En el fondo de un pozo
Vuelve a verse en los peri¨®dicos la cara joven de asombro y de bondad que ten¨ªa Enrique Ruano hace 23 a?os, y junto a ella se publica la fotograf¨ªa del patio de luces a donde dijeron entonces que se hab¨ªa arrojado, un patio de luces que tiene, como todos, una sugesti¨®n de pozo sin fondo y de abismo dom¨¦stico, y que para Enrique Ruano, un d¨ªa helado de enero de 1969, fue no s¨®lo un pozo y un abismo, sino tambi¨¦n una fosa, un rect¨¢ngulo de cemento sucio y final donde su cuerpo rebot¨® y se qued¨® inm¨®vil y torcido como un garabato definitivo de la muerte. Puede que alguien, aquel d¨ªa, en alguna de las habitaciones de penumbra gris que dan ¨¢ todos los patios de luces, oyera un grito y un golpe sordo y al asomarse a la ventana viera algo que despu¨¦s no se atrevi¨® a contar. Los patios de luces tienen paredes turbias de s¨®tano y ventanas a las que m¨¢s vale no asomarse para no espiar involuntariamente rostros empalidecidos por una cautividad de habitaciones interiores, de dormitorios siempre a oscuras y cuartos de pensi¨®n. En el espacio del fondo hay como un purgatorio de pinzas de ropa y prendas ca¨ªdas de los tendedores, una mugre que s¨¦ acumula con los a?os y en la que nunca falta un holl¨ªn de cocinas y un eco confuso de tareas dom¨¦sticas y gritos familiares.A los patios de luces se asoman los suicidas cobardes y los opositores sofocados por la luz del flexo y el calor de las noches insomnes. A lo mejor fue por eso por lo que los polic¨ªas y los jueces de entonces dijeron que Enrique Ruano se hab¨ªa tirado por la ventana de un patio interior. Algo parecido dijeron unos a?os antes de Juli¨¢n Grimau, al que tiraron, despu¨¦s de torturarlo, a un patio interior de la Direcci¨®n General de Seguridad, pero sin duda lo hicieron caer desde una ventana menos alta, porque luego a¨²n tuvieron ocasi¨®n de fingir que lo juzgaban, de condenarlo a muerte y fusilarlo cumpliendo tan escrupulosamente las leyes que hace un par de a?os el Tribunal Supremo tuvo a bien confirmarle p¨®stumamente la condena.
En enero de 1969, cuando Enrique Ruano qued¨® aplastado y deshecho en el fondo de un patio de luces, las personas de mi generaci¨®n a¨²n ¨ªbamos a misa y estudi¨¢bamos una asignatura titulada Formaci¨®n del Esp¨ªritu Nacional. Tal vez o¨ªmos de pasada en alg¨²n noticiario la historia del estudiantes suicida, pero su nombre s¨®lo se nos volvi¨® familiar unos a?os m¨¢s tarde, en la Universidad, cuando compa?eros de los ¨²ltimos cursos nos contaron el terror del estado de excepci¨®n y las infamias inventadas para ensuciar la memoria de un muerto y convertir un crimen en suicidio. En nuestra ¨¦pica heredada, el cuerpo roto en el fondo de un pozo y las pilas de peri¨®dicos calumniadores ardiendo en las avenidas de la Ciudad Universitaria fueron episodios que nos aliaban para siempre al heroismo y al miedo. Juli¨¢n Grimau era, para nosotros, una figura imperiosa, pero demasiado lejana. Enrique Ruano pertenec¨ªa no al tiempo de la historia, sino al de nuestras vidas, a una generaci¨®n que pod¨ªa haber sido la de nuestras hermanos mayores, y la muerte lo dej¨® helado en una juventud instant¨¢nea y lentamente anacr¨®nica, en una actitud ya invulnerable de generosidad y estupor. Cada ano, hacia finales de enero, yo ve¨ªa en este peri¨®dico una esquela con su nombre, y pensaba que alguien no lo hab¨ªa olvidado, que en el breve espacio alquilado de la conmemoraci¨®n se escond¨ªa un gesto de lealtad. Ahora, hoy, abro el peri¨®dico y vuelvo a ver no s¨®lo el nombre y la cara de Enrique Ruano, sino tambi¨¦n el patio de luces donde termin¨® su vida, y leo que los jueces, 23 a?os despu¨¦s, van a dictaminar de nuevo la causa de su muerte. Como augures, los forenses vuelven a examinar sus restos, y los mismos polic¨ªas que aquella vez dijeron haberlo visto correr esposado hacia la ventana de un s¨¦ptimo piso se asoman a ella y ven las paredes sombr¨ªas, las hileras de cristales opacos, el rect¨¢ngulo ahora vac¨ªo donde entonces yaci¨® el cuerpo ensangrentado y todav¨ªa palpitante de un hombre. La ciudad donde estas cosas suceden se parece muy poco a la de entonces, y hasta la calle que vio Enrique Ruano por ¨²ltima vez el, 21 de enero de 1969 ha cambiado de nombre, pero es seguro que el patio interior permanecer¨¢ id¨¦ntico, tan refractario al tiempo como a la luz del sol, con sus cristales cerrados y sus paredes sucias, como un pozo en el que resuenan voces sin nombre y una fosa que no es posible todav¨ªa cerrar.
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