Madurez sindical
Si HUBIERA soluciones f¨¢ciles a la crisis que afecta a casi todas las econom¨ªas desarrolladas, y a la nuestra m¨¢s que a la mayor¨ªa, ya nos habr¨ªamos enterado: esas cosas se saben. Entretanto, una de las pocas opiniones que comparten casi todos los especialistas es que nada perjudicar¨ªa tanto las posibilidades de recuperaci¨®n como una marejada reivindicativa a la italiana. As¨ª lo han entendido los dos principales sindicatos, UGT y CC OO, que no s¨®lo han archivado la huelga general prevista para este oto?o, sino que multiplican sus gestos de moderaci¨®n en aras de una concertaci¨®n que permita reducir los efectos sociales del ciclo en que hemos entrado. Las resistencias internas, minoritarias pero significativas, a esa voluntad de pacto resaltan la importancia del proceso en curso, expresivo de una madurez sindical de la que muchos dudaban.La unidad de acci¨®n entre UGT y CC OO sirvi¨® para que el sindicalismo espa?ol demostrase su capacidad de movilizaci¨®n, pero de ella no result¨®, sino todo lo contrario, una mayor implantaci¨®n en las empresas. Ello les ha restado incidencia en el terreno donde prioritariamente se juega hoy, en todos los pa¨ªses, la credibilidad de los sindicatos como instrumentos ¨²tiles para los trabajadores. La ruptura de UGT con el PSOE tuvo un efecto contradictorio: por una parte, permiti¨® a la central romper los lazos que desde la llegada de los socialistas al poder ven¨ªan lastrando su capacidad relvindicativa; pero, por otra, la obsesi¨®n, ahora en negativo, hacia el PSOE determin¨® una estrategia orientada a marcar las distancias antes que a buscar acuerdos: una l¨ªnea reivindicativa sin capacidad de interlocuci¨®n es una contradicci¨®n, como se demostr¨® tras la huelga general de 1988. En CC OO, por el contrario, el derrumbamiento sin paliativos del comunismo suprimi¨® la principal referencia pol¨ªticoideol¨®gica, lo que favoreci¨® una cierta sindicalizaci¨®n del debate y una evoluci¨®n m¨¢s neta hacia posiciones negociadoras.
La crisis, y especialmente la perspectiva de crecimiento del desempleo, ha unificado perspectivas, y ambas centrales se inclinan hoy hacia un planteamiento menos ideol¨®gico y m¨¢s pegado a la realidad. No son ya Maastricht, la convergencia o el giro social, sino la defensa del puesto de trabajo, la resistencia frente a los abusos patronales o la creaci¨®n de fondos de pensiones lo que ocupa el centro de los debates y preocupaciones. Tal es el caso, por ejemplo, de CC 00, cuyo Consejo Confederal aprob¨® ayer por una ampl¨ªsima mayor¨ªa el informe de Antonio Guti¨¦rrez, favorable a la recomposici¨®n del di¨¢logo social y criticado por la minor¨ªa como "reformista de derecha" y "excesivamente moderado". La teor¨ªa de esa minor¨ªa, combinaci¨®n del izquierdismo grupuscular con la nostalgia paleocomunista, es que el sindicalismo debe ser movilizado para cambiar el sistema, no para reformarlo. La experiencia indica, sin embargo, que no es ¨¦se el objetivo de la mayor¨ªa de los trabajadores, y que uno de los ¨ªndices fundamentales para medir la madurez del movimiento obrero en un determinado pa¨ªs, sector o empresa es su resistencia a dejarse instrumentalizar en nombre de esas u otras consideraciones ideol¨®gicas.
La perspectiva de p¨¦rdida de 200.000 empleos en 1993 -reflejo de la creciente p¨¦rdida de competitividad de nuestra econom¨ªa- justifica la estrategia sindical de supeditar la negociaci¨®n salarial a la conservaci¨®n de los puestos de trabajo, perspectiva aprobada ayer por CC OO y compartida por UGT. Esa negociaci¨®n s¨®lo es posible, sin embargo, en el ¨¢mbito de cada empresa, ya que ni la patronal ni el Gobierno podr¨ªan garantizar los empleos. Ello implica renunciar a fijar una cifra de referencia para los aumentos salariales y admitir, por tanto, que ¨¦stos han de estar relacionados con la situaci¨®n econ¨®mica de la empresa y, por tanto, con su nivel de competitividad. Algo que hace a?os entendieron los sindicatos de algunos pa¨ªses que hoy contemplan con menos angustia la perspectiva de la crisis.
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