Resistir o morir
Tras la toma de posesi¨®n del juez Thomas, el Tribunal Supremo norteamericano ha adoptado tres decisiones sorprendentes, una de cal (el rechazo de la obligatoriedad escolar de la oraci¨®n) y dos de arena (el derecho de persecuci¨®n extraterritorial y la licencia a los fumadores para litigar contra las tabaqueras). No es necesario comentar la monstruosidad jur¨ªdica del secuestro extrajurisdiccional, y s¨®lo cabe interpretarla, quiz¨¢, como reflejo vergonzante de la impotencia pol¨ªtica que aqueja al poder norteamericano para asumir su hegemon¨ªa militar imponiendo un nuevo orden mundial democr¨¢ticamente sometido. Pero, rechazada esta decisi¨®n, quedan las otras dos, contradictorias entre s¨ª, pues mientras una (la no obligatoriedad de la oraci¨®n), que aplaudo, implica la protecci¨®n de las libertades individuales, la otra, que dudo si rechazar, no las protege, sino que las conculca o al menos no las estimula, al fomentar la resignaci¨®n externa de la propia responsabilidad personal. Digo que no s¨¦ si rechazar porque, en principio, la libertad de litigar no puede ser rechazable; pero m¨¢s all¨¢ de la licencia procesal, formalmente aceptable, queda el problema de fondo de la cuesti¨®n sustancial (cuyo desenlace deber¨¢ esperar a que se produzca jurisprudencia): ?qu¨¦ responsabilidad tiene la compa?¨ªa fabricante de venenos sobre las decisiones personales de envenenarse? Imagino que las tabaqueras se enfrentar¨¢n a ese nuevo riesgo elevando sus precios para pagar el coste del seguro contra esas presuntas nuevas responsabilidades, y haciendo firmar un contrato a sus clientes consumidores (en forma de tarjeta magn¨¦tica de fumador o alguna otra semejante cartilla de racionamiento) a fin de que ¨¦stos asuman todas las responsabilidades. Pero aqu¨ª no me interesa tanto la casu¨ªstica de la querella como el tel¨®n de fondo de la cuesti¨®n: ?acaso es de recibo que los fumadores puedan echar balones fuera, neg¨¢ndose a reconocer y asumir su propia decisi¨®n personal de fumar, a sabiendas de que cada cigarrillo acorta en un d¨ªa su esperanza de vida futura?Resulta curioso que cuando se supone que ya ha triunfado por completo el individualismo, sin embargo, cunda cada vez m¨¢s la impresi¨®n opuesta: la de que los individuos no son responsables de sus actos, sino que: pueden descargar su responsabilidad sobre fuerzas sociales extemas a los individuos que ejercer¨ªan una presi¨®n irresistible: sobre ellos: sea la publicidad, el consumismo, el hedonismo, el materialismo o el capitalismo. Cuando a uno le sale el c¨¢ncer de pulm¨®n se responde como el ni?o que rompe el jarr¨®n chino de mam¨¢: "Yo no he sido, ha. sido sin querer, yo no quer¨ªa hacerlo"; como si la falta de culpabilidad pudiera confundirse con la falta de responsabilidad. Ahora bien, los menores tienen derecho a ser irresponsables, pero no as¨ª los adultos, que no pueden leg¨ªtimamente echar a los dem¨¢s las culpas de sus propios actos. Cuando fumo, sea queriendo o sin querer, soy yo quien fumo, no las tabaqueras ni la supuesta ola de tabaquismo invencible que irresistiblemente nos invade. ?C¨®mo creemos individualistas y, a la vez, v¨ªctimas inocentes de fuerzas sobrehumanas a las que no sabr¨ªamos ni podr¨ªamos ofrecer resistencia?
Esta falsa impresi¨®n de que no podemos resistimos a fuerzas que nos superan (como el deseo de consurnir, de beber o de fumar) est¨¢ sin duda relacionada con la puerilizaci¨®n de la sociedad. Somos adultos responsables que nos creemos como ni?os f¨¢cilmente sobornables por caramelos irresistibles: ¨¦sta es la cultura de la droga, ese caramelo envenenado que a corto plazo nos da vida y placer, pero a largo plazo nos cuesta dolor hasta morir. Lo cual es falso, pues si nuestra experiencia de padres nos demuestra que hasta los ni?os pueden aprender a resistir su deseo de zaramelos, ?c¨®mo no habr¨ªa de lograrlo el autocontrol soberano de los adultos responsables? Desgraciadamente, a esta puerilizaci¨®n de la sociedad se sobrea?ade la medicalizaci¨®n de la vida, que nos aconseja delegar en el sacerdocio m¨¦dico la responsabilidad de resistir el dolor y el miedo a la muerte. En efecto, la medicina, para poder monopolizar sacerdotalmente el control y la administraci¨®n del dolor, ha tenido previamente que expropi¨¢rnoslo, dej¨¢ndonos sin capacidad de resistirnos a ¨¦ste. Pero cuando ya no sabemos ofrecer resistencia al dolor, tambi¨¦n dejamos de ofrecer resistencia a su reverso, que es el placer, haciendo de ambas entidades una misma hip¨®stasis metafisica com¨²nmente irresistible.
