ve muy poco; ni siquiera comparten la misma habitaci¨®n.
La frase m¨¢s aciaga atribuida a la tr¨¦mula princesa es ¨¦sta: "Yo nunca ser¨¦ reina". Siempre nos ha parecido poco probable a muchos de nosotros que una reina cristiana pudiera llevar el nombre de una diosa pagana: reina Diana. Tal t¨ªtulo va en contra de siglos de Isabeles, Alejandras, Victorias, Mar¨ªas y Anas. Nombres aparte, parece poco probable que a este matrimonio real en concreto le vaya mejor que a los de la t¨ªa, el hermano o la hermana de Carlos. Si acaba en divorcio, el pr¨ªncipe de Gales tendr¨¢ que ceder su derecho al trono a su hijo Guillermo, quien pasar¨ªa a ser Guillermo V. La l¨ªnea de los Guillermos se remonta al a?o 1066, con el rey bastardo procedente de Normand¨ªa. Existe, adem¨¢s, otra alternativa: el fin de la monarqu¨ªa misma -sumida en el bochorno de la inestabilidad matrimonial- y el establecimiento de la rep¨²blica.
Hay que recordar que la reina no es meramente la cabeza visible del Reino Unido, sino que tambi¨¦n rige la Commonwealth, que incluye los vastos territorios de Canad¨¢ y Australia. Esta ¨²ltima est¨¢ ya impregnada de un sentimiento republicano. De hecho, en la reciente visita de la reina al territorio australiano se le dijo: "Eres una chica excelente. Pero despu¨¦s de ti no queremos m¨¢s cabezas coronadas. Nos bastamos solos". Canad¨¢, que linda por el sur con una gran rep¨²blica angloparlante, puede ser m¨¢s reticente a renunciar a las galas de la monarqu¨ªa: el peligro de su absorci¨®n por Estados Unidos -que es ya un hecho culturales de todo punto evidente. La posibilidad de que Gran Breta?a e Irlanda del Norte est¨¦n preparadas para revertir al r¨¦gimen republicano es un tema de debate m¨¢s profundo.
Hablo de reversi¨®n porque, despu¨¦s de la guerra civil del siglo XVII, se estableci¨® una rep¨²blica o protectorado bajo Oliver Cromwell. El rey Estuardo Carlos I fue decapitado y convertido en m¨¢rtir por una parte de la Iglesia anglicana. Inglaterra no sufri¨® por no tener un rey: el imperio brit¨¢nico se inici¨®, por un lado, bajo la tutela de un en¨¦rgico protector, y por otro con la hegemon¨ªa mercantil basada en la construcci¨®n de una vasta flota mercante. Sin embargo, con la muerte de Cromwell en 1660 y el fracaso que supuso la sucesi¨®n en su puesto -debido al principio hereditario, apropiado de la monarqu¨ªa- del incompetente Richard Cromwell (apodado Tumbledown Dick), los brit¨¢nicos se sintieron felices de aceptar la restauraci¨®n de la monarqu¨ªa. Los Estuardo reaparecieron en el trono, muy cautos en sus actuaciones y limitados en sus poderes.
Teniendo en cuenta que Gran Breta?a ya trat¨® por una vez de adaptarse a los principios republicanos y fracas¨® por completo, habr¨ªa que poner en duda si el experimento podr¨ªa repetirse de nuevo. Pero los tiempos han cambiado: hoy por hoy no podemos saberlo. Hay un olor de republicanismo en el aire; resulta evidente por la reiteraci¨®n en los medios de comunicaci¨®n -especialmente en la televisi¨®n- de las especulaciones sobre la enorme riqueza de la reina y su posici¨®n por encima de los rigores de la ley. Hacer de un plebeyo la cabeza del Ejecutivo significar¨ªa una serie de cambios vertiginosos, no s¨®lo en la Constituci¨®n brit¨¢nica -que no es escrita- sino tambi¨¦n en el vasto conjunto de ceremonias tradicionales que rodean a la monarqu¨ªa. El Reino Unido se convertir¨ªa, al igual que Francia, Italia o Estados Unidos, en un sobrio pa¨ªs carente del brillo del oro y del resplandor de la p¨²rpura. La C¨¢mara de los Lores se convertir¨ªa en el Senado. Buckingham Palace ser¨ªa tan s¨®lo una antigua mansi¨®n. El presidente, que podr¨ªa ser un antiguo minero o acr¨®bata circense, no tendr¨ªa ning¨²n glamour. Italia se acostumbr¨® a esta situaci¨®n desde el colapso de la casa de Saboya y de la estructura fascista que la sustentaba, pero el Reino Unido es tremendamente conservador y adora la imagen de estabilidad familiar que la monarqu¨ªa representa.
Los Estuardo
Hay otra alternativa: el colapso de la casa de Windsor (en puridad, casa de Hanover), que ya desde Jorge I ha proporcionado monarcas germanos a los brit¨¢nicos. Algunos de nosotros, viejos cat¨®licos brit¨¢nicos, seguimos manteni¨¦ndonos fieles a la depuesta casa de los Estuardo. ?sta, a trav¨¦s de Jaime II (antiguo duque de York, del cual tom¨® el nombre cierta ciudad norteamericana), intent¨® reintegrar a Gran Breta?a en la Iglesia cat¨®lica. La respuesta de la clase mercantil protestante fue invitar a un homosexual holand¨¦s de la casa de Orange a convertirse en Guillermo III e iniciar, con la ayuda de Hanover, la monarqu¨ªa que tenemos hoy. Dos intentos de invadir Inglaterra desde Escocia -en 1715 y 1745- por parte del pr¨ªncipe Carlos Estuardo, para reinstaurar la depuesta dinast¨ªa en Gran Breta?a, constituyeron fracasos notables. Sin embargo, algunos de nosotros no nos resignamos a perder la esperanza. Las ¨²ltimas palabras que mi padre me dijo antes de morir fueron: "Hijo, no prestes obediencia a los advenedizos Hanover, esos cerdos comesalchichas: tu ¨²ltimo rey fue Jaime II. Me voy ahora, espero que al cielo, donde me reunir¨¦ con ¨¦l y le expresar¨¦ mi eterna lealtad". Hay Estuardos en Escocia, Francia, Gales e incluso en Italia. Todav¨ªa podr¨ªamos ver a un Jaime III en el trono, pero me inclino a creer que no veremos ni al rey Carlos III ni a la reina Diana.
Traducci¨®n: R. C¨ªfuentes / P. Ripoll¨¦s.
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