Seis platos de lo mismo
Sep¨²lveda / Ponce
Cinco toros de Sep¨²lveda (dos fueron devueltos por inv¨¢lidos; uno de ellos, sustituido por otro del mismo hierro), bien presentados, flojos, varios mansos en varas, nobles en general, muy encastado el 4?. 6? sobrero de Alcurruc¨¦n, discreto de presencia, flojo, boyante.
Enrique Ponce, ¨²nico espada: pinchazo hondo y tres descabellos (palmas); estocada ca¨ªda y rueda de peones (ovaci¨®n y tambi¨¦n algunos pitos cuando sale al tercio); pinchazo, media y tres descabellos (silencio); tres pinchazos y estocada corta ca¨ªda (ovaci¨®n, que se reproduce, y dos salidas al tercio); dos pinchazos, otro hondo y descabello (silencio); tres pinchazos -aviso-, otro hondo ca¨ªdo, rueda de peones y descabello (silencio). Despedido con aplausos y algunos pitos. Brind¨® toros a la Condesa de Barcelona, que presenci¨® la corrida desde el palco de honor; al cantante Julio Iglesias, al ganadero Samuel Flores y al p¨²blico.
Plaza de Las Ventas, 1 de octubre. Segunda corrida de feria.
Lleno de "no hay billetes".
Enrique Ponce tore¨® los seis toros con desahogo, los breg¨® personalmente en el primer tercio, les peg¨® derechazos hasta el infinito, intent¨® matarlos apuntando a lo alto, y cumpli¨®. No es mucho, cumplir, o acaso no sea poco; depende. Cumplir en tarde de tanta expectaci¨®n y compromiso puede suponer un triunfo o un fracaso. Todo est¨¢ en funci¨®n de las circunstancias, naturalmente; de la actitud del p¨²blico, del comportamiento de los toros. Si el p¨²blico se manifiesta en contra y los toros salen marrajos, cumplir constituir¨ªa una proeza. Pero si el p¨²blico permanece a favor, deseando aplaudir y jaleando la m¨ªnima postura acad¨¦mica que vea hacer al diestro, y los toros embisten boyantes, cumplir es, lisa y llanamente, un fracaso. Y eso fue lo que ocurri¨®. En el banquete de gustos y aromas que promet¨ªa este acontecimiento, el anfitri¨®n ofreci¨® seis platos de lo mismo y acab¨® aburriendo a aquella multitud golosa que hab¨ªa acudido al coso vente?o, ¨¢vida de paladear el toreo de arte.Muchos espectadores ten¨ªan la esperanza de que, en seis toros, por lo menos ver¨ªan un par de faenas buenas, y con esa ilusi¨®n acudieron a la plaza. Es una forma de contemplar la fiesta, quiz¨¢ no demasiado ajustada a lo que significan las corridas de toros con un solo matador, que tienen otro sentido e incluso otra t¨¦cnica. Por eso los aficionados de siempre lo que esperaban ver era seis faenas distintas. El compromiso de un torero que se encierra con seis toros no es ya salir por la puerta grande -que eso se dar¨¢ por a?adidura, en el caso de que lo merezca- sino demostrar su categor¨ªa de lidiador en todos los tercios, desplegar un amplio repertorio de suertes, aplicarlas de acuerdo con las cambiantes condiciones de los toros, matar con decisi¨®n y tino, ser breve.
Seguramente ser¨¢ ocioso precisar tanto y bastar¨ªa decir que, para encerrarse con seis toros, es necesario poseer los conocimientos y el car¨¢cter propios de un maestro. El fracaso de Enrique Ponce estuvo en que nada de cuanto queda referido hizo -m¨¢s bien hizo todo lo contrario- y a¨²n no hab¨ªa doblado el segundo toro de la tarde cuando el p¨²blico ya se hab¨ªa dado cuenta de que no es maestro en su oficio. Ni siquiera torero profundo. Y entonces cundi¨® la decepci¨®n. Se suced¨ªan los toros buenos, se suced¨ªan las pinceladas, pero no hab¨ªa lidia magistral, ni ajustados lances de capa, ni faenas de muleta rematadas y hondas; menos, a¨²n, estocadas por el hoyo de las agujas.
Sali¨® a torear Enrique Ponce con escaleta e iba repitiendo sus faenas como si las hubiera puesto un calco. Primero, unos pases por bajo sacando al toro a los medios; luego, dos tandas de derechazos (ni una m¨¢s, ni una menos); a continuaci¨®n, una breve serie con la izquierda; vuelta a los derechazos; para acabar, ayudados, trincherillas, cambios de mano... Y, de esta manera, seis veces, seis. Y uno se preguntaba: ?no habr¨¢ alg¨²n toro que deba tantearse por alto, principalmente si se tiene en cuenta la debilidad que padec¨ªan todos? ?No habr¨¢ alg¨²n toro que requiera torearlo en el tercio? ?No habr¨¢ alg¨²n toro cuya forma de embestir admita antes los naturales que los derechazos? ?No habr¨¢ alg¨²n toro que invite a desplegar un m¨¢s amplio repertorio de suertes?
En el que abri¨® plaza ya hab¨ªa desarrollado Enrique Ponce su argumento -de pe a pa, enterito, sin faltar detalle- y el resto fue como El bolero de Ravel, como pasar la pel¨ªcula en sesi¨®n continua, seis Veces, seis. En el cuarto, un toro de encastada nobleza, consigui¨® los momentos m¨¢s brillantes de la tarde, principalmente al llegar la faena a sus postrimer¨ªas, cuando lig¨® de verdad tres redondos de ensue?o, y estos con el, trincherazo y un pase de pecho mejorables. All¨ª puso al p¨²blico en pie y tuvo ganada la oreja, que perder¨ªa despu¨¦s, por lo mal que mat¨®.
Las otras cinco faenas estuvieron hechas de pinceladas, detallitos, alguna trinchera bien lograda, y poco m¨¢s, que se dilu¨ªa en la superficialidad de su toreo. Casi todo ca¨ªa en el olvido. Algunos aficionados a?ad¨ªan defectos capitales: pierde terreno al rematar los pases, no los liga, abusa del pico, desde?a el toreo al natural. Pero no descubr¨ªan ning¨²n Mediterr¨¢neo. El toreo est¨¢ as¨ª. La mayor parte del toreo que repiten en producci¨®n seriada las figuras de estos tiempos, es as¨ª: superficial, desligado, ventajista, afectado para fingir arte de cara a la galer¨ªa.
No es s¨®lo Enrique Ponce. Antes bien, Enrique Ponce, que sabe c¨®mo se interpreta el toreo puro -lo ha demostrado en pasadas ocasiones, y sol¨ªa ejecutarlo durante su fecunda etapa de novillero- ha ca¨ªdo en esta esta moda porque le resulta m¨¢s rentable. Seguramente sin escr¨²pulo, culpa ni remordimiento por su parte, pues tambi¨¦n es v¨ªctima de la adulaci¨®n y ha llegado a alcanzar las m¨¢s altas cimas del escalaf¨®n jaleado como si se tratara de Joselito y Belmonte fundidos en una pieza.
Cada vez que alguien afronta el compromiso de encerrarse con seis toros, uno se acuerda del maestro Antonio Bienvenida, que nunca lleg¨® a torear 100 corridas por temporada, ni le pagaron una fortuna por lidiar seis toros -proeza que llev¨® a cabo muchas veces- y, sin embargo, en cuanto se hac¨ªa presente en la arena, derramaba m¨¢s torer¨ªa que todos estos figurones juntos.
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