Las razones de mi renuncia al sacerdocio
Hay momentos en la vida en que una persona, para ser fiel a s¨ª misma, tiene que cambiar. Yo he cambiado. No de batalla, sino de trinchera. Dejo el ministerio presbiteral, pero no la Iglesia. Me alejo de la Orden Franciscana, pero no del sue?o tierno y fraterno de san Francisco de As¨ªs.Contin¨²o y ser¨¦ siempre te¨®logo, de matriz cat¨®lica y ecum¨¦nica, a partir de los pobres, contra su pobreza, y a favor de su liberaci¨®n. Quiero comunicar a los compa?eros y compa?eras de camino las razones que me han llevado a una tal decisi¨®n.
Primero de todo digo: salgo para mantener la libertad y para continuar un trabajo que me era fuertemente impedido. Este: trabajo ha significado la raz¨®n de mi lucha de los ¨²ltimos 25 a?os. No ser fiel a las razones que dan sentido a la vida significa perder la dignidad y diluir la propia identidad. No lo hago. Y pienso que tampoco Dios lo quiere. Recuerdo la frase de Jos¨¦ Mart¨ª, destacado pensador cubano del posible, pasado: "No es posible que Dios ponga en la cabeza de una persona el pensamiento y que un obispo, que no es tanto como Dios, proh¨ªba expresarlo".
Pero rehagamos un poco el recorrido.
A partir de los a?os setenta, junto con otros cristianos, intent¨¦ conjugar el Evangelio con la justicia social, y el grito de los oprimidos con el Dios de la vida. De esto result¨® la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, la primera teolog¨ªa latinoamericana de relevancia universal. Con ella busc¨¢bamos rescatar el potencial liberador de la fe cristiana y actualizar la memoria peligrosa de Jes¨²s, rompiendo con aquel c¨ªrculo f¨¦rreo que ten¨ªa al cristianismo prisionero de los intereses de los poderosos.
Esto nos llev¨® a la elecci¨®n de los pobres y excluidos. Ellos nos evangelizaron. Nos hicimos m¨¢s humanos y m¨¢s sensibles a su pasi¨®n. Y tambi¨¦n m¨¢s l¨²cidos al descubrimiento de los mecanismos que siempre de nuevo les hacen sufrir. De la sagrada ira pasamos a la pr¨¢ctica social y a la reflexi¨®n comprometida. Soportamos, en comuni¨®n con ellos, la maledicencia de aquellos sectores sociales que encuentran en el cristianismo tradicional un aliado para mantener los propios privilegios bajo el pretexto de la preservaci¨®n del orden que es, para las grandes mayor¨ªas, pura y simplemente desorden. Hemos sufrido cuando hemos sido acusados, por nuestros hermanos de fe, de herej¨ªa o de pacto con el marxismo y cuando hemos visto romperse p¨²blicamente v¨ªnculos de fraternidad. Siempre he sostenido la tesis de que una Iglesia es verdaderamente solidaria con la liberaci¨®n de los oprimidos s¨®lo cuando ella misma, en su vida interna, supera estructuras y comportamientos que implican la discriminaci¨®n de las mujeres, la disminuci¨®n de los valores de los laicos, la falta de confianza en las libertades modernas y en el esp¨ªritu democr¨¢tico y la excesiva concentraci¨®n del poder sagrado en las manos del clero.
Con frecuencia he hecho esta reflexi¨®n que aqu¨ª repito: lo que es error en la doctrina sobre la Trinidad no puede ser verdad, en la doctrina sobre la Iglesia. Se ense?a que en la Trinidad no puede haber jerarqu¨ªa. Todo subordinacionismo es aqu¨ª her¨¦tico. Se ense?a que personas divinas son de igual dignidad, de igual bondad, de igual poder. La naturaleza ¨ªntima de la Trinidad no es la soledad, sino la comuni¨®n. La pericoresis (mutua relaci¨®n) de la vida y del amor une a los Tres divinos con tal radicalidad que no tenemos tres dioses, sino un solo Dios-comuni¨®n. Sin embargo, de la Iglesia se dice que es esencialmente jer¨¢rquica y que la divisi¨®n entre cl¨¦rigos y laicos es de instituci¨®n divina.
