Preludio de una historia de amor
Clinton puede enamorar a EE UU con un c¨®ctel de humanidad y excepcionalidad
Bill Clinton tiene ojillos de p¨ªcaro, sonrisa tierna, narizota de payaso y modales m¨¢s bien vulgares. Sin llegar a ser gordo, su complexi¨®n redondeada le da el aire apacible de un osito de peluche. A veces recuerda a un ni?o grande que gasta ¨ªnocentadas y se pone colorado cuando se le coge en una mentira. La voz rota por una afon¨ªa cr¨®nica otorga a sus palabras un tono dram¨¢tico que compensa sus carencias oratorias. Los norteamericanos le han elegido con muchas dudas, pero no es dificil imaginar que acabar¨¢n enamor¨¢ndose de este hombre.
George Bush nunca cautiv¨®; los pueblos no se enamoran de los bur¨®cratas eficientes. Ronald Reagan s¨ª desat¨® pasiones, pero era distinto; aquello era una combinaci¨®n de cari?o hacia el padre, veneraci¨®n a la edad y admiraci¨®n por el h¨¦roe cinematogr¨¢fico salido de la pantalla para rescatar a un pa¨ªs desorientado, como el personaje de Woody Allen. El amor por Clinton, si nace, puede ser m¨¢s pasional.Para generar ese sentimiento de entrega ciega que experimentan a veces ciertas sociedades, un pol¨ªtico tiene que conseguir la combinaci¨®n m¨¢gica que distingue a los buenos de los excepcionales. Tiene que ser de carne y hueso, pero extraordinario, c¨¢lido y firme, humano y m¨ªtico, falible y confiable, todo eso al mismo tiempo. Clinton busca la mezcla secreta que le permita conseguir ese car¨¢cter. Si lo logra, Estados Unidos le entregar¨¢ su coraz¨®n; y cuando este pa¨ªs crea una estrella, la idolatra, la protege, le abre un hueco en su firmamento particular. Alguien puede objetar que esos amores pasionales son los que primero mueren, los que m¨¢s heridas dejan en su ca¨ªda, pero de eso ya tendr¨¢ tiempo para preocuparse Clinton cuando la realidad de la crisis econ¨®mica y el paso del tiempo traten de cruzarse entre ¨¦l y su coronaci¨®n como ¨ªdolo.El presidente electo de Estados Unidos re¨²ne ya algunas de las virtudes necesarias para conquistar el amor de su pueblo, aunque carece todav¨ªa de otras. A diferencia del distante arist¨®crata de Nueva Inglaterra que siempre ha sido Bush -por mucho que calzase botas vaqueras y descendiese a un lenguaje plebeyo durante las campa?as electorales-, Bill Clinton es un sure?o tan humilde como el ambiente familiar en el que se cri¨®. Hijo de Virginia Kelley, una mujer de fuerte temperamento que siempre tuvo que trabajar para salir adelante, y de William Jefferson Blythe, un tejano vendedor de autom¨®viles que muri¨® antes de que el ni?o naciese -el 19 de agosto de 1946-, Clinton no tuvo lo que puede decirse una infancia feliz. Enseguida tuvo que separarse de su madre, que le dej¨® con los abuelos para poder terminar sus estudios de enfermer¨ªa en Luisiana. Despu¨¦s, cuando Virginia contrajo matrimonio con Roger Clinton, otro comerciante de coches -es una profesi¨®n muy socorrida en las ¨¢reas rurales de este pa¨ªs-, al muchacho le toc¨® asistir a violentas escenas de hogar protagonizadas por un padrastro borracho, que lleg¨® a utilizar la pistola dentro de la casa. El joven tuvo un d¨ªa que dar prueba de madurez para interponerse ante Roger y advertirle que nunca m¨¢s consentir¨ªa que le pegase a su madre. M¨¢s tarde, en otro episodio que le marcar¨ªa, se vio obligado a dar luz verde, ya como gobernador de Arkansas, a la detenci¨®n de su ¨²nico hermano, acusado de posesi¨®n de drogas.Durante la adolescencia de Clinton, la familia viv¨ªa en Rot Springs, un bonito rinc¨®n tur¨ªstico de Arkansas que conservaba en los a?os cincuenta y, principios de los sesenta varios casinos clandestinos que atra¨ªan el turismo. La etapa de Hot Springs nos descubre a un muchacho responsable, aplicado y ambicioso que consigue el liderazgo de su escuela y gana el concurso que le permite acudir a Washington para saludar al presidente Kennedy. En Hot Springs aparecen por primera vez las dotes de mando de Clinton -"nunca he conocido a nadie con mejores condiciones para hacer amigos", dice una de sus maestras-, maduran sus convicciones religiosas afiliado a la Iglesia de los baptistas del Sur, y sue?a con un horizonte que va m¨¢s all¨¢ de las estrechas fronteras de Arkansas.
