El ejemplo brasile?o
El esc¨¢ndalo de corrupci¨®n y mal uso de fondos p¨²blicos que ha envuelto al presidente brasile?o Fernando Collor de Mello, y que amenaza con derrocarlo, puede ser visto como un ejemplo m¨¢s de la infinita incapacidad del gigante suramericano para gobernarse con propiedad. Como se ha dicho hasta la saciedad en el pasado: el Brasil es el pa¨ªs del futuro y lo ser¨¢ siempre. En esta ¨®ptica, la malversaci¨®n de los recursos del erario por parte del joven y guapo mandatario representar¨ªa s¨®lo un trauma adicional, contrastando con los ¨¦xitos latinoamericanos del momento como M¨¦xico, Chile y Argentina. A diferencia de estas afortunadas naciones, los brasile?os se habr¨ªan visto humillados por la ca¨ªda inesperada de un presidente fr¨ªvolo, provocada por el bloqueo proverbial de un sistema pol¨ªtico paralizado, todo ello agravado por la renuncia a llevar a cabo una reforma econ¨®mica como Dios manda.Pero la grave crisis brasile?a tambi¨¦n puede ser enfocada de una manera distinta: como una verdadera divisoria de aguas en la pol¨ªtica latinoamericana, cuando por primera vez en la historia la corrupci¨®n -un vicio ancestral que remonta al encuentro tan festejado este a?o-, en lugar de ser premiada ser¨¢ finalmente castigada. Asimismo, puede convertirse en un anuncio de la evoluci¨®n por venir, en la medida en que el esc¨¢ndalo brasile?o se vuelve un precedente y un ejemplo a seguir, dejando de ser un fracaso del cual avergonzarse.
El Collorgate, como se le ha llamado al vertiginoso desplome del inquilino actual del palacio del Planalto, no es, por supuesto, el primer caso de corrupci¨®n en las elevadas esferas del poder en Brasil, ni en Am¨¦rica Latina en su conjunto. Pero es probable que constituya la. primera ocasi¨®n en que un presidente en funciones se ve p¨²blicamente acusado e investigado en forma oficial -para luego ser condenado- por haberse enriquecido indebidamente junto con su familia. Abundan los ejemplos en el pasado de casos de corrupci¨®n descubiertos y a veces castigados por golpes militares o por revoluciones triunfantes. Pero nunca hasta ahora las mismas instituciones que llevaron a un mandatario al poder se hab¨ªan revertido en su contra para juzgarlo por sus actos, y a la postre, sacarlo de la presidencia.
Los brasile?os utilizan el t¨¦rmino ingl¨¦s de impeachment para describir el proceso de juicio, sentencia y desenlace ya echado a andar en su pa¨ªs. El probable impeachment de Fernando Collor no es, ni mucho menos, un s¨ªntoma de debilidad en la pol¨ªtica brasile?a, ni tampoco un efecto de la tan llevada y tra¨ªda par¨¢lisis del sistema pol¨ªtico. Al contrario: es una prenda de la fuerza y viabilidad de ambos, y la consecuencia l¨®gica de dos tendencias pol¨ªticas subyacentes, contradictorias y a la vez decisivas. La primera es bien conocida: se trata del proceso de democratizaci¨®n de la pol¨ªtica brasile?a, que se produjo durante el decenio transcurrido. El vigor de la sociedad civil -la fuerza de la Iglesia y de los partidos pol¨ªticos, de la prensa y de los sindicatos, de las mujeres y de los estudiantes, de los ecologistas y del Congreso- han hecho del Brasil un caso aparte en Am¨¦rica Latina.
La famosa explosi¨®n de la sociedad civil que por fin acab¨® con la era de las dictaduras militares enfrent¨® ciertamente serios obst¨¢culos, pero dej¨® un sedimento fundante en la sociedad brasile?a. De ¨¦l emanan las manifestaciones y las tomas de posici¨®n que hoy amenazan con derrocar al primer presidente brasile?o electo por el sufragio universal desde Janio Quadros (en 1959).
La segunda tendencia que ha provocado la ca¨ªda en desgracia de Fernando Collor consiste justamente en el advenimiento de pol¨ªticos como ¨¦l: mandatarios j¨®venes o que lo aparentan, tecn¨®cratas o que quisieran serlo. Son sin duda alguna ambiciosos e inteligentes, pero carecen de la menor sensibilidad ante las demandas m¨¢s abstractas de rendici¨®n de cuentas, de respeto por el Estado de derecho y frente a la inmensa pobre za que rodea sus mansiones presidenciales o sus casas de campo. La conjunci¨®n de ambas tendencias -la democratiza ci¨®n y la llegada de los yuppies al poder- se est¨¢ convirtiendo en un hito central de cara a la tradici¨®n del pa¨ªs y tal vez de la regi¨®n. Por primera vez, la corrupci¨®n le puede costar su empleo a un presidente, en lugar de simplemente da?ar su reputaci¨®n o condenarlo a un exilio dorado. Pero si el esc¨¢ndalo Collor es una muestra de fuerza y no de debilidad, por ahora es s¨®lo una excepci¨®n. La pregunta de fondo que debe ser planteada hoy en las llamadas nuevas democracias de Am¨¦rica Latina tiene que ver con las posibilidades que tendr¨ªan otros mandatarios de la regi¨®n de salir airosos de una investigaci¨®n como la que el Congreso brasile?o realiz¨® de las finanzas de la familia Collor. Cheque por cheque, gasto por gasto, derroche por derroche, ?resistir¨ªan Carlos Menem, su hermano y la familia pol¨ªtica del presidente una investigaci¨®n de esta ¨ªndole al esc¨¢ndalo del Yomagate, en lugar de s¨®lo verse acribillados por art¨ªculos en la prensa y rumores diversos? En M¨¦xico, ?podr¨ªa Ra¨²l Salinas, el hermano del presidente, sobrevivir a una revisi¨®n minuciosa de sus finanzas personales, en lugar de simplemente ser objeto de chismes y de acusaciones no probadas por parte de columnistas en ocasiones sensacionalistas? ?Qu¨¦ suerte correr¨ªan Carlos Andr¨¦s P¨¦rez y el condominio AD-Cope si se llevara a cabo una pesquisa como la de Brasilia de las finanzas de los principales pol¨ªticos venezolanos?
La corrupci¨®n ha sido un baluarte de la pol¨ªtica latinoamericana desde tiempos inmemoriales. Ha cambiado de forma y de tono, no de fondo. Concluy¨® quiz¨¢s la ¨¦poca del enriquecimiento mediante las compras gubernamentales y el tr¨¢fico de influencia: los Estados latinoamericanos son demasiado chicos para que el erario solo financie la creaci¨®n de inmensas fortunas. Las nuevas mafias y trampas son otras: la venta de empresas p¨²blicas a amigos privados, el intercambio de informaci¨®n privilegiada en las bolsas de valores, la especulaci¨®n burs¨¢til y de divisas. Lo nuevo tambi¨¦n, sin embargo, por lo menos en Brasil, es la renuncia de la sociedad a aceptar resignadamente este tipo de comportamiento. La modernidad latinoamericana incluye asimismo, aunque sea a contrapelo de los yuppies que nos gobiernan, un rechazo a la impunidad y la desverg¨¹enza. Ya era tiempo.
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