Un torniquete que se estrecha
No estamos contra la jerarqu¨ªa. Si ha de existir la jerarqu¨ªa, ya que esto puede ser un leg¨ªtimo imperativo cultural, ser¨¢ siempre, en un buen raciocinio teol¨®gico, jerarqu¨ªa de servicios y funciones. Si no resulta as¨ª, ?c¨®mo se puede verdaderamente afirmar que la Iglesia es icono-imagen de la Trinidad? ?D¨®nde va a parar el sue?o de Jes¨²s de una comunidad de hermanos y de hermanas si existen tantos que se presentan como padres y maestros cuando ?l ha dicho expl¨ªcitamente que tenemos un solo padre y un solo maestro, (Cfr. Mt., 23, 8-9). La forma actual de organizar la Iglesia (no ha sido siempre as¨ª en la historia de la Iglesia) crea y reproduce demasiadas desigualdades en vez de actualizar y hacer posible la utop¨ªa fraterna e igualitaria de Jes¨²s y de los ap¨®stoles.
Por tales y semejantes proposiciones, que por lo dem¨¢s se infieren en la tradici¨®n prof¨¦tica del cristianismo y en el proyecto de los reformadores a comenzar desde san Francisco de As¨ªs, he ca¨ªdo bajo la severa vigilancia de las autoridades doctrinales del Vaticano. Esta vigilancia ha sido, directamente o por interpuesta autoridad, como un torniquete que se ha estrechado siempre m¨¢s hasta hacer pr¨¢cticamente imposible mi actividad teol¨®gica de profesor, conferenciante, consejero y escritor.
Desde el a?o 1971 he recibido frecuentemente cartas y amonestaciones, restricciones y castigos. No se diga que no he colaborado. He respondido a toda carta. He negociado por dos veces mi temporal alejamiento de la c¨¢tedra. En 1984 afront¨¦ en Roma el di¨¢logo con la m¨¢s alta autoridad doctrinal de la Iglesia cat¨®lica romana. Acog¨ª el texto de condenaci¨®n de varias de mis opiniones en 1985.
Y despu¨¦s (contra el sentido del derecho, pues me hab¨ªa sometido a todo) fui castigado con un tiempo de silencio obsequioso. Acept¨¦ diciendo: "Prefiero caminar con la Iglesia (de los pobres y de las comunidades eclesiales de base) que caminar solo con mi teolog¨ªa".
Fui destituido de la Revista Eclesi¨¢stica Brasile?a y alejado de la direcci¨®n de la editorial Vozes. Me impusieron un estatuto especial, ajeno a las normas del derecho can¨®nico, oblig¨¢ndome a someter todo escrito m¨ªo a una doble censura previa, una interna de la Orden Franciscana y otra del obispo a quien compete dar el imprim¨¢tur.
He aceptado todo y a todo me he sometido.
Entre 1991 y 1992, el cerco se ha cerrado todav¨ªa m¨¢s. Fui alejado de la revista Vozes (la m¨¢s antigua revista cultural de Brasil, de 1904); se impuso la censura a la editorial Vozes y a todas las revistas que ella publica. Me fue impuesta de nuevo la censura previa a todo escrito, art¨ªculo o libro. Y fue aplicada con celo. Y por un tiempo indeterminado habr¨ªa tenido que alejarme de la ense?anza de la teolog¨ªa.
La experiencia subjetiva que he sacado en estos 20 a?os de relaci¨®n con el poder doctrinal es ¨¦sta: este poder es cruel y sin piedad. No olvida nada, no perdona nada, exige todo. Y para alcanzar su fin, se toma el tiempo necesario y elige los medios oportunos. Act¨²a directamente o usa instancias intermedias u obliga a los propios hermanos de la Orden Franciscana a cumplir una funci¨®n que compete, por derecho can¨®nico, s¨®lo a quien tiene autoridad doctrinal (obispos y la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe).
Tengo la sensaci¨®n de haber llegado ante un muro. No puedo avanzar ni un paso m¨¢s. Retroceder implicar¨ªa sacrificar la propia dignidad y renunciar a una lucha de tantos a?os. No todo es l¨ªcito en la Iglesia. El mismo Jes¨²s fue muerto para testimoniar que no todo es l¨ªcito en este mundo. Existen l¨ªmites intraspasables: el derecho, la dignidad y la libertad de la persona humana. La Iglesia jer¨¢rquica no posee el monopolio de los valores evang¨¦licos ni la Orden Franciscana es la ¨²nica heredera del Sol de As¨ªs. Existe tambi¨¦n la comunidad cristiana y el torrente de tierna fraternidad franciscana en los cuales podr¨¦ situarme con jovialidad y libertad.