Cuando lleg¨® a Georgetown, en Washington, en 1964, no sab¨ªa que 28 a?os despu¨¦s se convertir¨ªa en el primer presidente de Estados Unidos educado en una universidad cat¨®lica. La fase de estudiante de Clinton en la capital de la naci¨®n ratifica algunas de las ambivalencias del car¨¢cter de este hombre: el blanco que acude a escuelas p¨²blicas con negros, el pobre educado como un rico; no naci¨® para ir a Georgetown, ni mucho menos a Oxford, pero consigui¨® ambas cosas gracias a su esfuerzo y su talento.
Esa ambivalencia est¨¢ presente en toda su personalidad. Algunas de sus virtudes, como esa predisposici¨®n a caer bien, se convierten en sus defectos. El mismo al que sus amigos elogian como una persona c¨¢lida y comprensiva es denigrado por sus enemigos como un hombre blando y dispuesto a contentar a todos.Su madre le describe como un ni?o sensible que lloraba al leer las noticias de los peri¨®dicos y sufr¨ªa cuando ve¨ªa el mal trato que recib¨ªan sus compa?eros negros en el Arkansas racista de hace.30 a?os. Su esposa, Hillary Clinton, ha contado en algunas ocasiones que ella se ha visto obligada, a veces, a aportar racionalidad a la pareja. La mujer con la que se le atribuy¨® una relaci¨®n extramatrimonial, la cantante de cabaret Gennifer Flowers, ha contado que Clinton ha sido el m¨¢s infantil de todos los hombres que ha conocido.
Pero queda por descubrir hasta qu¨¦ punto esa ternura no es debilidad de car¨¢cter. Algo parece haber de cierto en la acusaci¨®n de Bush de que este personaje no llega nunca a tomar una posici¨®n. Fue un declarado enemigo de la guerra de Vietnam pero no lleg¨® a evitar el reclutamiento, sino que utiliz¨® influencias para ser incluido en las milicias universitarias, que raramente eran llamadas a filas, Lo hizo, seg¨²n confes¨® durante sus a?os de es tudiante en Oxford, para no perjudicar sus posibilidades pol¨ªticas futuras. Sobre el aborto dice que est¨¢ personalmente en contra -no hay que olvidar sus convicciones religiosas-, pero que respeta el derecho a la libre decisi¨®n de la mujer. Es un baptista educado en una universidad cat¨®lica, un dem¨®crata centrista que ayud¨® a George McGovern. Durante su gesti¨®n como gobernador de Arkansas, desde 1978 hasta la fecha con un pe riodo de interrupci¨®n, entre 1980 y 1982, en el que fue derrotado en las elecciones sol¨ªa hacer promesas tanto a los ecologistas preocupados por el deterioro de los r¨ªos como a las empresas de pollos que contaminaban las aguas. Paseaba por los barrios negros para interesarse por sus necesidades y jugaba despu¨¦s al golf en un club exclusivo para blancos. Sobre la decisi¨®n del Congreso de dar luz verde a George Bush para iniciar la guerra del Golfo dijo, textualmente: "Yo hubiera votado con la mayor¨ªa, pero comparto los argumentos de la minor¨ªa".
