La incertidumbre, mal econ¨®mico

TODO INDICA que el Gobierno habr¨¢ de tomar alguna decisi¨®n m¨¢s que la de elevar las retenciones a cuenta del impuesto sobre la renta si, lo que pretende es atajar el impresionante desfase existente entre los ingresos y gastos del Estado -el d¨¦ficit p¨²blico- y, en general, el progresivo deterioro de la econom¨ªa espa?ola, que se produce, adem¨¢s, en un contexto de clara debilidad de su ritmo de crecimiento.La informaci¨®n remitida esta semana por el Ministerio de Econom¨ªa y Hacienda al Congreso no ha hecho sino confirmar la agudizaci¨®n de una tendencia, que se mostraba ya de fonna expl¨ªcita en meses anteriores, calificada de preocupante por las propias autoridades econ¨®micas. Al t¨¦rmino del pasado mes de mayo, el d¨¦ficit de caja del Estado alcanzaba 1,097 billones de pesetas, un 55, 1 % superior al registrado en igual periodo del a?o anterior; la magnitud de ese desequilibrio equivale, pr¨¢cticamente, a la previsi¨®n inicial para el conjunto de este a?o, sin que existan elementos que permitan vislumbrar una alteraci¨®n significativa de esa tendencia en los meses que quedan; por el contrario, la contabilizaci¨®n de algunas partidas no incorporadas en esas cifras podr¨ªa ampliar el desequilibrio. A las desviaciones en los gastos originadas por el aumento de las transferencias al Instituto Nacional de Empleo (Inem) y a la Seguridad Social se a?ade otra m¨¢s intensa y significativa en los ingresos. Significativa por cuanto la disminuci¨®n en la recaudaci¨®n por impuestos directos, y en especial por el impuesto de sociedades (descenso de m¨¢s del 40%), refleja la debilidad de las expectativas empresariales en el pasado a?o, cuyas constantes siguen vigentes en 1992.

Es hora, por tanto, de revisar en profundidad el conjunto de los cap¨ªtulos de ingresos y gastos en las cuentas del Estado, como ha se?alado el secretario de Hacienda, pero tambi¨¦n de hacer lo propio con las circunstancias que posibilitan esos errores de c¨¢lculo y de m¨¦todo impropios de una Hacienda moderna. El reconocimiento de cuantos conceptos de gasto comprometido puedan afectar a las cuentas p¨²blicas deber¨ªa constituir el punto de partida de las actuaciones destinadas a un proceso de saneamiento que, irremediablemente, exigir¨¢ m¨¢s esfuerzos y sacrificios de los inicialmente previstos en la estrategia hacia la convergencia con Europa definida por el Gobierno.

Esa revisi¨®n, necesariamente, ha de afectar igualmente a algunas de las hip¨®tesis fundamentales relativas al comportamiento de nuestra econom¨ªa en que se fundamentaban tanto los Presupuestos como el programa de convergencia. Junto a las evidencias de un menor ritmo de activid¨¢d, de las que los recientes datos aportados por la encuesta de poblaci6 n activa (EPA) son s¨®lo una muestra, y la persistencia de los desequilibrios b¨¢sicos de la econom¨ªa, las posibilida-des de apoyo financiero cifradas en los presupuestos comunitarios de cohesi¨®n parecen desvanecerse y, con ellas, una de las ideas que estimularon el entusiasmo por la incorporaci¨®n de nuestro pa¨ªs al horizonte de la uni¨®n econ¨®mica y monetaria de Europa.

A la incertidumbre que hoy se cierne sobre la continuidad de ese proceso de integraci¨®n europea se a?aden factores m¨¢s espec¨ªficamente dom¨¦sticos -las dificultades de algunos grupos empresariales, el agotamiento de la legislatura, etc¨¦tera- que merman la confianza de los agentes econ¨®micos. Su recuperaci¨®n exige, por tanto, algo m¨¢s que ese prop¨®sito de enmienda anunciado por el secretario de Estado de Hacienda, ya que la peor f¨®rmula para manejar la coyuntura es esa inseguridad.

El Gobierno, sobre la base de un diagn¨®stico real y no voluntarista de la situaci¨®n, tiene la obligaci¨®n de actuar r¨¢pidamente, ofreciendo las medidas necesarias para, en -primer lugar, desvanecer la incertidumbre y, a la vez, corregir los desequilibrios b¨¢sicos. En definitiva, para situar de nuevo la econom¨ªa en una senda de crecimiento estable que, independientemente de las vicisitudes por las que atraviese el proceso, de ratificaci¨®n de los acuerdos alcanzados en Maastricht, redujera sus ya apreciables distancias respecto a esas economias con las que habr¨¢ de competir en un mercado definitivamente unificado a partir del pr¨®ximo a?o.

Si, en general, para cumplir las exigencias que conlleva la estrategia de convergencia con Europa era aconsejable todo el respaldo posible a la misma, en las circunstancias actuales el Gobierno est¨¢ forzado a posibilitar el mayor grado de acuerdo con las fuerzas sociales y empresariales, que, adem¨¢s de asumir los sacrificios que comportar¨¢ el ajuste presupuestario, posibilite la definici¨®n de una pol¨ªtica de rentas y la r¨¢pida y efectiva aplicaci¨®n de ese cap¨ªtulo de reformas estructurales hoy in¨¦dito. La sombra de la estabilizaci¨®n aparece de nuevo en la vida espa?ola.