Un d¨ªa cualquiera en Sarajevo
La capital de Bosnia-Herzegovina vive cada jornada huyendo de su propio r¨¦quiem
JUAN CARLOS GUMUCIO ENVIADO ESPECIASon las siete de la ma?ana en Sarajevo, brilla el sol y Maida Mehovic se incorpora a la cola de la panader¨ªa. Tirita de fr¨ªo a pesar de su grueso abrigo rojo. No hay luz ni agua potable. En la ciudad la ¨²nica novedad es que los artilleros serbios que la rodean se est¨¢n tomando un descanso. Las calles est¨¢n llenas de gente. Hombres y mujeres, con bidones de pl¨¢stico y caras de infinita tristeza. Un d¨ªa ordinario en Sarajevo.
8.15 Mar¨ªa Schmidt quiere salir de Sarajevo; acude al Ayuntamiento para pedir que la alcald¨ªa gestione su salida en alg¨²n avi¨®n de las Naciones Unidas. Tiene 70 a?os y s¨®lo quiere regresar a Zagreb. Sabe que los aviones de la ONU no llevan pasajeros, pero ruega a un funcionario que, por lo menos, llame al cuartel general de los cascos azules. Es imposible. El tel¨¦fono no funciona desde hace dos d¨ªas.8.30 La radio da malas noticias para los que conservan la esperanza. Se combate en el vecino distrito de Stup, Gorazde est¨¢ bajo fuego de artiller¨ªa, Gradacac sufre otro bombardeo. Un comunicado de la compa?¨ªa de electricidad dice que de momento hay que olvidarse de la luz. Cita "serios obst¨¢culos t¨¦cnicos". Es un absurdo eufemismo. La planta de Novigrad est¨¢ derruida.
9.00 La compra del d¨ªa del abogado Farid Butrovic est¨¢ hecha: dos cabezas de lechuga, una pera y pan. Dice que ha pagado 10 marcos alemanes, el sueldo que ganan los miembros de la presidencia de Bosnia-Herzegovina. ?Quisiera irse de Sarajevo? "?Nunca, nunca!", responde y se le humedecen los ojos. "Esta es mi ciudad y me quedar¨¦ aunque me maten los chetniks o el invierno". La temperatura est¨¢ en los cero grados. En el valle retumba una larga descarga.
10.05 Cerca del puente de Gavrilo Princip, una
cuarentona rubia lleva una caja de cart¨®n. Contiene masa de pan. Se va a cocer pan a la casa de una amiga que ha conseguido le?a. Se llama Aida y tiene dos hijos j¨®venes. "?Donde est¨¢ la ayuda de Europa?", pregunta. "?Por qu¨¦ nos ha olvidado el mundo?" Se le caen l¨¢grimas de rabia. "Sramota, sramota" (verg¨¹enza, verg¨¹enza), dice y se aleja con altivez. Desaparece tras una esquina- donde la advertencia pintada en la pared -Cuidado, francotirador- ya se est¨¢ destifiendo.
11.00 En el hospital Kosevo, un joven cirujano llamado Faris Gavranketanovic acaba de operar a un colega. Hadzan Kovjo, un t¨¦cnico del departamento de radiolog¨ªa , ha sido herido en la cadera derecha. Le han extra¨ªdo dos fragmentos de la granada que se abati¨® anoche cuando sal¨ªa del trabajo. "Nada grave", dice el m¨¦dico. Gavranketanovic trabaja con lo que puede. "Hacen falta vendas, antibi¨®ticos, todo", dice. Sonr¨ªe, pero sus ojeras delatan una fatiga enorme. Vive en el hospital. Su mujer le lleva a su hija de tres a?os dos o tres veces a la sem¨¢na.
