Huelga en Sur¨¢frica
LA HUELGA general convocada en Sur¨¢frica por el Congreso Nacional Africano (ANC), junto con otras fuerzas pol¨ªticas y sindicales, ha sido un ¨¦xito rotundo: se puede discutir sobre la cifra exacta de participantes, que, en cualquier caso, hay que contar por millones, pero no cabe duda de que las barriadas negras quedaron desiertas o paralizadas y que el transporte, si circulaba, lo hac¨ªa vac¨ªo. Los choques sangrientos que se han producido en ciertos lugares -como con secuencia sobre todo de la actitud de sabotaje adoptada por la organizaci¨®n Inkhata, que agrupa a gran parte de la poblaci¨®n zul¨²- no pueden aminorar el significado de estas jornadas de movilizaci¨®n, que ser¨¢n seguidas de otras manifestaciones para presionar sobre el Gobierno blanco de Pretoria. La huelga tiene un car¨¢cter directamente pol¨ªtico: se trata de obtener que el presidente De Klerk acepte las condiciones pedidas por el ANC para reanudar las negociaciones sobre el futuro sistema pol¨ªtico, que deber¨¢ implantar una democracia aut¨¦ntica.El obispo Desmond Tutu, premio Nobel de la Paz, en unas declaraciones hechas despu¨¦s de la primera jornada de huelga, insisti¨® en que ¨¦sta hab¨ªa sido un ¨¦xito para sus organizadores, y agreg¨®: "El Gabinete deber¨ªa aceptar que ha sido la respuesta de un pueblo que quiere un Gobierno de transici¨®n. Ya que no tenemos derecho de voto, ha sido nuestra manera de manifestar nuestra voluntad". En efecto, el objetivo de la huelga no es derribar el Gobierno de De Klerk -como lo ha dicho claramente el propio Nelson Mandela-, sino crear condiciones para una nueva etapa en las negociaciones entre el Gobierno y el ANC. Estas negociaciones se rompieron el pasado 17 de junio cuando, en la barriada negra de Boipatong, se produjo una matanza de 40 ciudadanos negros. En realidad, y por decisivos que hayan sido los pasos dados por De Klerk para acabar con el apartheid, muchos datos confirman que en el aparato represivo de su Gobierno perduran los viejos m¨¦todos: ayudas al Inkhata para provocar matanzas entre negros y disparos salvajes contra manifestantes en las barriadas negras.
En esas condiciones se comprende que Nelson Mandela, presionado por el ala radical de su movimiento, haya decidido convocar la huelga, si bien es un instrumento no carente de riesgos, sobre todo en tiempos de declive econ¨®mico. En todo caso, NeIson Mandela ha avanzado dos demandas principales para reanudar las negociaciones: primero, crear un Gobierno de transici¨®n en el que participen los negros, en espera de la nueva Constituci¨®n, que deber¨¢ otorgar iguales derechos a todos los ciudadanos del pa¨ªs; segundo, que la ONU env¨ªe observadores susceptibles de comprobar lo que realmente ocurre y de ayudar a la reanudaci¨®n del di¨¢logo entre las partes.
Este segundo punto est¨¢ pr¨¢cticamente resuelto: el norteamericano Cyrus Vance, antiguo secretario de Estado, ha sido nombrado enviado especial del secretario general de la ONU y ha mantenido conversaciones con el Gobierno y con el ANC. En la actualidad, un grupo observadores controla el desarrollo de la huelga. El plan de Vance es que permanezcan en el pa¨ªs entre 30 y 40 funcionarios de la ONU para ayudar a las negociaciones entre la poblaci¨®n negra y el Gobierno de De Klerk.
El acceso de Sur¨¢frica a un estatuto democr¨¢tico tiene que ser obra de las fuerzas pol¨ªticas de dicho pa¨ªs. Pero ha sido al mismo tiempo una causa internacional en la que el mundo entero se ha sentido movilizado. Teniendo en cuenta los antecedentes hist¨®ricos, es l¨®gico que existan obst¨¢culos muy serios para el paso de una sociedad basada en la discriminaci¨®n racial a una sociedad democr¨¢tica, de ciudadanos iguales. Por ello es positiva la ayuda que la ONU ha empezado a prestar.
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