Nostalgia de la chabola
La despreocupaci¨®n oficial por los realojados una vez que ocupan el piso amenaza su inserci¨®n
Los realojados que han cambiado sus cuatro tablas por un piso no est¨¢n contentos. La mayor¨ªa asegura que prefiere una casa baja. Muchos no cumplen con el alquiler, y los hay que ni siquiera pagan la luz, el agua o los gastos de la comunidad. El elevado n¨²mero de analfabetos se mantiene, y la profesi¨®n: dominante es a¨²n la venta ambulante "a la escapada", corriendo siempre delante del gendarme para que no les quite, el g¨¦nero. "Sin medidas sociales concretas, los nuevos bloques se transformar¨¢n en aut¨¦nticos guetos", previene el concejal de Izquierda Unida F¨¦lix L¨®pez Rey.
La mitad de las 2.508 familias chabolistas censadas en 1986 tiene hoy una vivienda en condiciones. Rafael Salazar, que se gana la vida con la venta ambulante de melones, es uno de los quejosos afortunados. Hace dos a?os viv¨ªa en una chabola pegada a la tapia de un peque?o cementerio. Hoy vive con su mujer y sus seis hijos en un d¨²plex de 200 metros cuadrados en la colonia del Alto de San Isidro, en Carabanchel. Su alquiler no llega a las 5.000 pesetas, pero no lo paga. No sabe muy bien c¨®mo funciona el gas ciudad, y en invierno no conecta la calefacci¨®n porque no sabe encenderla. "Nosotros no queremos un piso. Al gitano lo que le gusta es salir a la puerta de su casa y tocar el suelo. Y, adem¨¢s, ?d¨®nde meto mis melones?".La historia de Rafa se repite entre numerosas familias gitanas que viven en El Ruedo de la M-30 y en el Alto de San Isidro, junto al Arroyo de Valdecelada (Carabanchel). Uno de los objetivos que se propuso el Consorcio al principio de su tarea con sist¨ªa en que la vivienda se adecuara a la forma de vida de los que iban a habitarla. De las 1.105 familias realojadas hasta el momento, 759 viven en pisos. Dedicados a la venta ambulante, los gitanos se remueven inquietos cuando se?alan la imposibilidad de guardar el g¨¦nero en un piso.
Hay quien responsabiliza al nuevo espacio incluso de las enfermedades. "Nosotros estamos acostumbrados a vivir todo el d¨ªa fuera, en contacto directo con los dem¨¢s. Mi madre era una mujer sana y activa y fue venir a El Ruedo y se desmoraliz¨®: no pod¨ªa abrir ni la puerta de la casa", asegura Enrique de Jim¨¦nez. En, El Ruedo, algunas familias que viven en el primer piso han cortado la barra de la terraza para bajar desde all¨ª, su silla a la calle y hablar con los vecinos. Al recordar el chamizo, se mezcla la nostalgia con la risa. "Y lo bien que se hacen las necesidades en el campo. ?Con un gozo!".
Sin salida
La integraci¨®n de los ex chabolistas, el objetivo fundamental del Consorcio, parece resentirse asimismo de la falta de un trabajo social que atienda la alfabetizaci¨®n de los adultos, la ser¨ªa escolarizaci¨®n de los peque?os y el aprendizaje de nuevas, profesiones que les permitan escapar del callej¨®n sin salida en que se ha convertido la venta ambulante. Modesto de los Reyes vive en El Ruedo con su mujer y sus dos hijos. A sus 27 a?os ni siquiera puede conseguir un trabajo como basurero. No sabe leer.
El Ruedo, sin embargo, es el ¨²nico bloque de pisos en el que el Consorcio sigue manteniendo una de sus unidades de trabajo social (UTS). Un equipo de dos personas hace el seguimiento de las dem¨¢s familias realojadas en pisos. "Aunque ser¨ªa conveniente, el programa del Consorcio no incluye el trabajo social en pisos 'normalizados'. Ni siquiera est¨¢ presente en todos los n¨²cleos chabolistas, por falta de personal. En este momento, unas 70 personas trabajan en los poblados", explica Gabriel Mart¨ªnez, coordinador de la UTS del Cerro Mica. La insuficiente financiaci¨®n, que repercute en el escaso n¨²mero de trabajadores, parece ser el problema fundamental en el par¨®n que sufren asimismo los realojamientos.
F¨¦lix L¨®pez Rey, concejal de IU en el Ayuntamiento, afirma que "a la Administraci¨®n s¨®lo le interesa quitarse de enmedio a los chabolistas". "?De qu¨¦ sirve tener un piso si los hijos siguen vendiendo pa?uelos? La vivienda es s¨®lo el 10% de la operaci¨®n. Si no se acompa?a de medidas sociales concretas, los nuevos bloques se transformar¨¢n en aut¨¦nticos guetos. Y con el surgimiento de la venta de droga en los ¨²ltimos a?os, la situaci¨®n va a seguir empeorando".
