El 'puzzle' de las identidades
Dios no organiz¨® el mundo distribuyendo la totalidad del territorio entre diversas etnias con claras y n¨ªtidas fronteras. Si as¨ª fuera, la humanidad entera podr¨ªa estar organizada en nacionalidades, cada una con su Estado, su territorio, su lengua y su cultura, en pac¨ªfica convivencia con las dem¨¢s,mediada por claras fronteras. Ese fue el sue?o rom¨¢ntico de los nacionalismos decimon¨®n¨ªcos que trat¨® de plasmarse tras la I Guerra Mundial. Hoy, cuando regresamos a aquel caos y echamos de menos el viejo Imperio Austro-h¨²ngaro o el imperio ruso, somos muy conscientes de sus limitaciones. Pues, desgraciadamente, para esa visi¨®n id¨ªlica hay al menos tres problemas que complican la situaci¨®n enormemente.En primer lugar, las naciones o nacionalidades no s¨®lo se distribuyen horizontalmente, sino tambi¨¦n verticalmente; es decir, adem¨¢s de naciones, hay naciones de naciones, y naciones de tercer y cuarto nivel, de modo que muchos -quiz¨¢ la mayor¨ªa- de los humanos organizamos nuestras identidades nacionales en una cascada de lealtades que procuramos compatibilizar evitando el conflicto entre ellas, no siempre con facilidad. Sin duda, en la mayor¨ªa del Occidente europeo, y desde hace al menos un par de siglos, la identidad dominante de esa cascada es la representada por los viejos Estados. ?ste es, sin duda alguna, el caso de las viejas naciones-Estado como Francia o Inglaterra y en gran medida Espa?a, y el predominio de referencias centrales (la corona, la City, la rep¨²blica, Par¨ªs) en esos arquetipos del pensamiento pol¨ªtico nos ha hecho olvidar la presencia de modelos alternativos m¨¢s complejos que estaban presentes, sin embargo, en naciones-Estado menos s¨®lidamente constituidas. As¨ª, citando de nuevo el viejo Imperio Austro-h¨²ngaro, se pod¨ªa ser jud¨ªo, checo y defensor del imperio, todo al tiempo. Y ese entrecruzamiento de identidades genera arquitecturas pol¨ªticas extremadamente complejas, pero tambi¨¦n estables por su propio entrelazamiento.
Esta organizaci¨®n vertical de identidades ¨¦tnicas se ha visto reforzada recientemente por la progresiva erosi¨®n del Estado hacia arriba y hacia abajo, hacia organizaciones internacionales de una parte y hacia gobiernos locales o regionales de otra. Un fen¨®meno raramente visualizado por los radicales defensores de su etnia, que consideran que todos los que no est¨¢n con ellos son sus enemigos potenciales, sin percatarse de que muchos -quiz¨¢ la mayor¨ªa- est¨¢n con ellos, pero no s¨®lo, sino tambi¨¦n con otros. De modo que se puede ser no s¨®lo catal¨¢n, o andaluz o madrile?o, sino tambi¨¦n, al tiempo, catal¨¢n, espa?ol y europeo (y eventualmente, del Ampurd¨¢n). Lo que no deja de emerger, parad¨®jicamente, cuando alguien afirma (y en ingl¨¦s para m¨¢s inri) ser catal¨¢n y europeo, pero no espa?ol, que es tanto como decir que se es de Valdepe?as y de Espa?a, pero no manchego.
El segundo problema es a¨²n m¨¢s grave y de dram¨¢tica actualidad. La historia y los medios de comunicaci¨®n y t¨²ansporte han hecho que las fronteras entre nacionalidades sean todo menos n¨ªtidas. Los territorios hist¨®ricos de etnias o naciones definidos est¨¢n hoy poblados en porcentajes amplios por gente de otras etnias o naciones. Pero tambi¨¦n viceversa, las etnias y naciones est¨¢n dispersas por territorios de otras etnias. El mundo se organiza progresivamente como un gigantesco melting-pot, s¨®lo que esta vez de verdad, pues no se trata ya de integrar a minor¨ªas diversas en el seno de una mayor¨ªa pol¨ªtica y culturalmente homog¨¦nea -como ocurri¨®, por ejemplo, con ¨¦xito diverso, en Estados Unidos-, sino de hacer convivir numerosas minor¨ªas junto a alguna otra minor¨ªa, quiz¨¢ mayoritaria, quiz¨¢ no tanto, pues cada vez son m¨¢s las sociedades multiculturales y multinacionales.
