Tonton, en Sarajevo
HAY QUE quitarse el sombrero. Sorprendiendo a propios y extra?os, el presidente Fran?ois Mitterrand se ha presentado intempestivamente en Sarajevo, la ciudad asediada por fuerzas regulares e irregulares serbias desde hace m¨¢s de tres meses. En ¨¦poca de crisis, de los valores y los hombres p¨²blicos, esta demostraci¨®n de habilidad, sentido de la oportunidad, amor al riesgo y espl¨¦ndidos reflejos de un viejo zorro de la pol¨ªtica mundial, independientemente de sus resultados, resulta un motivo de reconciliaci¨®n con la pol¨ªtica y, m¨¢s concretamente, con el ideario europe¨ªsta.'Las razones esgrimidas no pueden ser m¨¢s dignas: mostrar la solidaridad de los ciudadanos franceses -y, con ella, la de los pa¨ªses comunitarios- con un pueblo que entr¨® ya en la leyenda de los martirologios. El aterrizaje de Mitterrand trata de demostrar que las advertencias a los serbios lanzadas desde el Consejo Europeo de Lisboa no pertenecen al limbo de las buen as palabras. Los gestos, en pol¨ªtica, valen al menos tanto como los programas. La capacidad de iniciativa de Tonton, como cari?osamente le llaman los franceses, surge con m¨¢s imaginaci¨®n y pujanza en los momentos m¨¢s dif¨ªciles. Es lo que distingue a un pol¨ªtico de un bur¨®crata. La cumbre "no descarta recurrir a medios militares para alcanzar los objetivos. humanitarios", se?alaba el comunicado final del s¨¢bado. Con el viaje del presidente franc¨¦s, esta resoluci¨®n cobra verosimilitud. La apuesta es clara: o las armas ceden inmediatamente paso a la negociaci¨®n, o el gesto de desbloqueo legitima una dura intervenci¨®n posterior porque demuestra por s¨ª solo el agotamiento de la posibilidad de encauzar los enfrentamientos por la v¨ªa del di¨¢logo.
El cord¨®n umbilical que une la reuni¨®n de Lisboa con el viaje de Mitterrand revela que este ¨²ltimo constituye una nueva apuesta europe¨ªsta. Una apuesta que se lanza precisamente en momentos de vacas flacas, tras un Consejo Europeo de transici¨®n en el que la construcci¨®n comunitaria, aun sin retroceder, tampoco avanz¨® lo que en relaci¨®n con las urgencias de ritmo unificador supone un paso atr¨¢s relativo. Justo en ese instante, el pol¨ªtico franc¨¦s se persona en el epicentro del drama, sorprendiendo al mundo, conmocionando a Francia y perturbando a quienes consideran que las tareas pol¨ªticas no deben impregnarse del sentir de los ciudadanos, salvo cuando se busca su voto.
Este suceso admite, desde luego, una lectura en clave de pol¨ªtica interna de Francia, donde las perspectivas electorales del socialismo no pueden ser peores. Iniciativas de este sesgo -el sesgo de una grandeur personal algo teatral, muy al gusto escenogr¨¢fico del ciudadano medio del pa¨ªs vecino- pueden modificarlas. Pero, sobre todo, pueden constituir un factor de est¨ªmulo vivificador en el debate franc¨¦s sobre la ratificaci¨®n -en refer¨¦ndum- del Tratado de Maastricht, que tiene dividida a la opini¨®n p¨²blica del pa¨ªs y al mismo partido socialista. En ese envite, no s¨®lo Mitterrand, sino el propio proyecto de construcci¨®n europea, se juegan el todo por el todo.
Al final de su larga carrera, Fran?ois Mitterrand retorna la iniciativa en un mundo que pas¨® de la ilusi¨®n a la perplejidad. Es cierto que otra de las claves de su actitud estriba en adelantarse a EE UU, dispuesto tambi¨¦n a la utilizaci¨®n de la fuerza para resolver el conflicto: este viaje acarrea m¨²ltiples or¨ªgenes y diversas interpretaciones -internas y externas, europeas e internacionales, generales y partidistas-. Pero el caso es que el ¨²nico presidente de un pa¨ªs democr¨¢tico al que hemos visto salir dificultosamente de una tanqueta en Sarajevo es al anciano, err¨¢tico, empecinado y sabio Tonton. Chapeau.
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