Joseph L. Mankiewicz, uno de los ¨²ltimos cl¨¢sicos, vivientes, resucita al fantasma del cine
Hermosillo trae de M¨¦xico un enfoque original¨ªsimo y extremo del melodrama
?NGEL FERN?NDEZ-SANTOS, El cine todav¨ªa no ha muerto. Aqu¨ª est¨¢ la simple presencia de Joseph L. Mankiewiez y ella sola lo mantiene vivo. Lo que hay detr¨¢s del anciano cineasta es pura y simplemente lo que miles de cineastas de hoy buscan y muy pocos encuentran: la pura modernidad, la contemporaneidad absoluta de este arte joven, pero prematuramente gastado. Mientras tanto, en el primer d¨ªa de la secci¨®n oficial lleg¨®, junto a un engendro ruso-japon¨¦s -Rin o La leyenda del icono, de Rodoh Seji-, el primer filme de inter¨¦s. Lleg¨® de M¨¦xico. Lo dirige Jaime Humberto Hermosillo, y contiene un original¨ªsimo, extremo y completamente expl¨ªcito enfoque del melodrama, del dram¨®n amoroso materno-filial.
Nada que decir de Rin o La leyenda del icono, salvo que si esto es cine independiente, de calidad y de autor que buscan los organizadores de este festival, m¨¢s nos vale el dependiente, el que no aspira a la calidad y el que carece de autor. Se trata de un bodrio seudorreligioso rematadamente mal narrado, en el que se api?an lugares comunes y una singular impotencia expresiva. Un penoso quiero y no puedo, que abarca a todos cuantos intervienen en ¨¦l. No es f¨¢cil de entender qu¨¦ hace aqu¨ª, salvo intentar halagar la sensibilidad m¨ªstica del jurado ruso Nikita Mijalkov, a ver si por ah¨ª cuela.Otra cosa es La tarea prohibida, escrita y dirigida por Jaime Humberto Hermosillo, uno de los cineastas m¨¢s solventes de la actual etapa de recuperaci¨®n de su identidad que hoy vive el cine de M¨¦xico. Este cineasta fue uno de los principales protagonistas de la ¨²ltima edici¨®n del festival de Valladolid. Y lo fue precisamente con una obra titulada La tarea, ya estrenada en Espa?a, y de la que esta La tarea prohibida es, al menos en sentido formal, una secuela. En cierta manera, y puesto que en esta su nueva pel¨ªcula Hermosillo arriesga mucho m¨¢s que en la anterior, ¨¦sta adquiere el aspecto de un ensayo o de un tanteo directamente encaminado a preparar el nuevo y m¨¢s audaz paso del cineasta en el mismo camino.
Un giro inesperado
Como La tarea, esta La tarea prohibida observa desde fuera la interioridad de un suceso, a trav¨¦s de un artificio visual calculado y evidente. Y como all¨ª, Hermosillo vuelve del rev¨¦s ese artilugio inicial para extraer del suceso filmado un giro inesperado. Esta vez, el giro no lo es hacia la comedia, como en la ocasi¨®n anterior, sino hacia el melodrama puro, hacia el dram¨®n materno-filial, que hace expl¨ªcito de manera inesperada y con extrema virulencia en la zona final de la pel¨ªcula. La extraordinaria actriz -con s¨®lida formaci¨®n teatral- Mar¨ªa Rojo vuelve a sostener, al borde de lo incre¨ªble, la credibilidad del hallazgo. Situada en la cuerda floja continuamente, jam¨¢s cae de ella gracias a su sobriedad y precisi¨®n. Es una excelente int¨¦rprete, que se entiende a la perfecci¨®n con Hermosillo. Ambos logran, junto con el joven Esteban Soberanes, sobrepasar el tab¨² que abordan con desarmante simplicidad y sin ninguna concesi¨®n al contagio sentimental, con cierta Calculada frialdad incluso. Hace un par de a?os, Hermosillo logr¨® un hallazgo y ha querido ahondar en el. Lo consigue, a nuestro parecer.
Pero la estrella del d¨ªa fue, en las bambalinas, el viejo Joseph L. Mankiewicz, el legendario cineasta que dirigi¨® Odio entre hermanos, Mujeres en Venecia, Julio C¨¦sar, Operaci¨®n Cicer¨®n, Eva al desnudo, Carta a tres esposas y otras pel¨ªculas incombustibles, que se siguen viendo una vez y otra; y sobre las que las d¨¦cadas pasan c¨®mo pasan sobre las maderas y los vinos nobles: ennobleci¨¦ndolos m¨¢s, convirti¨¦ndolos -cuanto m¨¢s viejos se hacen- en cine m¨¢s joven, m¨¢s de hoy.
Locuaz y l¨²cido, Mankiewicz da la impresi¨®n de ser uno de esos viejos cineastas a los que el r¨ªgido (en este aspecto, no en otros) sistema de producci¨®n de Hollywood jubil¨® prematuramente, cuando todav¨ªa guarda en la memoria historias que contar e ideas que apretar dentro de ellas, como le ocurre a Billy Wilder, y como en su tiempo les ocurri¨® a John Ford o Fritz Lang, entre muchos, todos ellos expulsados de su oficio por decreto de los c¨®digos de las compa?¨ªas de seguros que avalan las pel¨ªculas, pero no por p¨¦rdida del dominio de ese oficio. El fantasma del cine imperecedero despert¨® ayer, aqu¨ª, en San Sebasti¨¢n, gracias a la presencia de este hombre.
Babelia
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