"De Europa heredaremos sobre todo obligaciones"
Pregunta. ?Est¨¢ en crisis el pa¨ªs?Respuesta. Nos venden la crisis con el mismo entusiasmo adusto con el que nos endosaron la guerra del Golfo. Hab¨ªa que hacer la guerra para evitar la crisis. Ahora debemos asumir la crisis para llegar a ser europeos, modernos y competitivos. Y uno se pregunta c¨®mo se puede ser moderno y competitivo bajo el s¨ªndrome del recorte presupuestario. Y uno se responde que, a lo mejor, no hay que ser tan moderno, ni tan competitivo, sino simplemente uno mismo. O sea, alguien. Y eso resulta m¨¢s apetecible que el proyecto de mercado, perge?ado por esos ide¨®logos desenmascarados que se nos revelan de repente como simples mercaderes. No entiendo nada, pero todo est¨¢ claro. Adem¨¢s, en mi fuero interno prefiero las crisis a las euforias. Nuestras euforias europeas han resultado pat¨¦ticas.
P. ?No le atrae nada la idea de Europa?
R. La idea s¨ª, la euforia no. Regalarse piedrecitas del muro de Berl¨ªn, y cosas as¨ª, es algo que me estomaga. O esa proclama del 92 como a?o panacea. Han pasado los fuegos fatuos del V Centenario y los fuegos del artificio de la Expo sevillana y hemos llegado de fuego a juego, al oro de los Juegos de Barcelona. Todos nos hemos fogueado en la euf¨®rica pespectiva para concluir en la crisis anunciada. Ahora se nos exige austeridad. Debemos adecuarnos a ganar menos y pagar m¨¢s. Todo por Europa. De acuerdo. Pero el ciudadano de a pie, m¨¢s peat¨®n que ciudadano, deambula suspicaz por esa Europa prometida y ya no sabe si le hablan de la torre Eiffel o de Croacia. Adem¨¢s, sobre ¨¦l gravita machaconamente el fantasma de la corrupci¨®n. Aunque personalmente considero que ¨¦se es un tema secundario y desmesurado.
P. ?Algo pasajero?
R. S¨ªntoma de democracia. El hecho de que se airee es incluso saludable. El problema es la desmoralizaci¨®n ciudadana que empieza a no creer en el proyecto. Acept¨® que, por arte de birlibirloque, se le cambiara una propuesta ¨¦tica por una actitud ferozmente pragm¨¢tica. El sentido com¨²n le hizo asentir, aunque le produjo desasosiego. Ahora desconf¨ªa de los resultados, y eso es m¨¢s grave. Sobre todo cuando no encuentra alternativa.
P. ?Qu¨¦ es lo que falta?
R. Precisamente eso. Alternativas. Estamos involucrados en un proceso que se nos antoja irreversible y probablemente deseable. Pero cuando lo iniciamos las expectativas eran otras. Europa, ahora y de repente, es muy diferente. Vamos a heredar m¨¢s problemas y obligaciones que privilegios. El derecho de peaje est¨¢ resultando duro, y nadie sabe muy bien ad¨®nde conduce la hipot¨¦tica autopista. Yo creo que todos seguimos dispuestos a proseguir el viaje, pero sospechamos, con raz¨®n, que la informaci¨®n que se nos da es precaria y muy poco fiable. Y, lo que es peor, intuimos que no se trata de un ocultamiento malicioso por parte del Gobierno, sino de una falta flagrante de datos, porque nunca como ahora el acontecer lleva la delantera sobre el opinar.
P. ?Cree que Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco tienen un proyecto propio?
R. Eso parece. Pero yo desconf¨ªo de los proyectos que cobran sentido y se afirman principalmente contra y en funci¨®n de algo, en este caso del Estado espa?ol. Afirmar la diferencia requiere referencia, y la diferencia dejar¨¢ de ser diferencia cuando todos seamos diferentes. Estos procesos ed¨ªpicos que consisten en emanciparse de pap¨¢ Estado, gracias a la intercesi¨®n de mam¨¢ Democracia, conllevan inevitablemente excesivas dosis de dependencia, cuando no de locura. El aut¨¦ntico proyecto de un pa¨ªs o una persona comienza a partir del momento en que es capaz de manifestarse, sin odio ni rencor, por ella misma y para los dem¨¢s. De lo contrario, uno se convierte en la sombra del otro, quiera o no. Y puede pasar eso que les ha pasado a tantos, que contra Franco confundieron el sentido con el pretexto. Y luego al perder el pretexto se quedaron sin sentido. Yo dir¨ªa que el logro de la independencia en ning¨²n caso es un objetivo final, sino, si acaso, un arduo punto de partida. El principio de otra pel¨ªcula que, marcada la diferencia, tender¨¢ inevitablemente a adaptarse a las dem¨¢s. Entonces sabremos cu¨¢l era el proyecto, si lo hab¨ªa, en base a la capacidad industrial y cultural. Pero me temo que el tema me excede. S¨®lo puedo decir lo que me parece una obviedad, y es que me repugna la violencia indiscriminada, convertida en miserable rutina.
