El puchero de garbanzos
Pasando el otro d¨ªa junto a unas viviendas sociales del barrio de Usera o¨ª c¨®mo unos vigilantes jurados comentaban, en tono de queja, la facilidad con que los gitanos consiguen pisos sociales a pesar de esas furgonetas Mercedes que cuestan m¨¢s de cinco kilos de sus cuantiosos ingresos no declarados en la venta ambulan te; c¨®mo esos otros pinchan la electricidad de sus chabolas en el tendido p¨²blico; se apropian de parcelas ajenas, etc¨¦tera. Confieso que al principio ca¨ª en la trampa, y m¨¢s o menos en el mismo tono, incluso a?adiendo algo de mi cosecha, se lo cont¨¦ a mi mujer. Pero como ella por su trabajo conoce m¨¢s de cerca estos problemas, me dijo: "?Y por qu¨¦ no pueden defraudar a Hacienda? ?Acaso no son espafioles?". Nunca dos frases tan simples me hab¨ªan dejado tan desarmado. Efectivamente, sin devanarme mucho los sesos, entre mis compa?eros m¨¢s pr¨®ximos conozco a tres que tienen puenteado el contador de la luz, a cinco que o han rechazado trabajo formalmente porque prefieren seguir cobrando el paro y las chapuzas o tienen dos trabajos incompatibles. Y qu¨¦, decir en cuanto a la declaraci¨®n del impuesto sobre la renta. Tengo un amigo que creo que no defrauda a Hacienda, aunque ¨¦l no me lo ha confesado por verg¨¹enza. Hacienda es, hoy (l¨ªa, el puchero de garbanzos de Las bicicletas son para el verano. Mientras no nos ven e incluso antes de estar el cocido acabado, todos vamos metiendo la cuchara por ver c¨®mo est¨¢ de sal. Cuando llega la hora de comer ponemos el puchero en la mesa, pero, claro, ya no quedan garbanzos. ?Qu¨¦ m¨¢s da -dir¨¢ alguien entonces- si ya hemos comido de a poquito! Pues mire usted, las urracas que rapi?an de a poquito Pasa a la p¨¢gina siguiente
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con su actitud legitiman a los cuervos del cuchar¨®n e incluso a alg¨²n que otro raposo cocinero.-
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