El resultado es que cuando alguna etnia o naci¨®n trata de afirmar su predominio sobre un territorio, alegando derechos hist¨®ricos, mandatos divinos o cualquier otra cosa similar, se encuentra con un doble problema. De una parte, dentro de ella, emergen minor¨ªas de otras etnias o culturas que afirman tambi¨¦n su derecho a la diferencia en ese mismo territorio; pues si ¨¦l quiere ser distinto y peculiar, ?por qu¨¦ los otros no van a poder hacer lo mismo? La misma l¨®gica que lleva a unos a separarse de una entidad m¨¢s vasta para afirmar su diferencia lleva a partes de esa entidad menor a afirmar su diferencia de la diferencia. Y lo que ocurre dentro se reproduce fuera, pues, al afirmar el monopolio sobre un territorio, expulsando o marginando a las minor¨ªas de ese territorio, deja abandonadas a su suerte a sus propios miembros que residen en el territorio de otras etnias, sometidos, como es de suponer, a un trato de reciprocidad. Y as¨ª, por ejemplo, los rusos residentes en Ucrania, tarde o temprano, recibir¨¢n el mismo trato que los ucranios residentes en Rusia; y de nuevo, viceversa. Raz¨®n por la cual un pa¨ªs con experiencia en estas materias -como Hungr¨ªa-, con extensas minor¨ªas dentro y varios millones de h¨²ngaros residentes fuera, ha elaborado un generoso estatuto de sus propias minor¨ªas para que sea aplicado por igual a los h¨²ngaros de fuera. Y raz¨®n por la cual la insistencia eslovaca en su autoafirmaci¨®n condujo a los checos a un deseo mayoritario de separaci¨®n de Eslovaquia.
Finalmente, el tercer problema deriva de pretender priorizar identidades alternativas. La gente se define en ocasiones por la naci¨®n a la que pertenece, pero otras personas o las mismas se definen tambi¨¦n por la religi¨®n que practican, la cultura, la lengua, la raza o alg¨²n otro elemento que puede eventualmente singularizar su identidad frente a otras alternativas. Y no es infrecuente que priorizar alguna de esas identidades genere serios conflictos de lealtades, de modo que la etnia entra en conflicto con la religi¨®n o ¨¦sta con la raza o con la lengua. El dif¨ªcil equilibrio de pertenencias se rompe cuando?alguno de esos rasgos se afirma con prioridad sobre otros, tal que ser franc¨¦s se hace incompatible con ser musulm¨¢n o hablar (o no hablar) una lengua se hace incompatible con pertenecer a una comunidad pol¨ªtica (estatal o regional).
Este fen¨®meno de acci¨®n-reacci¨®n se manifiesta por igual en el eje horizontal que en el verticat Y as¨ª, el predominio de una identidad cualquiera a cualquier nivel puede generar la emergencia de otra identidad igualmente fuerte a otro nivel superior o inferior.
La conclusi¨®n es evidente; cualquier afirmaci¨®n monopolista de identidad corre el riesgo de producir afirmaciones compensatorias de tres tipos: por arriba, por abajo y al lado. Y ello tanto en cuanto a identidades nacionales como en cuanto a identidades religiosas, culturales o de otro tipo. De modo que el intento de separarse para ser distinto conduce frecuentemente a separaciones y distinciones ulteriores no s¨®lo de.los otros, sino tambi¨¦n de las minor¨ªas ex¨®genas de dentro y de las minor¨ªas propias de fuera o frente a otras identidades competitivas. As¨ª, cuando la Generalitat trata de identificar los Juegos Ol¨ªmpicos con Catalunya (en castellano se escribe Catalu?a, como se escribe Londres y no London) est¨¢ marginando no s¨®lo a los espa?oles de otras comunidades que hemos financiado esos Juegos, sino tambi¨¦n a los catalanes que viven en Madrid, Valencia o C¨®rdoba, y a los madrile?os, valencianos o cordobeses que viven en Catalu?a y que son, por tanto, catalanes tanto como los otros.
Por ello, frente al retorno a las tribus y a los particularismos aldeanos de todo tipo (nacionales, religiosos, ¨¦tnicos, etc¨¦tera) no est¨¢ de m¨¢s olvidar los ya viejos principios racionalistas de los revolucionarios franceses que afirman la igualdad de todos, lo que, traducido, quiere decir que las estructuras pol¨ªticas acogen ciudadanos abstractos, no jud¨ªos, musulmanes, letones o catalanohablantes. No hace falta ser de alg¨²n modo, creer en cierto Dios, hablar un idioma o nada parecido para merecer con pleno derecho el rango y la consideraci¨®n de ciudadano completo. M¨¢s bien al contrario, todo ciudadano tiene derecho a ser como le venga en gana, hablar la lengua que desee o creer en lo que le parezca siempre que con ello no cause da?o a los dem¨¢s.
Una afirmaci¨®n simple llena de complejidades. Pero que puede quiz¨¢ aclararse si se diferencia entre practicar una identidad, promover una identidad e imponer una identidad. Reconociendo la dificultad de la materia, creo que practicar una religi¨®n, una lengua o una cultura es algo que debe estar permitido en toda la extensi¨®n de la palabra perm¨ªtir. Creo tambi¨¦n que quienes defienden tales identidades tienen pleno derecho a promoverlas, a impulsar el uso de una lengua o a tratar de convertir a sus creencias a otros. Faltar¨ªa m¨¢s. Pero con el mismo derecho con que piden libertad para ellos deben conced¨¦rsela a los dem¨¢s, y por ello el paso desde promover una identidad a imponerla (directa o indirectamente) es tanto como regresar a principios de organizaci¨®n pol¨ªtica premodernos.
es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.