P. ?Qu¨¦ propone usted?
R. No lo s¨¦. Yo no tengo soluciones. Quiz¨¢ tendr¨ªamos que reflexionar: el pa¨ªs est¨¢ mal, ?comparado con cu¨¢l? Yo no creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, y, comparado con otros pa¨ªses del mundo actual, es evidente que este pa¨ªs no est¨¢ peor. Puede incluso que est¨¦ en uno de sus mejores momentos. Tendr¨ªamos que recordarlo y dejar escapar la oportunidad, sin caer en euforias ni desalientos, pero sacudi¨¦ndonos las actitudes acomodaticias a las que ¨²ltimamente nos ha llevado cierto desencanto. Hay veces en que el ¨¢rbol no nos deja ver el bosque, pero yo propondr¨ªa en estas circunstancias que el bosque no nos haga perder de vista el ¨¢rbol.
P. ?No entra en el juego entre guerristas y solchaguistas?
R. No me han interesado nunca los partidos. S¨®lo piden sacrificio, y el contribuyente de a pie siente que no hay contrapartida. Nadie se lo ha explicado bien. Faltan propuestas como las de Helenio Herrera, aquello de que con diez se juega mejor, o cuando un jugador se le acerc¨® un d¨ªa y le dijo: "Mister, tengo 40 de fiebre", y le contest¨®: "Qu¨¦ alegr¨ªa me das porque con 40 de fiebres es como los atletas baten sus marcas". El hombre jug¨® ese d¨ªa su mejor partido. A m¨ª me gustar¨ªa un propuesta m¨¢s motivadora. Es normal que haya desmoralizaci¨®n. Estamos todos como a la contra, a esperar a ver qu¨¦ pasa.
P. ?No se siente usted responsable, ya que integra una ¨¦lite que conforma la opini¨®n de los dem¨¢s?
R. Me espantar¨ªa haber cobrado ¨ªnfulas de eso que han. dado en llamar l¨ªder de opini¨®n. Yo no conformo opiniones, comparto sue?os. Soy contador de cuentos, no contable. Y hoy d¨ªa s¨®lo cuentan los que nos contabilizan.
P. ?Qui¨¦nes nos contabilizan?
R. Muchos de ellos son aquellos que en el 68 hac¨ªan suya la proclama de "imaginaci¨®n al poder". Llegaron al poder y se convirtieron en feroces administradores de nuestra imaginaci¨®n. Pretenden que nos volvamos sumisos y mim¨¦ticos, a tenor de modelos predominantemente norteamericanos, simuladamente europeos, exclusivamente econ¨®micos. Han hecho suya la afirmaci¨®n de Plank: "Todo lo que se puede medir existe" y creen, prafraseando, que "todo lo que se puede vender vale". Es m¨¢s, para ellos s¨®lo vale lo que se puede vender. Vivimos inmersos en un mundo de estad¨ªsticas y hemos perdido el sentido de la realidad. Somos n¨²meros danzantes, m¨¢gicamente atrapados en ordenadores. As¨ª entienden ellos el ejercicio del poder. Pero est¨¢n abocados a terribles sorpresas, y ¨¦sa es la esperanza. La econom¨ªa, que aparentemente deber¨ªa ser una ciencia exacta, es la m¨¢s veleidosa de las ciencias y, como la f¨ªsica, muda sus leyes de forma imprevisible. Nunca como hoy la aventura ha dejado de ser una apetencia rom¨¢ntica para erigirse en un acontecer vibrante que dar¨¢ al traste con el desaforado apetito de control por parte de un poder sin imaginaci¨®n. La historia estalla cada d¨ªa en las manos de quienes la escriben. No hay razones para ser optimistas, pero se atisban resquicios por lo que se deja entrever otra forma de encarar las cosas, una actitud ciertamente m¨¢s humana.
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