Agua
Nadie da un duro por las palabras.En Los ?ngeles, durante los disturbios, la c¨¢mara se acerca y un periodista pregunta el porqu¨¦ a dos amotinados: "?Que por qu¨¦? ?Que te den por saco?". Es posible que no tuvieran ninguna raz¨®n. Es posible que anduvieran sobrados. Las historias sin palabras son siempre las que m¨¢s preguntas dejan en el aire.
Conozco gente que ante una c¨¢mara ni siquiera dir¨ªa eso. Har¨ªan una mueca como Samuel Beckett y se perder¨ªan en una esquina. Si acaso, musitar¨ªan un monos¨ªlabo.
La desconfianza hacia las palabras forma ya casi parte M instinto de supervivencia contempor¨¢neo. La sociedad de los medios de masas es, en gran medida, la sociedad de la incomunicaci¨®n. El sentido de las palabras se ahoga en la saturaci¨®n de los discursos, en la ret¨®rica, y las palabras acaban siendo peleles de serr¨ªn que se despe?an en medio de la indiferencia general.
Hemos progresado tanto en el doble sentido de la existencia, que si yo digo ahora mismo que vivimos en el mejor de los mundos posibles es probable que suene muy parecido a pregonar que vamos hacia uno de los infiernos posibles si nadie lo remedia. Y como muy bien se encargan de recordarnos cada dos por tres los directivos de la Federaci¨®n de Caza, los empresario.s taurinos y los directivos de empresas contaminantes, todos somos ecologistas.
Algunas de las multinacionales m¨¢s implicadas en producciones t¨®xicas y en la carrera armament¨ªstica lavan su imagen con departamentos verdes y se apresuran a beneficiarse saneando, con cargo a los presupuestos p¨²blicos, lo que antes contaminaron. Si rasc¨¢semos en muchas vallas publicitarias con est¨¦tica verde es posible que descubri¨¦ramos la verdadera consigna nunca proclamada: "There is sheet, there is money" ("Hay mierda, hay dinero"). Nadie da un duro por las palabras, pero la ret¨®rica puede llegar a ser un buen modo de vida.
En 1977, s¨®lo en Ginebra, 52.000 expertos participaron en 1.020 reuniones sobre el Tercer Mundo, con 14.000 sesiones de trabajo. Pueden a?adirse las reuniones espec¨ªficas al trabajo regular cotidiano de los 20.000 funcionarios internacionales de las 110 organizaciones internacionales que tienen su sede en la ciudad suiza. Leo estos datos, de procedencia oficial, en el ¨²ltimo informe del Club de Roma y en un p¨¢rrafo que no tiene desperdicio: "Debemos incluir tambi¨¦n los miles de reuniones celebradas en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York; en el Banco Mundial, en Washington; en la Comunidad Europea, en Bruselas; en la FAO, en Roma, y en los incontables organismos regionales y subregionales que operan en los pa¨ªses en v¨ªas de desarrollo. En 13 a?os, ha habido una desmedida inflaci¨®n de reuniones de este tipo, y nadie ha sumado nunca los presupuestos as¨ª gastados en billetes de avi¨®n, hoteles de lujo y en la publicaci¨®n y distribuci¨®n de todos y cada uno de los diversos informes y recomendaciones. No s¨®lo se ha observado escaso progreso en la materia, sino que debemos reconocer, adem¨¢s, que la pobreza, el hambre y la desnutrici¨®n han continuado aumentando en muchos de los pa¨ªses del Sur. Un fen¨®meno an¨¢logo se ha observado recientemente en lo que a problemas inedioambientales se refiere, en un vertiginoso fact¨®r multiplicador".
No ser¨ªa demasiado original si digo que la Cumbre de la Tierra tiene tambi¨¦n las trazas de ser un derroche ret¨®rico y un fracaso pr¨¢ctico. De esta conferencia de Naciones Unidas sobre medio ambiente y desarrollo debiera salir una Carta de la Tierra, una especie de constituci¨®n planetaria medioambiental para el siglo XXI, y la Agenda 21, un programa resolutivo en el que concretar¨¢n objetivos, con plazos y medios para alcanzarlos. De hecho, habr¨¢ carta y habr¨¢ agenda, pero los portavoces de las organizaciones no gubernamentales que siguieron durante dos a?os las reuniones preparatorias han llegado a conclusiones descorazonadoras sobre su contenido final, en gran parte reducido al cap¨ªtulo de las buenas intenciones. Por decirlo al modo de Lao Ts¨¦, las palabras verdaderas han sido sustituidas por palabras agradables, y el mejor de los mundos posibles ha decorado la fachada del infierno.
Quiz¨¢ George Bush, de entre los gobernantes, es el gran hamleto de esta historia: comenz¨® present¨¢ndose como un adalidecologista y ahora, en la tesitura de tirar del ovillo, se con¨¢ume en las Judas. Paga la pena fijarse en ¨¦l no s¨®lo por su condici¨®n de dirigente de la mayor potencia mundial, sino tambi¨¦n porque ilustra como. pocos el drama de los gobernantes de nuestro tiemp¨²ante la encrucijada ecol¨®gica: no pueden decir la verdad, no pueden ocultar la verdad. No pueden ser pesimistas (?qui¨¦n confia sus votos, su coche y su hacienda a un pesimista?), pero tampoco son p¨¢nfilos. Bush pertenece a un ciclo de gobernantes que saben que ya no pueden ridiculizar los planteamientos ecol¨®gicos sin caer ellos mismos en el rid¨ªculo: su forma de ganar tiempo y hac¨¦rnoslo perder es situar en el campo de un indefinido futuro las grandes cuestiones. No pueden ignorar ya el nuevo sentido com¨²n de la cultura medioambientalista, pero son cautivos, de un modelo de progreso regresivo y sobreestiman a ciertos grupos de presi¨®n tanto como subestiman a los movimientos de opini¨®n que son la honra de nuestra ¨¦poca. Y es ah¨ª, en ese quiero y no puedo, puedo y no quiero, donde descarnan y despellejan a las palabras. El peral se hace olmo y nos increpa: "?Vosotros qu¨¦ os cre¨¦is?, ?vais a pedirle peras al olmo y uvas al sabugo?
