Los ¨²ltimos d¨ªas de un pr¨ªncipe
Durante todo el mes de junio, Camar¨®n se debati¨® entre su fe en la ciencia y en la religi¨®n
El dolor no se le iba, y la mueca en la boca tampoco. En las cuatro ¨²ltimas semanas, Camar¨®n no comi¨® apenas; nada y de beber, s¨®lo agua o alg¨²n zumo. El ¨²nico vicio que mantuvo fue precisamente el que m¨¢s da?o le hac¨ªa por su enfermedad: los cinco o seis sigarriiitos diarios no hab¨ªa quien tuviera valor para neg¨¢rselos viendo la cara de pena con que los ped¨ªa. En una entrevista publicada hace dos semanas, Camar¨®n y su mujer, Dolores Montoya, se mostraron esperanzados en su lucha contra la muerte. "Tiene demasiado miedo y poca fe en el culto, por eso no se salvado ya", dijo ella.
El hijo de Juana la Canastera estaba destinado a revolucionar el flamenco cuando naci¨® hace 42 a?os en la Isla de San Fernando. Su melena, su ropa, su forma de andar y de ver la vida eran copiadas 20 a?os despu¨¦s por miles de personasLos gitanos que ocupaban las primeras filas en sus recitales, a la tercera canci¨®n le gritaban cruzando los brazos en forma de aspa: "Ya vale, no cantes m¨¢s que lo aprenden los payos". Los payos no aprendieron... ni los gitanos tampoco.
Se entregaba a todo con la misma fuerza, y la droga no iba a ser una excepci¨®n. Primero el hach¨ªs, despu¨¦s la cocaina, m¨¢s tarde la hero¨ªna, y desde hace cuatro a?os s¨®lo la coca¨ªna. Esta ¨²ltima no la tocaba desde hac¨ªa cinco meses.
Durante sus ¨²ltimos d¨ªas cont¨® con m¨¦dicos en su entorno afectivo partidarios de los calmantes, a¨²n a costa de que el hombre permaneciera la mayor parte del d¨ªa dormido. Pero los doctores de la cl¨ªnica Germans Trials i Pujol decidieron acariciar el dolor con peque?as dosis.
Una de las peores consecuencias que acarrea la enfermedad que sufr¨ªa el mito es que todos los amigos llaman al enfermo proponiendo un m¨¦dico, un curandero o un pastor evangelista infalible que lo cura con ponerle las manos en la frente.
?l cre¨ªa en todos y en ninguno. El hombre que introdujo sonidos y ritmos desconocidos hasta entonces en el flamenco parec¨ªa a ratos el m¨¢s fervoroso partidario del culto evangelista y minutos m¨¢s tarde se entregaba con la misma fe a un tratamiento de quimioterapia. "Que la quimio es muy dura, hombre, y la gente se queda calva", dec¨ªa un ¨ªntimo amigo suyo de Madrid. "Ya ver¨¢s cuando Camar¨®n haga as¨ª, se mire en un espejo y se vea clavo... Si me deja a m¨ª lo llevo hace un mes a un curandero de Castell¨®n que le cura eso". Camar¨®n y su mujer iban a ir con ese amigo el pr¨®ximo lunes a Castell¨®n. Y a donde hiciera falta. Ya le hab¨ªan propuesto otro gran m¨¦dico alem¨¢n.
De momento, el pasado fin de semana aterriz¨® en Barcelona, con tres familiares y un corte de pelo que hace menos de treinta d¨ªas le pag¨® su amigo Giner. El cantaor no ten¨ªa fuerza para salir solo a la calle y este hombre escu¨¢lido y entrado en a?os le dec¨ªa: "Ni?o mimaao, que tienes que hacer ejercicio, hombre. En dos meses te curo o te tiro al r¨ªo". La mueca de Camar¨®n se abr¨ªa en una sonrisa grande y dolorosa.
Jos¨¦ Fern¨¢ndez, Tomatito, gitano, hijo y nieto de Tomate, y padre de varios tomatitos, declar¨® con los ojos h¨²medos hace dos semanas: "Si hay una cosa que me pondr¨¢ negro es que cuando ocurra algo [se refer¨ªa a la posible muerte de Camar¨®n] los periodistas pregunten: '?Para ti qu¨¦ fue Camar¨®n?". Para ¨¦l lo fue todo. Camar¨®n lo cogi¨® con 15 a?os y lo convirti¨® en lo que es: uno de los mejores guitarristas flamencos del mundo.
La pregunta que se hac¨ªa a s¨ª mismo entonces era: "Despu¨¦s de tocar con este monstruo de los monstruos, ?a qui¨¦n le toco yo ahora la guitarra?".
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.