El triunfo de Muti y la Scala de Mil¨¢n
La expectaci¨®n suscitada por la Traviata se mantuvo ante el R¨¦quiem de Verdi, interpretado por los coros y la orquesta de la Scala de Mil¨¢n, dirigidos por Riccardo Muti, y con la colaboraci¨®n de un cuarteto solista de toda solvencia y, en algunos casos, de m¨¦ritos sobresalientes.Cuando vino a Madrid por vez primera el maestro napolitano para dirigir la Orquesta Nacional en 1970 ten¨ªa 29 a?os, hac¨ªa cuatro que hab¨ªa obtenido el diploma en el conservatorio milan¨¦s como disc¨ªpulo de Antonino Votto y tres de su triunfo al hacerse con el Premio Guido Antelli. Supe de ¨¦l por el music¨®logo Remo Giazoto, y pude hacer algo para su pronta venida a Madrid. Recuerdo un magn¨ªfico A Italia, de Strauss, su colaboraci¨®n con el pianista Orozco, en el segundo concierto de Prok¨®fiev, y su gran temple rosiniano en Semiramis. A?o y medio m¨¢s tarde, ya triunfador en Salzsburgo, volvi¨® al podio de la ONE enarbolando una doble bandera musical italiana: Vivaldi (Stabat mater y Magn¨ªficat) y Verdi, con las cuatro piezas sacras. Muti hizo maravillas de musicalidad y expresividad, y organiz¨® de manera deslumbrante el juego de luces y sombras que forma la gran decoraci¨®n del barroco.
Misa de R¨¦quiem
Verdi. Orquesta y coro de la Scala, Director: R. Muti. Director del coto: R . Gabbiani. Solistas: D. Dessi, L. D'Intino, R. Lech y P. Pilska. Teatro de La Maestranza. Sevilla, 11 de julio.
Nunca es in¨²til hacer, un poco de historia. Menos, en esta ocasi¨®n, cuando acabamos de escuchar a Riccardo Muti una misa de muertos de Verdi no ya convincente, sino verdaderamente irresistible, avasalladora en su c¨²mulo de bellezas y, sobre todo, en la fiel recreaci¨®n de tan altos pentagramas desde su misma sustancialidad.
El fen¨®meno Verdi se define precisamente y en todos sus g¨¦neros por la naturaleza representativa de toda su m¨²sica, y aun dir¨ªa que la gran historia musical de Italia se hace desde lo representativo o desde la dramaturgia instrumental. La gran diferencia entre Palestrina y Victoria, en la edad de oro de la polifon¨ªa, es que el primero tiene mucho de esplendor glorificante, de "gran, teatro del mundo", mientras el abulense, en su proceso de introspecci¨®n m¨ªstica, no llega a otras formas de representaci¨®n que las de la sufrida imaginer¨ªa castellana. El caso Verdi es distinto: ha pasado el tiempo y mudaron las expresiones de los sentimientos aludidos por Monteverdi como afectos y pasiones.
Riccardo Muti dirige el R¨¦quiem desde esa interioridad de tan rara fuerza expansiva en el canto, el tiempo y el espacio. Yo no s¨¦ usar otra palabra para decir lo que Muti hace en el R¨¦quiem de Verdi sino la de veracidad. Desde ella hizo cosas hermosas la soprano genovesa Daniela Desso, de voz bell¨ªsima y t¨¦cnica f¨¢cil, esto es, dominada.
A su lado, la mezzo Luciana D'Intino nos dio lecci¨®n es de penetrante sobriedad a trav¨¦s de un color vocal igualado y raptante. Un poco distanciados, como manda la vieja cortes¨ªa, los solistas masculinos: ¨ªmpetu, gran brillo y aliento en el tenor americano Richard Leech; nobleza y be lleza desigual, seg¨²n la tesitura, en el bajo de Pensilvania Paul Plishka, cuyas condiciones son perfectamente adecuadas para el R¨¦quiem.
La Scala de Mil¨¢n puede sentirse orgullosa de su coro (que dirige Roberto Gabbiani) y de su orquesta, de tanta flexibilidad como para servir con prontitud la movilidad que en todos los ¨®rdenes pide el mando imperativo de Riccardo Muti, un maestro en el que se dan cita los conceptos de la gran tradici¨®n europea y la potencia de los conductores de nuestro tiempo. La noche, presidida por, la reina Sof¨ªa, fue de ¨¦xito excepcional en el teatro de La Maestranza.
Babelia
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