La obra final de Francis Bacon
En estos momentos de tribulaci¨®n, donde no son pocas las galer¨ªas de nuestro pa¨ªs que trastabillean enredadas en sus propios l¨ªos, resulta estimulante que una firma como Marlborough, con sedes en Londres, Nueva York y Tokio y que est¨¢ a un paso de celebrar su 50o aniversario, abra un nuevo local en Madrid y decida hacer in situ lo que, por otra parte, hab¨ªa estado ya haciendo a socorrida y prudencial distancia.El local elegido para ello no s¨®lo posee un magn¨ªfico emplazamiento urbano, puerta con puerta con la galer¨ªa de Soledad Lorenzo, sino que ha sido dise?ado por el arquitecto neoyorquino Richard Gluckman, que es uno de los pocos actuales que no quiere pasar a la historia -l¨¦ase las revistas del gremio- a costa de estropear las posibilidades de exhibir obras de arte en los edificios en los que interviene, lo que, estoy convencido, le har¨¢ ingresar en la historia de verdad, aunque, como corresponde, quiz¨¢ un poco m¨¢s tarde.
Francis Bac¨®n
Pinturas 1981-1991.Galer¨ªa Marlborough. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 14 de noviembre.
Por lo dem¨¢s, Marlborough ha querido iniciar su periplo espa?ol con el buen pie de traernos como exposici¨®n inaugural la obra ¨²ltima de uno de los mejores pintores de nuestra ¨¦poca: el brit¨¢nico Francis Bacon (Dubl¨ªn, 1909-Madrid, 1992). Hay que a?adir que no se trata de ninguna muestra menor, lo que, no obstante, est¨¢ justificado cuando se trata de artistas aut¨¦nticamente mayores, y no lo es ni por el n¨²mero, ni por la calidad, ni la aleatoriedad de las obras seleccionadas al respecto.
Absurdo
Antes, por el contrario, se han reunido cuatro tr¨ªpticos y siete cuadros, fechados todos ellos entre 1981 y 1991, m¨¢s una peque?a antol¨®gica de obra gr¨¢fica, que complementa, aunque no forma parte directa de la exposici¨®n en s¨ª.Cuando a¨²n resuenan los ecos tr¨¢gicos de su reciente muerte, acaecida entre nosotros el pasado 28 de abril, lo cual acrecent¨® a¨²n m¨¢s la atenci¨®n que le dispensaron los medios masivos de difusi¨®n de nuestro pa¨ªs, aumenta la sensaci¨®n de absurdo de quien ahora pretende explicar qui¨¦n era Bacon o cu¨¢l ha sido, su importancia para el arte contempor¨¢neo.
Por tanto, tan s¨®lo me limitar¨¦ a se?alar que pr¨¢cticamente desde que se dio a conocer, poco despu¨¦s de finalizada la II Guerra Mundial hasta su fallecimiento, no s¨®lo fue universalmente considerado como una de las grandes figuras singulares del arte contempor¨¢neo, fueran cuales fuesen las. sucesivas modas, sino que su irrupci¨®n en los cincuenta supuso uno de los pocos casos de no fallida expresi¨®n art¨ªstica genuinamente europea en un panorama ya absolutamente dominado por modelos americanos.
Dolor
?Cu¨¢l fue, empero, la raz¨®n de que este pintor lograra tan poderosas y estupefacientes im¨¢genes cuando era ya un hombre biol¨®gicamente maduro y frente a un mundo absolutamente destrozado? Se alude a este respecto a la capacidad que tuvo para fondear en el coraz¨®n mismo de la angustia humana, lo que indudablemente es cierto, pero creo que lo relevante es la dimensi¨®n pl¨¢stica de esta inmersi¨®n en los baj¨ªos existenciales.As¨ª su concepci¨®n ps¨ªquica del espacio -que no tiene otro parang¨®n contempor¨¢neo que el del Giacometti pintor- est¨¢ poblada de una riqu¨ªsima experiencia art¨ªstica, donde Cimabue conversa fantasmalmente tanto con Rembrandt, Vel¨¢zquez, Van Gogh, Munch o Picasso, como con Poussin, Ingres y Degas; esto es: la ¨²nica dial¨¦ctica al l¨ªmite con que un artista contempor¨¢neo puede hablar del dolor humano sin mutilar la memoria, o lo que es lo mismo: sin renunciar a explicarse.Con todo, lo emocionante de esta muestra, que ahora nos presenta algunos hitos de lo que pintaba Bacon justo antes de morir, es la determinaci¨®n de haber llevado hasta el final este prop¨®sito art¨ªstico alumbrado casi medio siglo antes.Bacon no cambia: ahonda o, en todo casi, escarba, porque hay siempre en su pintura una mano con u?as que se hunde en la tierra. La indudable elegancia de la que sigui¨® haciendo gala durante las ¨²ltimas d¨¦cadas nunca se convirti¨® en un gesto congelado, ni, por tanto, en una ret¨®rica decorativa; es m¨¢s bien, como dijera Leonardo, el resultado de "la insistencia en la excelencia", aunque esa excelencia fuera una temible sonata de espectros entrevistos f¨ªsicamente en el resplandor corruptible de las m¨¢scaras que somos, m¨¢scaras, al fin y al cabo, m¨¢s de carne -y m¨²sculo: gesto contra¨ªdo- que de hueso, lo cual es un saber que a ¨¦l s¨®lo le debemos que se nos haya hecho visible. Y visible hasta que su coraz¨®n dejara de latir un d¨ªa de abril precisamente en Madrid, mientras que su pintura continuar¨¢ hablando por ¨¦l y para nosotros, m¨¢s all¨¢ de nuestra propia muerte.
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