12.00 Camiones blancos de la ONU llegan a varios puestos de distribuci¨®n de alimentos en el centro. No necesitan letreros. Basta guiarse por las colas de gente. Se descargan ca ones de aspecto bastante familiar. Otra vez las raciones de arroz. En Sarajevo se vive de arroz y pan. Arroz con cebolla, si es que hay suerte. Uno de los cajones con el s¨ªmbolo azul de la ONU est¨¢ ayudando a sobrevivir a Rasim Mohevic en el portal del edificio n¨²mero 47 de la calle de Vase Miskina. Los peatones le dejan algunos billetes, cigarrillos, pan. Mohevic, ex combatiente de la II Guerra Mundial, quiz¨¢ perezca de fr¨ªo.
14.30 En el zagu¨¢n trasero del Caf¨¦ Lago, que refugia a una docena de familias de musulmanes de Dobrinja, Dina juega a ser vendedora y se lo toma muy en serio. Sobre una caja ha colocado trocitos de cart¨®n, unas cuantas piedras, varias tapas de botella y figurines de una revista infantil recortados con esmero. Tiene car¨¢cter la ni?a. Sus amiguitos tienen que hacer cola para comprar su mercader¨ªa imaginaria. "?sta es la carne; ¨¦ste, el pescado; ¨¦ste, el chocolate, y ¨¦stos, los abrigos", explica muy seria y no es dificil descubrir que la monoton¨ªa culinaria de la vida real ya ha dejado huellas: Dina dice con el ce?o fruncido que en su tienda jam¨¢s va a haber arroz.
15 .00 El propietario protege su negocio, un supermercado c¨¦ntrico y est¨¢ aprovechando las ¨²ltimas horas de luz para tapiar su escaparate con la madera de la estanter¨ªa. Hace tiempo que las repisas han perdido todo prop¨®sito. Lo ¨²nico que queda a la venta son los carritos de la compra y seis revistas infantiles.
16 .00 La se?ora Branca Balvanovic baja al jard¨ªn de su casa en la calle de Los Libertadores de Sarajevo para examinar el peque?o huerto de la vecindad. Indudablemente, la gente del edificio ha actuado con previsi¨®n. Es una peque?a granja com¨²n. Los tomates todav¨ªa est¨¢n verdes. y es evidente que el fr¨ªo va a terminar con las plantas de pimientos. "Ya veremos", dice la se?ora Branca con resignaci¨®n. "Por lo menos lo hemos intentado". En el sal¨®n de la se?ora Branca se conversa -a la luz de unas peque?as l¨¢mparas improvisadas de aceite. "Las mejores mechas son los flecos de las alfombras", dice la anciana, orgullosa de su descubrimiento. "Hay que resistir". La se?ora Branca es la madre de Aleksandra Balvanovie, una music¨®loga croata de 34 a?os hoy alcaldesa en funciones de Sarajevo. El titular, Muhamed Kresevljiakovic, est¨¢ de viaje y nadie en su despacho sabe exactamente d¨®nde o cu¨¢ndo va a regresar.
18.00 "Los obst¨¢culos t¨¦cnicos" del sistema el¨¦ctrico de la ciudad no van a poder ser superados, sino en cuesti¨®n de "algunos d¨ªas". La reparaci¨®n de una red alternativa ha quedado en nada porque los francotiradores han vuelto a poner en retirada a las brigadas de t¨¦cnicos.
Vedran Smallovic, el violonchelista que toca el Adagio de Albinoni para los muertos de Sarajevo, llega con su instrumento a cuestas. La oscuridad acent¨²a sus facciones de G¨¦rard Dep¨¢rdieu. Su efusividad y sed ayudan al parecido todav¨ªa m¨¢s. Improvisa con dos guitarristas que parten ma?ana al frente y corren los vasos. Smailovic sabe que es un personaje famoso y que su fotograf¨ªa ya ha dado la vuelta al mundo.
Camino de su casa se planta a las puertas de la catedral, saca el violonchelo y ataca el primer movimiento para la calle desierta. Es una marcha furiosa, pero que no consigue escaparse de la inconsolable solemnidad de Sarajevo de noche. Suena m¨¢s bien como un r¨¦quiem.
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