Clinton llega a la presidencia con la imagen de un hombre dubitativo al que le cuesta decir que no y que sufre para tomar una decisi¨®n. Un espl¨¦ndido testimonio de ello es la carta que envi¨® en diciembre de 1969 desde la Universidad de Oxford para explicarle a su amigo el coronel Holmes -el que le ayud¨® a evitar el alistamiento general para pasar a las milicias universitarias sus puntos de vista sobre el asunto de Vietnam: "En ese momento, despu¨¦s de que nos pusimos de acuerdo y usted envi¨® mi pr¨®rroga a la caja de reclutamiento, la angustia y la falta, de autoestima me iban deshaciendo, me alimentaba cumpulsivamente y le¨ªa hasta caer exhausto de sue?o".
La propia Hillary dijo en una entrevista en Vanity Fair: "Bill Clinton es la clase de hombre que pide consejo, literalmente, a una docena de personas antes de tomar una decisi¨®n. Si se fijan en Bush, ¨¦l s¨®lo pide consejo a un grupito de amigos que son, fran
camente, todos de la misma idea, que representa un margen muy estrecho de pensamiento".Si esto que Hillary menciona como una cualidad se convierte en una pr¨¢ctica com¨²n de gobierno, puede ser muy peligroso para Clinton en una ciudad con miles de personas que representan grupos depresi¨®n, intereses particulares y sectores de influencias diversos, nacionales e internacionales, lobbys, multinacionales, grupos de pensamiento... La revista Newsweek cita por lo menos, 15 representantes de esos sectores de lobbys que ya est¨¢n pr¨®ximos al equipo de Clinton.Como ha dicho Bush, un presidente est¨¢ obligado muchas veces a tomar decisiones trascendentales, y a tomarlas en soledad. No parece el estilo de Clinton.
El estilo de Clinton tiene tambi¨¦n sus aspectos positivos. Quiere ser un presidente m¨¢s apegado a la calle, m¨¢s pr¨®ximo a ella. No quiere contar simplemente con votantes, sino con ciudadanos que, en la l¨ªnea d¨¦ Kennedy, no s¨®lo pregunten qu¨¦ puede hacer mi pa¨ªs por m¨ª, sino qu¨¦ puedo yo hacer por mi pa¨ªs. El estilo de Clinton demuestra tambi¨¦n prudencia y capacidad de adaptaci¨®n a las necesidades cambiantes. Su etapa de gobernador demuestra que supo aprender de los errores cometidos durante su primera gesti¨®n y reconciliarse a partir de 1982 con los mismos grupos a los que se hab¨ªa enfrentado en sus dos primeros a?os.La definici¨®n de Clinton como pol¨ªtico es, de nuevo, una indefinici¨®n. Habr¨ªa que situarlo entre el populismo tradicional del Sur y el pragmatismo caracter¨ªstico de la generaci¨®n de baby boomers a la que pertenece.
El populismo est¨¢ presente en todos sus discursos -su mensaje est¨¢ marcado por la promesa de llevar a la presidencia a todos los norteamericanos- y lo lleva en la sangre. Clinton es un hombre que busc¨® en la pol¨ªtica un veh¨ªculo de redenci¨®n de las desgracias de las que hab¨ªa sido testigo en su adolescencia. En la famosa carta que envi¨® desde Oxford afirma: "Las particularidades de mi vida personal no son tan importantes para m¨ª como los principios involucrados ( ... ) Durante a?os trabaj¨¦ para prepararme para la vida pol¨ªtica, caracterizada, tanto por la capacidad pol¨ªtica pr¨¢ctica como por mi preocupaci¨®n por la necesidad del r¨¢pido proceso social". En ocasiones, Clinton llega a sonar como un visionario: "Esta es una vida que me siento obligado a seguir".
