"Matar¨¦ a los rusos con mis propias manos
En Sujumi, capital de la rep¨²blica aut¨®noma de Abjazia, el odio ¨¦tnico, lo domina todo
RODRIGO FERN?NDEZ ENVIADO ESPECIAL, Sujumi, la capital de Abjazia, paradisiaco balneario subtropical donde se construyeron magn¨ªficas residencias de descanso para la nomenklatura sovi¨¦tica, es hoy una ciudad maldita: la poblaci¨®n georgiana, en su mayor¨ªa, ha huido presa del p¨¢nico; los que quedan tratan de salir como sea o permanecen con el temor constante a un ataque abjazo; los productos escasean, el pan se ha convertido en un preciado manjar de lujo, y la mayor parte de los comercios, empresas y oficinas han cerrado.
El odio entre nacionalidades que durante d¨¦cadas hab¨ªan convivido pac¨ªficamente -y, en especial, el odio hacia los rusos- est¨¢ apoder¨¢ndose de la gente Es una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento y derramar la sangre de muchos inocentes.Cuando llegamos en la ciudad nuestro ch¨®fer, Vazha, detiene el veh¨ªculo junto a una casa de viviendas t¨ªpicamente sovi¨¦tica, que uno puede ver tanto en Mosc¨² como en Tashkent.
El apartamento al que nos llevan pertenece al director de la f¨¢brica de t¨¦, un georgiano que vive solo. Vazha le ayud¨® hace unos d¨ªas a sacar de la ciudad a su esposa y a sus dos hijos -un var¨®n y una ni?a- y ahora, sin avisarle, le trae a un grupo de periodistas para que podamos "hablar con la gente sencilla y no s¨®lo con los pol¨ªticos".
"Odio a los rusos. Si las cosas siguen as¨ª, no resistir¨¦ y los matar¨¦ con mis propias manos", dice Koba, un moreno de bigote con una cara de bonach¨®n que contrasta con sus palabras. "?No me crees? Vamos afuera y te convencer¨¢s". Ya en el pasillo, se arremanga la camisa y muestra una serie de profundas cicatrices en el brazo. "Soy un asesino. Esto me lo hago yo mismo, me corto las venas de rabia cuando no puedo matar. Veo correr mi propia sangre y me tranquilizo". Luego saca una fotograf¨ªa en la que aparece vestido de militar: "Fui coronel en la guerra de Afganist¨¢n. Los rusos me han convertido en lo que soy ahora".
Pero Koba es tambi¨¦n un gran sentimental. Muestra otra foto en la que se ve a una pareja con dos ni?os, una familia abjaza acosada por los guardias georgianos a la que ayud¨® de salir de Sujumi. Agradecido, el hombre le dej¨® esta foto con una dedicatoria.
Esta mezcla de odio. y de sentimentalismo es t¨ªpica de los georgianos con los que conversamos. Echan pestes contra los rusos, pero en la calle charlan tranquilamente con ellos y discuten sobre si los abjazos atacar¨¢n hoy o ma?ana. Cuentan las atrocidades que cometi¨® el enemigo cuando conquist¨® la ciudad de Gagra, pero se apresuran a se?alar "a los chechenos, los musulmanes", como culpables.
Est¨¢n convencidos de que Georgia es una avanzada cristiana en el mundo musulm¨¢n y que hoy est¨¢n en guerra contra el islam. Lo que no les impide decir que se enfrentan a Rusia -pa¨ªs de religi¨®n ortodoxa, como Georgia- y reconocer que uno de los pocos Estados que hoy les ayuda es la musulmana Turqu¨ªa, enemiga hist¨®rica de Georgia.
Todo puede suceder ma?ana en Sujumi: el odio hacia los otros pueblos puede explotar haciendo correr la sangre en un feroz pogromo nacionalista, o el amor cristiano puede vencer, y georgianos, rusos, abjazos, armenios, azerbaiyanos, griegos y jud¨ªos continuar conviviendo en paz.
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