La Cumbre va a tener, sin duda, algunas consecuencias positivas, pero resulta un poco simple, adem¨¢s de oneroso, pensar, como se ha afirmado, que ya es un ¨¦xito por el hecho de que se celebre. Gracias a los medios de comunicaci¨®n, la cita puede facilitar la divulgaci¨®n popular de aspectos medioambientales, y bien venido todo eso, pero el objetivo era mucho m¨¢s ambicioso. R¨ªo s¨®lo ten¨ªa sentido si se iba m¨¢s all¨¢, mucho m¨¢s all¨¢, de Estocolmo. R¨ªo deb¨ªa significar una inflexi¨®n hist¨®rica en el papel representado por los organismos intemacionales; pasar de la enunciaci¨®n a la resoluci¨®n. El secretario general de la Cumbre de la Tierra, Maurice Strong, ha insistido en que los representantes de casi dos centenares de Gobiernos no han podido estar trabajando en vano durante dos a?os. Ha insistido tambi¨¦n en que habr¨¢ un: programa, la Agenda 21, con financiaci¨®n comprometida y una gesti¨®n estable vinculada a la ONU.
Sin cuestionar algunos avances sectoriales, en otros aspectos la Cumbre de R¨ªo puede suponer un retroceso en relaci¨®n con la Declaraci¨®n de Estocolmo. As¨ª, en el campo de los principios, el proyecto de Carta de la Tierra evita pronunciarse contra las armas y pruebas nucleares y otras armas de destrucci¨®n masiva, aunque sugiere un poco de delicadeza y buenos mocTales en caso de guerra: "Los Estados deben, por tanto, respetar la ley internacional, protegiendo el medio ambiente en caso de conflicto armado y cooperar para su futuro desarrollo".
En el programa de actuaciones hay grandes lagunas que llaman la atenci¨®n sobre otras tantas prioridades. Greenpeace, con un seguimiento exhaustivo de las sesiones preparatorias, ha destacado carencias dificilmente explicables: no incluye un plan urgente para salvar lo que a¨²n queda de las selvas y bosques del,planeta, no incluye la prohibici¨®n permanente de los vertidos radiactivos al mar ni el objetivo de un futuro libre de la energ¨ªa nuclear, no hace referencia a la urgente necesidad de regular la industria de la biotecnolog¨ªa, no adopta medidas para prohibir la exportaci¨®n de residuos t¨®xicos, noadopta unas directrices para el desarrollo de una producci¨®n limpia...
Pero, sobre todo, de no mediar sorpresa, R¨ªo ser¨¢ citada en el pr¨®ximo siglo como la Cumbre de la Tierra en la que no se adopt¨® un calendario concreto para congelar y reducir progresivamente las emisiones de C02 y dem¨¢s gases de invernadero, con una relaci¨®n causal con el cambio clim¨¢tico y el calentamiento global del planeta. Panza arriba, fuertes intereses corporativos pugnan por retrasar lo inevitable. En el tira y afloja es comprensible que ellos tiren, pero no resulta tan normal que los que est¨¢n obligados a defender la salud y el futuro de la humanidad aflojen tan f¨¢cilmente.
Es cierto que la gente deber¨ªa confiar un poco m¨¢s en los gobernantes, sobre todo en aquellos que tiene, oportunidad de echar democr¨¢ticamente. Pero tambi¨¦n, y sobre todo, los gobernantes deber¨ªan confiar m¨¢s en la gente. Explicar que las conclusiones a las que lleva la raz¨®n pueden ser inc¨®modas pero necesarias, plantear objetivos m¨¢s ambiciosos y apostar por conseguirlos. Ver¨ªamos hasta qu¨¦ punto ser¨ªan seguidos.
De forma casi milagrosa, fundamentalmente gracias al trabajo de organizaciones no gubernamentales, en apenas 20 a?os se ha producido una toma de conciencia mundial sobre el medio. ambiente. Paralelamente, los problemas se han agravado por multiplicaci¨®n y acumulaci¨®n. Esa revoluci¨®n del pensamiento, que sintetiza roman-ticismo e ilustraci¨®n, puede ser acaso el rostro m¨¢s positivo y la mejor herencia de un siglo pr¨®digo en barbaridades. Nombrando las cosas por su nombre, es posible que ese pensamiento salve esas cosas al tiempo que devuelve algo de sentido y confianza a las palabras.
Se acerca la c¨¢mara y el entrevistador pregunta: "?Qu¨¦ busca en la vida?". Beckett, antes de perderse en una esquina, responde: "Agua. Por cierto, ?cu¨¢ndo dejar¨¢n de llamarle mal tiempo a la lluvia?".
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