El paso de los a?os, desde luego, aport¨® muchos elementos de racionalidad y de pragmatismo a la personalidad de Clinton. Despu¨¦s de una breve estancia en la Universidad de Yale, donde conoci¨® a Hillary, Clinton se meti¨® de lleno en la pol¨ªtica en Arkansas al poco de regresar de Oxford. Su primera prueba, la competencia por la candidatura dem¨®crata para un puesto en el Congreso, se sald¨¦ con un fracaso. En la segunda, las elecciones para fiscal gene ral del Estado, obtuvo ya el triunfo. Otro golpe de realismo fue para ¨¦l la derrota en la primera reelecci¨®n como gobernador en 1980. "El Clinton idea lista que hab¨ªa puesto en marcha programas innovadores sinti¨® que se los hab¨ªan cortado en seco, que todas sus ambiciones se hab¨ªan visto frustradas", escriben Charles Allen y Jonathan Portis, los autores de una de las biograf¨ªas sobre el nuevo presidente. "Simplemente, no fui capaz de comunicarle a la gente mi preocupaci¨®n por ellos. Creo que di la impresi¨®n de que trataba de hacer demasiadas cosas sin contar suficientemente con la gente", recuerda el propio Clinton.Desde luego que aprendi¨® la lecci¨®n en los a?os siguientes, y acept¨® las reglas necesarias para ser reconocido como una de las j¨®venes estrellas ascendentes del Partido Dem¨®crata.Precisamente en ese momento en que su nombre empezaba a sonar como un futuro presidenciable tuvo uno de los resbalones m¨¢s sonados de su carrera. En la convenci¨®n dem¨®crata de 1988, Clinton fue elegido para pronunciar el discurso de presentaci¨®n del candidato, Michael Dukakis, pero fue tan aburrido y tan malo que s¨®lo se recuerda una frase: "Y para terminar...".
El error fue tan sonoro que los humoristas m¨¢s famosos hicieron chistes durante d¨ªas a costa de Clinton. Pero ah¨ª el voluntarioso pol¨ªtico volvi¨® a demostrar su decisi¨®n y sus agallas. Contra todos los consejos, acept¨® una invitaci¨®n para participar en el famoso espect¨¢culo de Jonny Carson, que estaba preparado para destruirlo. Pero acab¨® enamorando al propio Carson y a una audiencia que tuvo oportunidad de escuchar su primer recital televisivo de saxof¨®n.
Bill Clinton comprend¨ªa ya en ese momento que el Partido Dem¨®crata nunca llegar¨ªa al poder con la bandera del gastado progresismo que hab¨ªa utilizado en el pasado. Contribuy¨® a la creaci¨®n del Comit¨¦ de Dirigentes Dem¨®cratas, un grupo que reun¨ªa al sector moderado del partido, y fue su presidente hasta agosto de 1991. Una de las principales fuerzas del partido, el reverendo Jesse Jackson, sol¨ªa ridiculizar ese comit¨¦ como Ios dem¨®cratas en ratos libres" o "el club de los chicos blancos del Sur". Pero fue, finalmente, ¨¦se comit¨¦ el que catapult¨¦ a Clinton hacia la candidatura a la presidencia.
La campa?a fue para Clinton una dura prueba de supervivencia y un ejercicio casi de encaje de bolillos para aunar las diferentes tendencias del Partido Dem¨®crata en torno a su candidatura. Aqu¨ª, su capacidad para satisfacer a todos se convirti¨® en virtud, y fue capaz de soportar el enfrentamiento con Mario Cuomo, con Jesse Jackson, con Paul Tsongas, con Jerry Brown, para ponerlos a todos en fila, defendiendo una renovadora plataforma centrista, en la convenci¨®n del Madison Square Garden de Nueva York.En su discurso en esa convenci¨®n, Clinton sac¨® el populismo que lleva en el coraz¨®n para proponer "un nuevo consenso nacional, un compromiso solemne entre el pueblo y su Gobierno, basado no solamente en lo que cada uno puede beneficiarse, sino en lo que cada uno tiene que aportar para que Estados Unidos sea grande otra vez".Cualquiera puede suponer que Estados Unidos se ve de otra manera cuando se mira desde la ventana del Despacho Oval. En todo caso, lo que Clinton ha mostrado hasta ahora de s¨ª mismo permite pensar que los norteamericanos quedar¨¢n, a partir del 20 de enero, en manos de un pol¨ªtico curtido en numerosos ¨¦xitos y fracasos, un hombre con una visi¨®n de pa¨ªs un presidente ambicioso que quiere cambiar esta naci¨®n, pero no lo va a hacer de manera ni prudente ni en solitario. Su sola elecci¨®n para el m¨¢s alto cargo puede traer una recarga de optimismo y esperanza a los norteamericanos.
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