Visita organizada a una c¨¢rcel modelo
28 prisioneros de guerra serbios acusados de sublevaci¨®n militar dicen que Croacia es su pa¨ªs
ENVIADO ESPECIAL El alcaide tiene 25 a?os, los ojos claros de un eslavo del Sur y una pistola negra en una cartuchera blanca. "Pero eso no es interesante". Al alcaide, comandante de la Polic¨ªa Militar que custodia la prisi¨®n eroata de Kerestinec, le gusta explicar lo que es y lo que no es interesante. Interesantes son, por ejemplo, los 28 prisioneros de guerra serbios que prefieren afrontar la acusaci¨®n de sublevaci¨®n militar a ser intercambiados por prisioneros croatas y obtener a cambio la libertad. "Era la libertad en un pa¨ªs que no es el nuestro. Somos serbios de Croacia, aqu¨ª est¨¢n nuestras familias y queremos seguir viviendo aqu¨ª", aseguran los internos ante los ojos y los o¨ªdos de sus guardianes.
La prisi¨®n de Kerestinec, situada a 35 kil¨®metros al oeste de Zagreb, es un conjunto de edificios de una sola planta rodeados dejardines y viejos ¨¢rboles. Los detenidos, remanente del ¨²ltimo gran intercambio de prisioneros con Serbia organizado por la Cruz Roja Internacional, podr¨¢n contar a sus nietos que pasaron un tiempo en dependencias de un castillo de la ¨¦poca del emperador Francisco Jos¨¦.
El presidente croata Franjo Tudjman, vestido de miliciano -el corte del uniforme no le favorece-, decora el despacho del alcalde. Todos son amables y francos, nadie parece tener nada que ocultar. Es una c¨¢rcel modelo. Incluso muestran tres tarjetas de visita que descansan casualmente junto a una pecera: "La Cruz Roja Internacional estuvo aqu¨ª hace unos d¨ªas". Los reclusos pueden recibir paquetes, comen lo mismo que sus carceleros y realizan trabajos suaves, como barrer y recortar .los setos. "Se levantan a las seis y se acuestan a las nueve. Por la noche engrasan las botas, por la ma?ana las lustran", observa el joven alcalde con cansino aplomo.
En una celda, los presos, once, vestidos de caqui y en calcetines, se levantan como un solo hombre. Parec¨ªa un aula: sintasol en el suelo, colchonetas, botellas de pl¨¢stico con agua y un encerado sin consignas. Un encerado bien borrado. Los presos parecen cansados de contar la misma historia una y otra vez, pero la cuentan. Aunque nadie accede a dar su nombre. Tienen entre 71 (un abuelo de, barba cana con 12 nietos) y 33 a?os, y llevan en la prisi¨®n entre tres y ocho meses a la espera de ser enjuiciados. Rechazaron ser intercambiados por presos croatas porque aqu¨ª est¨¢n sus familias. La mayor¨ªa. de ellos procede de Metkovic, un pueblo cerca de Split, en la costa adri¨¢tica.
El traductor, de la oficina del general Anton Tus, jefe del Estado Mayor croata, responsable del Gabinete de Informaci¨®n y Psicolog¨ªa, traduce con los brazos cruzados sobre el pecho.
Todos los presos est¨¢n acusados de sublevaci¨®n militar, aunque ninguno reconoce haber empu?ado las armas contra Croacia. Son campesinos, ch¨®feres, carpinteros, mec¨¢nicos, comerciantes. "Esperamos la decisi¨®n de la justicia civil. Siempre hemos vivido en armon¨ªa con los croatas", asegura uno que parece gozar del respeto de los otros. "Tenemos amigos croatas y cuando se celebre el juicio queremos que sean nuestros testigos", dice.
El ¨²nico militar confeso, un oficial serbio nacido en Zagreb, comparte la celda contigua con otros cinco reclusos. Disfrutan de viejos camastros con patas de hierro. Pertenec¨ªa al Ej¨¦rcito yugoslavo cuando empez¨® la guerra. Habla en un hilo de voz, en segundo t¨¦rmino, escud¨¢ndose en los hombros de sus compa?eros. "No conozco mi acusaci¨®n. S¨®lo s¨¦ que soy prisionero de guerra. Me movilic¨¦ yo mismo. Fui a presentarme al Ej¨¦rcito croata y me detuvieron. No he querido ser intercambiado, prefiero vivir en Croacia".
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