Pero, adem¨¢s de la medicalizaci¨®n y la puerilizaci¨®n de la vida, hay otras tendencias sociales igualmente irresponsabilizantes. Son, por ejemplo, la supuesta inevitabilidad de la corrupci¨®n materialista (seg¨²n la cual todo se compra y se vende al mejor postor, todos tenemos un precio y no hay nadie que pueda resistirse cuando se le intenta sobornar) o la supuesta tiran¨ªa invencible de los dictados de la moda (por lo cual resultar¨ªa imposible resistirse a los cambios y a las novedades, o a los deseos de imitar a los dem¨¢s obedeciendo religiosamente su ejemplo materializado en gestos, modos, signos o marcas). No soy yo (se piensa) quien act¨²a, sino que es el inter¨¦s o es la moda quienes act¨²an en m¨ª.
?C¨®mo compaginar la libertad del individualismo con la tiran¨ªa de lo aparentemente irresistible? Los economistas conjuran esta paradoja bajo el dilema de la elasticidad: cuanto m¨¢s libres seamos personalmente, m¨¢s el¨¢stico ser¨¢ nuestro comportamiento, es decir, m¨¢s voluble, vers¨¢til, flexible, oportunista, acomodaticio e inmediatamente modificable a voluntad. Por tanto, en cuanto cambien las se?ales, los precios o las oportunidades de nuestro entorno, nuestros actos responder¨¢n adapt¨¢ndose a esos cambios autom¨¢ticamente: sea siguiendo la moda, sea reasignando recursos para maximizar nuestro inter¨¦s. De ah¨ª que con el mismo modelo olsoniano pueda explicarse tanto al gorr¨®n que no se resiste a explotar individualmente los bienes colectivos (ya que puede apropiarse en su propio inter¨¦s del producto externo del trabajo ajeno) como al adicto que no se resiste a explotar individualmente los males colectivos (externalizando el coste de su adicci¨®n al proyectar sobre los dem¨¢s su decisi¨®n personal y descargar as¨ª su propia responsabilidad): la moda, la droga, el racismo, la contaminaci¨®n o las olas de p¨¢nico.
Sin embargo, no est¨¢ escrito ni revelado el que haya que ser un gorr¨®n ni un adicto perfectamente el¨¢sticos, pues tambi¨¦n se puede ser perfectamente inel¨¢sticos, ofreciendo resistencia invencible al contagio. Tan f¨¢cil como seguir la moda, dejarse sobornar u obedecer la adicci¨®n es negarse a hacerlo, desobedeciendo con insobornable insumisi¨®n (seg¨²n recomienda Popper); pues la moda, el soborno y la adicci¨®n, como el placer y el dolor, resultan algo perfectamente resistible. Se puede vencer la ley de la gravedad escalando monta?as en zigzag, se puede remontar el r¨ªo remando y nadando contra la corriente o, como quiere Hirscliman, se puede avanzar hacia el rumbo elegido navegando a bordadas contra el viento.
El caso es resistir, como en los deportes de resistencia y largo aliento: como en esa carrera de larga distancia que es la lucha por la vida (el proceso de emancipaci¨®n personal, la conquista del amor propio, la educaci¨®n del libre albedr¨ªo) que s¨®lo puede coronarse con la ¨¦tica resistente de los corredores de fondo. Pero para aprender a resistir hacen falta dos condiciones necesarias y suficientes: la memoria, s¨®lo otorgada por la propia experiencia (algo de lo que carecen quienes se inician en la vida p¨²blica, como los j¨®venes y las mujeres, y que menos resisten por ello su deseo de fumar, seguir la moda u obedecer a los dem¨¢s), y la ambici¨®n, s¨®lo otorgada por la propia voluntad de autosuperaci¨®n (algo s¨®lo disponible hasta ahora en forma de hero¨ªsmo, que es la raz¨®n por la cual dejar de fumar se ha convertido, con todas sus met¨¢foras, en la nueva ret¨®rica de la virilidad). Con la ayuda de la ambici¨®n y de la memoria, ?por qu¨¦ no aventuramos en la cultura pol¨ªtica de la resistencia contra todo cuanto amenace nuestra libre responsabilidad personal (incluyendo en ello nuestros propios temores, deseos, ilusiones y falsas esperanzas)?
es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.