Agonismo c¨ªvico
Resulta f¨¢cil descalificar los fastos deportivos, ceb¨¢ndose en la barata escenograf¨ªa, el hero¨ªsmo de pacotilla y su ret¨®rica del sacrificio. Pero, sin embargo, sea en su forma de espect¨¢culo comercial de masas o sea en la del ef¨ªmero festival cosmopolita de los Juegos Ol¨ªmpicos (panem et circenses del actual imperio de Occidente), el caso es que pocos acontecimientos logran superar la poderosa capacidad de atraer la atenci¨®n p¨²blica que inherentemente posee el deporte.Una primera explicaci¨®n es que se ha convertido en una religi¨®n secular. Anta?o, la creencia en un Dios que promet¨ªa la salvaci¨®n de ultratumba permit¨ªa neutralizar el miedo a la muerte. Pero sin fe posible en la inmortalidad del alma, el miedo a la muerte s¨®lo puede controlarse hoy con el intento de diferir al m¨¢ximo el momento de su llegada. De ah¨ª que a la religi¨®n eclesi¨¢stica le haya sucedido hoy ese sacerdocio secular que es la medicina: la burocracia que nos ofrece la salvaci¨®n de la muerte (es decir, la salud) para antes de la muerte. Pero la exigencia de ¨¢scesis, purificaci¨®n y disciplina corporal (es decir, de mortificaci¨®n) es la misma. Sacerdotes y m¨¦dicos nos prometen salvarnos s¨®lo si sufrimos, nos esforzamos, hacemos ejercicio y nos sacrificamos. Es cierto que los ejercicios exigidos por los sacerdotes eran espirituales (la oraci¨®n), mientras que los impuestos por la medicina son corporales (el deporte). Pero el deber obligatorio de buscar la salvaci¨®n personal (el estado de gracia, la prevenci¨®n del mal) es el mismo. De ah¨ª esa compulsi¨®n puritana y calvinista que hoy nos domina de mantener en forma nuestro cuerpo, buscando una imposible salvaci¨®n de la muerte mediante la esperanza de su aplazamiento indefinido (vana esperanza, por cierto, pero ?cu¨¢l no lo es?). Y de ah¨ª esos lit¨²rgicos sacrificios religiosos que son los fastos deportivos, donde los m¨¢rtires y los santos se autoinmolan en p¨²blico a fin de redimimos vicariamente con el ejemplo desprendido de su pasi¨®n.
Adem¨¢s, el deporte act¨²a como mecanismo reductor de conflictos sociales. Y no me refiero s¨®lo a que sirva de v¨¢lvula de escape, capaz de conjurar y liberar inofensivamente una conflictividad contenida que de otra manera estallar¨ªa sin control, sino a ese proceso, magn¨ªficamente identificado por Norbert Ellas, por el que surgi¨® hist¨®ricamente el deporte como el sistema de reglas de juego limpio (fair play) capaces de encauzar y controlar las luchas violentas protagonizadas por las fratr¨ªas de villanos o caballeros, sustituyendo crecientemente el conflicto abierto por la cooperaci¨®n regulada. Al igual que el Estado moderno expropi¨® la violencia aristocr¨¢tica, el deporte moderno expropi¨® la lucha abierta, sustituy¨¦ndola por la competici¨®n reglada. Y la clave reside, precisamente, en el com¨²n sometimiento de los jugadores a unas mismas reglas de juego, que les hace dejar de ser luchadores para transformarlos en deportistas. Y bien, ¨¦sta es la esencia misma de la democracia procedimental: la supremac¨ªa indiscutible de unas, comunes reglas de juego limpio que permiten resolver los conflictos ordenada y civilizadamente, sin miedo a que nadie coaccione, abuse de su poder o haga trampas.
Pero m¨¢s all¨¢ de esta funci¨®n c¨ªvica del deporte nos queda su funci¨®n est¨¦tica: su capacidad de fascinar. En realidad, extinguido ya el teatro, y cuando el cine agoniza en la UVI televisiva, s¨®lo el deporte conserva intacta su capacidad de convocatoria a los espectadores. Pues antes que nada el deporte es un arte esc¨¦nico en estado puro: aquel acontecimiento celebrado en un escenario ante un p¨²blico de espectadores coparticipantes en el que se representa un conflicto de antagonismos entre personajes singulares o corales que se caracteriza por la m¨¢s radical de las incertidumbres. Ca¨ªdos en el descr¨¦dito los comicios democr¨¢ticos, el entusiasmo c¨ªvico s¨®lo se encuentra hoy refugiado en el drama de la catarsis deportiva. De ah¨ª que todav¨ªa nos apasione y nos seduzca.
es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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