'Mater Spania'
En estos tiempos parece que est¨¢ en desuso en ciertos discursos p¨²blicos utilizar la palabra Espa?a para referirse, valga la redundancia, a Espa?a. Se habla del Estado o como mucho se adjetiva el nombre de Estado con el de espa?ol, el Estado espa?ol.Parece evidente que si se evita utilizar la palabra Espa?a es porque no se sabe bien c¨®mo se acomoda la realidad hist¨®rica y pol¨ªtica a la que la palabra hace referencia con una Espa?a de autonom¨ªas y nacionalidades, que son, seg¨²n nuestra Constituci¨®n,y nuestra historia (aun que esto ¨²ltimo necesite aclara ciones que despu¨¦s dar¨¦), parte de Espa?a, o porque adem¨¢s, probablemente, los que hablan del Estado no quieren herir la susceptibilidad o sensibilidad de aquellos que perteneciendo a una de esas nacionalidades o autonom¨ªas se consideran espa?oles, pero no tanto, o no se consideran espa?oles.
Me parece que, en cualquier caso, esta manera cuidadosa o abrupta de omitir el uso de la palabra Espa?a procede, por una parte, de un desconocimiento de la historia de la palabra y de su significado a trav¨¦s de los tiempos, y, por otra, del uso abusivo y del sentido patrimonial, ofensivo, limitador y agresivo que desde 1936 a 1977 se hizo de esta hist¨®rica denominaci¨®n. La palabra Espa?a y espa?ol se aplicaba a unos espa?oles: los que estaban de acuerdo con la ideolog¨ªa y la pr¨¢ctica del poder pol¨ªtico dominante; a los que no estaban de acuerdo, a los excluidos, a los adversarios, se les llamaba antiespa?oles y se hablaba de la anti-Espa?a.
Es posible que esa utilizaci¨®n parcial y empobrecedora del nombre de Espa?a haya producido el rechazo actual de todos aquellos que eran o hubieran sido hoy, de continuar aquel r¨¦gimen pol¨ªtico, los antiespa?oles, los que formaban la anti-Espa?a, sobre todo en el caso de aquellos que su oposici¨®n al r¨¦gimen nacido de la guerra civil de 1936 a 1939 era debida a un sentimiento e ideolog¨ªa nacionalista y diferencial.
Sin embargo, la palabra Espa?a, antigua y venerable, ha tenido y tiene un significado hist¨®rico que est¨¢ por encima y por fuera del uso impropio que por exceso o defecto se hizo en un pasado demasiado pr¨®ximo a estos tiempos actuales.
Me parece estar oyendo a mi maestro Luis Garc¨ªa Valdeavellano, cuando en el primer curso de Historia del Derecho, all¨¢ por el a?o 1945, nos explicaba, escribiendo cada nombre latino pulcra y claramente en la pizarra de la clase, c¨®mo el nombre de Hispania se lo dan los romanos a la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, palabra que algunos historiadores cre¨ªan que significaba la tierra de los conejos, y que vino a sustituir a la de Iberia o Celtia, y a la m¨¢s antigua de Ophidia, la Tierra de las Serpientes.
Fue con los visigodos cuando el nombre de Hispania, de cuya, forma secundaria Span se derivar¨ªa el nombre de Spania, Espa?a, empez¨® a referirse no s¨®lo a un territorio, el de la pen¨ªnsula Ib¨¦rica, sino tambi¨¦n a una unidad pol¨ªtica y social, y como nos explicaba Luis, san Isidoro, en De laude spaniae, al hablar de los reinos de los visigodos, v¨¢ndalos y suevos, habla de esa tierra feliz a la que llama mater Spania, madre Espa?a.
Y esa idea de la Spania isidoriana y de la unidad superior del Estado visigodo perdurar¨¢ a trav¨¦s de lo que Men¨¦ndez Pidal y Luis Valdeavellano llamaban "la idea imperial leonesa". Ellos, los reyes leoneses, se llamar¨¢n magnus imperator, magno emperador, desde Ordo?o II (866-911), en recuerdo de una unidad de Espa?a, que ahora, en su demoninaci¨®n y t¨ªtulo, se aplicaba a una realidad hist¨®rica y social, en la que, como en tiempos de san Isidoro, hab¨ªa otros reinos y otras lenguas conviviendo en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Y Alfonso VI (1072-1109) tomar¨¢ el t¨ªtulo de emperador de toda Espa?a. Y en nombre de esa tradici¨®n de la mater Spania, el rey de Navarra, Garc¨ªa Ram¨ªrez, y el conde de Barcelona y pr¨ªncipe de Arag¨®n, Ram¨®n Berenguer IV, prestar¨¢n vasallaje a Alfonso VII de Le¨®n (1131-1162), rey de Le¨®n y emperador de Espa?a.