Una educadora de calle, que trabaja en Carabanchel en un programa municipal de prevenci¨®n de drogas, subraya el car¨¢cter conflictivo de los realojamientos. "Entre los que trabajamos con ellos ya se est¨¢n empezando a o¨ªr voces que afirman que los realojamientos, tal como est¨¢n planteados, no funcionan", confiesa la educadora, que prefiere mantener su nombre en el anonimato.
Las dificultades econ¨®micas por las que atraviesa el Consorcio se reflejan en el trabajo social, que sufragan el Ayuntamiento y la Comunidad a partes iguales. "El Consorcio no puede continuar su traba o indefinidamente. El trabajo social posterior debe recaer en el Ayuntamiento", se?ala Salvador Torrecilla, diputado de IU en la Comunidad. El alcalde de Madrid, Jos¨¦ Mar¨ªa ?lvarez del Manzano, declaraba el viernes pasado que la situaci¨®n de los realojamientos "es peligrosa", pero que "el Ayuntamiento no puede incrementar las partidas sociales".
Ante el desaliento de los padres, en El Ruedo de la M-30 precintaron en agosto el ¨²nico equipamiento social existente, la escuela infantil El Caracol. "?Y yo ahora qu¨¦ hago con mis hijos cuando salga a vender?", se lamentaba una gitana. El gerente del Consorcio, Jos¨¦ Luis G¨®mez, aseguraba la semana pasada que la escuela reabrir¨ªa sus puertas el lunes. Ayer permanec¨ªa cerrada. "Nunca hemos estado tan cerca de lograr vivir juntos y, sin embargo, parece que nunca hemos estado tan lejos", se lamentaba un vecino de El Ruedo.
Entre ratas y basura transcurre la espera
"?Cu¨¢ndo nos dan el piso?". La pregunta se repite por el pasillo estrecho de las chabolas mientras la p¨¢lida figura del payo avanza en un laberinto de casas bajas, donde juegan entre la basura los perros y los ni?os. Las gitanas se asoman r¨¢pidas a la puerta y piden al extra?o que entre a ve r sus dos cuartos miserables. "Yo no pido un piso para m¨ª, sino para mi hijo, que tiene un c¨¢ncer", clama una. "Aqu¨ª nos comen las ratas", dice otra.Al o¨ªr la palabra "rata", ni?os, hombres y mujeres entran en una apasionada descripci¨®n del tama?o del inmundo animal. "Ayer mat¨¦ a una del tama?o de un conejo", se envalentona un ni?o. "Se comen el pan y beben del agua del cacharro", dice una mujer. Las chabolas m¨¢s antiguas llevan 16 a?os en el cauce seco del arroyo de Valdecelada, en Carabanchel. Igual de antigua parece la basura amontonada en el entorno.
Separados por un muro bajo de los flamantes pisos del Alto de San Isidro, los chabolistas esperan con aire fatalista que les llegue su turno. "Como est¨¢n escondidos en el barranco, no se dan prisa por sacarles", asegura Juan Puentes, uno de los vecinos de los pisos. Con los labios pintados de rojo, el negro pelo recogido en lo alto, una gitana sube la cuesta y, cerr¨¢ndole el paso al payo, le pregunta: "?Cu¨¢ndo nos dan los pisos?"..
Junto al cementerio
En un lateral de los nuevos pisos, junto al cementerio, otras 80 familias extreme?as se arraciman en una veintena de chabolas. Algunas llegaron a pagar a otros gitanos, hace seis a?os, hasta 800.000 pesetas por un sanqui -vivienda provisional cedida por el Consorcio-, pensando que as¨ª lograr¨ªan el piso. Ahora los estafados esperan ser realojados en asentamientos provisionales -uno de ellos se llama Jauja- y en la avenida de los Caprichos, en Latina.
Sentado a la entrada de su chabola, con la camisa abierta y alg¨²n diente perdido, Emilio Jim¨¦nez asegura que s¨®lo quiere casa baja. Sea invierno o verano, se niega a subir al amplio piso donde vive desde hace dos a?os una hija. "Dice que le. da claustrofobia", asegura Magdalena. ?Y si a su padre o a sus hermanos les apetece darse un ba?o en verano? "Ay, se cogen la manguera y se la ponen en la cabeza
Emilio es el presidente de la asociaci¨®n gitana extreme?a Camelamos Parrugar. Acepta traducir del cal¨® esas dos palabras, queremos cambiar, pero rechaza ense?ar ni una palabra m¨¢s de su lengua. "Es una ley gitana. Si viene la polic¨ªa, yo le hablo a mi mujer en cal¨® y nadie nos entiende, pero si el payo sabe cal¨® estamos perdidos".
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