El Madrid se quita el susto a ¨²ltima hora
SANTIAGO SEGUROLA El Madrid jug¨®, tres partidos en uno, la trinidad que ning¨²n equipo quiere. Alcanz¨® el promedio para una goleada de estr¨¦pito, recibi¨® dos tortazos seguidos y se encontr¨® con la obligaci¨®n de solucionar un resultado muy comprometido cosa que logr¨® a ¨²ltima hora con el penalti a Alfonso. Medio esquizofr¨¦nico, el encuentro es tuvo lleno de trampas. La crecida goleadora del Madrid se debi¨® m¨¢s que nada al apetito de Hierro, que comi¨® a dos carrillos durante la primera hora.
La historia de la noche la escribi¨® Hierro, aunque el juego lo firm¨® Michel en exclusiva. El medio centro hizo lo que mejor sabe: arre¨® a la pelota con dureza y marc¨® tres goles, cada uno diferente, sin sutilezas como cabe esperar de ¨¦l. Hierro tiene un seguro de vida con noches as¨ª. Le basta con presentar su tarjeta de goles para callar los cr¨ªticos que discuten su posici¨®n en la cancha. El chico saca partido del valor m¨¢ximo del f¨²tbol: el gol. Lo dem¨¢s son patra?as, dir¨¢.
La verdad es que Hierro vive muy a gusto con partidos de esta especie. El trote corto le viene de maravilla. Cuando los partidos se ponen flojos, el jugador madridista aparece como un rey, todo zancada y zapatazo. Su problema viene cuando el juego se vuelve misterioso o veloz. Entonces Hierro desaparece de escena, devorado por la velocidad de la pelota y por su lentitud para moverla. Pero esos partidos son los menos. Media docena o as¨ª, aunque sean los m¨¢s cruciales.
De la misma manera que Hierro se hizo el seguro de vida en la media con su tacada de goles, Buyo firm¨® su finiquito como portero del Madrid. No importa demasiado que los re mates de Shustikov y Grishin tuvieran muy buena pinta. Es m¨¢s decisivo el valor simb¨®lico de los goles, justo cuando el guardameta comenzaba a reclamar la titularidad. En caso de duda siempre hay que ajustarse a la m¨¢xima: hay que ser bueno y parecerlo. Buyo no lo pareci¨®, como tantas otras ve des en, los torneos europeos.
Mientras el partido iba dictando sentencias para ¨¦ste y para aqu¨¦l, Michel continu¨® en vena. En un duelo con poca chicha, Michel hizo todo lo posible por salvar el juego y la suerte de su equipo, tanto en los minutos alegres como en la cuesta del segundo tiempo. Intuy¨® muy r¨¢pido que el Torpedo era vulnerable en el ataque a¨¦reo y comenz¨® a sacar balones hacia el ¨¢rea peque?a, entre la agon¨ªa del portero ruso. El tal Posivalov s¨®lo quer¨ªa balones de frente y Michel le tiraba el centro cruzado cada dos minutos. Por ah¨ª vinieron los goles de Hierro.
La iniciativa de Michel fue apoyada por todo el equipo durante los primeros 15 minutos del segundo tiempo. La pelota discurri¨® con m¨¢s velocidad y los desmarques fueron m¨¢s vivos, una condici¨®n necesario para burlar la marca individual de los defensores del Torpedo. Cuando hay un poco m¨¢s de arranque, Hierro pierde estrella. No marc¨® el cuarto, que fue para Zamorano. El Torpedo ya no pod¨ªa reaccionar, como en el primer tiempo.
S¨®lo quedaba la duda de la magnitud del resultado. El Madrid jug¨® toda la segunda parte en la frontera entre la intraquilidad y la confianza en la diferencia de goles. Dos eran escasos; tres, suficientes. Se esper¨® hasta los ¨²ltimos momentos. Alfonso busc¨® la pierna de un de fensa en un engatillado de regates y la encontr¨®. Chelsov le trab¨® un poco y el delantero se fue al suelo en el ¨¢rea. Michel estableci¨® el quint¨® gol y todos . los madridistas se fueron tranquilos. Todos menos Buyo.
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