Cuando se extinga la idea imperial leonesa, los cronistas, notarios y poetas seguir¨¢n hablando de Espa?a, de la Espa?a de los cinco reinos, que eran al principio los de Le¨®n, Castilla, Portugal, Navarra, Arag¨®n-Catalu?a, y m¨¢s tarde, ya en el siglo XIV y en el XV, los de Castilla-Le¨®n, Portugal, Navarra, Arag¨®n-Catalu?a y Granada, el reino nazar¨ª de Granada.
Y el significado de Espa?a como una realidad hist¨®rica, pol¨ªtica y social transmitida por el lenguaje de escritores (cronistas, notarios y poetas) y pol¨ªticos es el que dar¨¢ pleno significado al enlace de Fernando de Arag¨®n e Isabel de Castilla y a sus s¨ªmbolos del haz de flechas y el yugo.
Los Habsburgos llevar¨¢n la monarqu¨ªa absoluta, pero no centralizadora, a su forma m¨¢s acabada, y aunque ellos se titulen reyes de todos los reinos sobre los que se ejerc¨ªa el, poder ¨²ltimo de la corona, desde Felipe II el nombre de "rey de las Espa?as" o "de Espa?a" ser¨¢ empleado continuamente. Otra vez el nombre de Espa?a se refiere a una realidad pol¨ªtica y social unitaria en armon¨ªa con la existencia de reinos diferentes; seguir¨¢ siendo en cierto modo la "Espa?a de los cinco reinos
Ser¨¢n los Borbones, a partir de Felipe V y durante todo el Siglo de las Luces, los que ejercer¨¢n el poder pol¨ªtico de la corona, no s¨®lo como poder absoluto, sino tambi¨¦n como un poder centralizador y unificador, borrando o intentado borrar en nombre del despotismo ilustrado las diferencias entre los reinos y nacionalidades que bajo su mando coexist¨ªan hasta entonces en lo que se llamaba Espa?a.
Como es bien sabido, el romanticismo ser¨¢, con su culto al pasado y a los tiempos medievales, la fuerza que resucite viejos y nuevos nacionalismos al calor de la derrota de Napole¨®n Bonaparte y de su proyecto unificador y uniformador de Europa. Tarde, pero pujantes, se forman a partir de la segunda mitad del siglo XIX los movimientos nacionalistas en Espa?a. Primero el catal¨¢n, luego el gallego y el vasco. Los antagonismos y las luchas surgidas en torno a este renacer de los nacionalismos dentro de una Espa?a en ese momento todav¨ªa centralista y uniformadora iniciar¨¢n la discusi¨®n sobre el significado y la realidad de lo que llamamos Espa?a, y habr¨¢ frente a catalanismo, galleguismo y vasquismo una exacerbaci¨®n del espa?olismo, que olvida siglos de la historia de Espa?a y niega los hechos diferenciales y los nacionalismos hist¨®ricos, y provoca como reacci¨®n la negaci¨®n de lo que pretende defender y consolidar, la negaci¨®n de Espa?a y la asimilaci¨®n de Espa?a con una Castilla m¨¢s o menos definida y desde luego deformada.
Toda historia, como la del significado del nombre de Espa?a, es lo que forma nuestro presente y conforma nuestro futuro. Cuando hablamos de Espa?a hablamos de una realidad hist¨®rica, pol¨ªtica y social, una realidad estructurada en instituciones pol¨ªtico-administrativas y en fen¨®menos culturales de todo tipo. Una realidad que est¨¢ vigente en las relaciones y organismos internacionales. Creo que el nombre de Espa?a, con esa referencia y significado trayendo otra vez a la conciencia de los ciudadanos de hoy la "Espa?a de los cinco reinos", es una envolvente de referencia, en la que caben Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco, Galicia y todas y cada una de las autonom¨ªas. creadas a partir de la instauraci¨®n de la democracia y de la Constituci¨®n de 1978.
Porque adem¨¢s no se puede olvidar que para muchos la mater Spania isidoriana sigue siendo una profunda, viva y emocionalmente poderosa realidad. Y hay muchos que pensamos que es justo que se afirmen, profundicen y desarrollen los diferentes nacionalismos que forman la Espa?a de hoy, pero que tambi¨¦n sentimos a la madre Espa?a como la tradici¨®n hist¨®rica, como el territorio, como la lengua, o las lengua, y la cultura sobre la que se levant¨® la integridad individual de nuestros padres y hoy se levanta la nuestra, y ya la de nuestros hijos, y la de los hijos de nuestros hijos. Es decir, la sentimos como una patria.
Dentro de la relatividad temporal de todos los conceptos hist¨®ricos, el concepto de Espa?a est¨¢ ah¨ª vivo y presente, no perdido ni dividido entre las nacionalidades y autonom¨ªas actuales, y si todos hacemos del di¨¢logo democr¨¢tico, de la rec¨ªproca comprensi¨®n y tolerancia regla de conducta, ese concepto antiguo y nuevo de Espa?a tiene que servir como camino de paz y concordia. Ojal¨¢ sea as¨ª, y m¨¢s en estos momentos tormentosos en que tantas aberraciones y perversiones nacionalistas nos rodean y nos amenazan.
Alberto Oliart es abogado del Estado.
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