Antes que amargarme y ver destruidas en m¨ª las bases humanas de la fe y de la esperanza cristiana y golpeada la imagen evang¨¦lica del Dios-comuni¨®n de personas, prefiero cambiar de camino, no de direcci¨®n. Las motivaciones eje que han inspirado mi vida continuar¨¢n inalterables: la lucha por el Reino que comienza desde los pobres, la pasi¨®n por el Evangelio, la compasi¨®n con los sufrientes de este mundo, el compromiso de liberaci¨®n de los oprimidos, la articulaci¨®n entre el pensamiento m¨¢s cr¨ªtico con la realidad m¨¢s inhumana y el empe?o de cultivar la ternura hacia todo ser creado, a la luz del ejemplo de san Francisco de As¨ªs.
No dejar¨¦ de amar el car¨¢cter mist¨¦rico de la Iglesia y de comprender sus l¨ªmites hist¨®ricos con lucidez y con la necesaria tolerancia. Existe innegablemente una grave crisis en la actual Iglesia cat¨®lica romana. Se confrontan duramente dos posiciones de fondo. La primera cree en la fuerza de la disciplina y la segunda en la fuerza intr¨ªnseca al curso de las cosas. La primera piensa que la Iglesia tiene necesidad de orden y por esto basa todo en la obediencia y en la sumisi¨®n de todos. Esta posici¨®n es propia por lo dem¨¢s de los sectores hegem¨®nicos de la administraci¨®n central de la Iglesia. La segunda piensa que la Iglesia tiene necesidad de liberarse, y para ello tiene fe en el Esp¨ªritu que fermenta la historia y en las fuerzas vitales que como humus confieren fecundidad al milenario cuerpo eclesial. Esta posici¨®n est¨¢ representada por sectores importantes de las Iglesias perif¨¦ricas, del Tercer Mundo y de Brasil.
La fe como superaci¨®n del miedo
Indiscutiblemente, yo me coloco en la segunda posici¨®n, en la de aquelloss que han hecho de la fe la superaci¨®n del miedo, que esperan en el futuro de la flor sin defensa y en las ra¨ªces invisibles que alimentan al ¨¢rbol.
Hermanos y hermanas, compa?eros de camino y de esperanza; que este mi gesto no os descorazone en la lucha por una sociedad en la que sea menos dif¨ªcil la colaboraci¨®n y la solidaridad, puesto que a esto nos invita la pr¨¢ctica de Jes¨²s y el entusiasmo del Esp¨ªritu. Ayudemos a la Iglesia institucional a ser m¨¢s, evang¨¦lica, compasiva, humana y empe?ada en la libertad y la liberaci¨®n de los hijos y de las hijas de Dios.
No caminemos de espaldas al futuro, sino con los ojos bien abiertos para discernir en el presente los signos de un nuevo mundo que Dios quiere, y dentro de este mundo un nuevo modo de ser Iglesia: comunal, popular, liberador y ecum¨¦nico.
Por lo que a m¨ª toca, quiero con mi trabajado intelectual empe?arme en la construcci¨®n de un cristianismo indio-afro-americano inculturado en los cuerpos, en la piel, en las danzas, en los sufrimientos, en la alegr¨ªa y en las lenguas de nuestros pueblos, como respuesta al Evangelio de Dios que todav¨ªa no ha sido plenamente dada despu¨¦s de 500 a?os de presencia cristiana en el continente.
Continuar¨¦ en el sacerdocio universal de los creyentes que es pura expresi¨®n del sacerdocio del laico Jes¨²s, como nos recuerda el autor de la carta a los hebreos (7, 14; 8,4). No salgo triste de esta situaci¨®n, sino lleno de paz, hago m¨ªa en efecto la poes¨ªa del que es nuestro mayor poeta, Fernando Pessoa: "?Ha valido la pena? Todo vale la pena / si el alma no es peque?a
Siento que mi alma, con la gracia de Dios, no ha sido peque?a. Unidos en el camino y en la gracia de Aquel que conoce el secreto y el destino de cada uno de nuestros pasos, os saludo con paz y bien. Leonardo Boff.
Traducido por Benjam¨ªn Forcan
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