El campo republicano
LA CONVENCI?N celebrada recientemente en Nueva York por el Partido Dem¨®crata fue un acontecimiento lleno de colorido y m¨²sica, pero, sobre todo, pol¨ªticamente homog¨¦neo y propagand¨ªsticamente eficaz. Tanto que el equipo Clinton-Gore no s¨®lo supera en las preferencias de voto por casi 20 puntos al formado por Bush y Quayle (cosa que suele ser habitual a mitad de campa?a y despu¨¦s de la convenci¨®n del partido opositor), sino que proyecta una clara imagen de juventud, agresividad y coherencia, suficientes para ganar en noviembre. A medida que se aproxime la fecha de la elecci¨®n, sin embargo, estas diferencias se limar¨¢n, y en los d¨ªas previos al 3 de noviembre es probable que la separaci¨®n entre los dos candidatos sea m¨ªnima.Esto coloca la pelota en el tejado republicano. Se aproxima la fecha de la Convenci¨®n del Grand Old Party en Houston (a mediados de agosto), y los republicanos llegan a ella llenos de angustia y hasta con las t¨¢cticas electorales sin decidir. Peor a¨²n: no saben qu¨¦ es mejor, si quedarse con el lastre de Dan Quayle como candidato a la vicepresidencia o prescindir de ¨¦l. En un caso les parece que se arriesgan a perder, y en el otro, tambi¨¦n, por la confesi¨®n impl¨ªcita de que -dada la ineficacia del personaje- se le destituye como recurso final movido por el p¨¢nico.
El vicepresidente Quayle ha garantizado siempre la fidelidad de los votos m¨¢s conservadores del espectro pol¨ªtico republicano, pero no es seguro que en esta ocasi¨®n los comicios se decidan en esa ala derecha. Por el contrario, se dir¨ªa que en noviembre resultar¨¢ elegido el candidato que con m¨¢s eficacia se haya aproximado al centro, no de su partido, sino del pa¨ªs entero. La mera lectura del programa dem¨®crata lo. atestigua. Un vicepresidente es un presidente en potencia, y no parece que en esta ocasi¨®n, a juzgar por las e?cuestas, los norteamericanos quieran ver a Dan Quayle en la Casa Blanca. En todo caso, el presidente Bush tiene pocos d¨ªas para decidirse por otro compa?ero de campa?a; pero es persona que no gusta de cambiar a la gente de la que se rodea y le va a costar mucho explicar a Quayle que ya no le sirve. As¨ª es la veta reveladora de su car¨¢cter profundamente puritano.
Dicho lo cual, le llega, como hace cuatro a?os, un refuerzo importante, que sin duda tomar¨¢ por ¨¦l la decisi¨®n sobre la vicepresidencia. James Baker, hasta ahora secretario de Estado, ha dimitido y se suma al equipo electoral como director de campa?a. En 1988 fue clave a la hora de decidir la estrategia de los meses finales, y a su visi¨®n y dureza puede atribuirse la superaci¨®n de los 17 puntos de desventaja que en agosto llevaba Bush con relaci¨®n a Dukakis, el candidato Finalmente perdedor. En cualquier caso, los estrategas especulan ya con el reparto probable de votos por Estados, se?al de que ambos, republicanos y dem¨®cratas, esperan una elecci¨®n presidencial muy re?ida. Por una parte queda la inc¨®gnita de hacia d¨®nde se inclinar¨¢n los votos que ha dejado Perot al retirarse de la lucha; es cuesti¨®n abierta, y los dos candidatos intentan seducirlos, pero siempre se ha dicho que los partidarios del millonario tejano son, como Clinton, conservadores fiscales y liberales en materia social.
Por lo que hace a los republicanos, hasta sus adversarios conceden que, con seguridad, en los comicios de noviembre se llevar¨¢n Estados fundamentales como Tejas, Florida y los sure?os (el cotton belt, el cintur¨®n del algod¨®n), los peque?os del Oeste y alguno del Noreste. Se sabe, por otra parte, que Clinton ganar¨¢ en California (el Estado que m¨¢s delegados env¨ªa al colegio electoral) y en los otros grandes de la costa del Pac¨ªfico, y que probablemente emular¨¢ los buenos resultados que obtuvo Dukakis hace cuatro a?os en la costa Este. Y al final se. dir¨ªa que, como siempre, la elecci¨®n se decidir¨¢ en los Estados del Medio Oeste.
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