El fracaso es el ¨¦xito
Cada vez que obten¨ªa un ¨¦xito teatral, Miguel Mihura acud¨ªa a la cita diaria con su tertulia del Caf¨¦ Gij¨®n cojeando de una pierna. "As¨ª me perdonan que haya triunfado". Una enfermedad grave, una dolencia irreversible, arrancaban siempre de los otros, seg¨²n el dramaturgo, la compasi¨®n ante el ¨¦xito. El hab¨ªa hecho fortuna en la profesi¨®n, pero la felicidad le iba a durar poco. Conven¨ªa perdonarle el triunfo.Mihura era sabio. Conoc¨ªa el car¨¢cter cainita -aqu¨ª incluso Abel es peor que Ca¨ªn- de la sociedad y usaba esa estratagema para neutralizarlo. Un fil¨®sofo espa?ol, Emilio Lled¨®, igual de sabio que Mihura, dec¨ªa en sus clases legendarias de finales de los a?os sesenta que dentro de todo s¨ª hay un peque?o no y que dentro de todo no hay un peque?o s¨ª. Era su manera de definir -y de convocar- la tolerancia en una ¨¦poca en que ¨¦sta estaba abolida por decreto; pero ¨¦l no pudo prever que a lo largo de los a?os aquella proposici¨®n filos¨®fica tan bienaventurada sufriera tambi¨¦n los embates del cainismo. Ahora resulta muy dificil encontrar dentro de todo no las r¨¦plicas insinuadas de un peque?ito s¨ª. El no y el s¨ª se han vuelto igual de rotundos, como piedras irrompibles, como manantiales cerrados.
Aqu¨ª es s¨ª o es no; y si lo que se espera es s¨ª, o no, que luego resulte lo contrario de una cosa o de otra siempre provoca la sospecha. ?Ha sido s¨ª, es decir, ha triunfado el que pens¨¢bamos que iba a obtener un no? Pues alg¨²n gato debe estar encerrado ah¨ª dentro. ?Se ha producido, por el contrario, la otra situaci¨®n y aquel al que hab¨ªamos puesto en el lado del s¨ª se ha llevado un no? Pues tambi¨¦n debe haber gato encerrado.
A Mihura le bastaba con cojear para hacerse perdonar el ¨¦xito. Llevaba el s¨ª y el no en el mismo cuerpo, y paseaba con ambos para guardarse las espaldas del triunfo y del fracaso con monedas equivalentes. Cuando muri¨® lo hizo silenciosamente, como si tampoco le quisiera dar satisfacci¨®n a los que esperaban esa soluci¨®n final para perdonarle definitivamente el triunfo. ?l, instituy¨® aquella figuraci¨®n p¨²blica de su confrontaci¨®n con la victoria profesional, pero su ejemplo individual podr¨ªa trasladarse a otros hechos colectivos producidos en este pa¨ªs en fecha reciente.
Tomemos, por poner un caso, lo que ha ocurrido con la Exposici¨®n Universal de Sevilla. Cuando se propuso, las alegor¨ªas, que circularon en su tomo parec¨ªan siempre convocadas por el ansia de que resultara un fracaso. Eso no puede funcionar. No lo pensaban s¨®lo los cr¨ªticos profesionales, aquellos que siempre fruncen el ce?o ante el porvenir ajeno, como si simularan compadecer al perdedor con la constancia acerca de la negrura de su futuro. Lo dijeron tambi¨¦n aquellos a los que se supon¨ªa inter¨¦s en el, triunfo de esta aventura. Chistes, majader¨ªas y otros lugares comunes sobre el, proyecto de la muestra pon¨ªan dentro del t¨ªmido s¨ª que parec¨ªa deseable, para bien, se supone, de este pa¨ªs, el no m¨¢s rotundo posible. Hab¨ªa bases bien firmes, seg¨²n los agoreros, para estimar que aquel iba a ser un espect¨¢culo destinado a la ruina y al olvido. En primer lugar, se hac¨ªa en el sur, en Andaluc¨ªa, donde la leyenda sit¨²a la improvisaci¨®n y la ineficacia. Adem¨¢s, lo hac¨ªan espa?oles que a?ad¨ªan a su condici¨®n de tales el tinte de la inexperiencia.
Si los kilos de papel en los que se incluy¨® esa profec¨ªa del fracaso se hubieran guardado en una de las c¨¢psulas de tiempo a las que somos tan aficionados los humanos, hubi¨¦ramos tenido hoy una buena ocasi¨®n para el sonrojo. Por una parte, se dijo que no vendr¨ªa nadie a la Exposici¨®n Universal de Sevilla, se divulg¨® por todas partes la especie de que el calor existente en la Andaluc¨ªa de agosto iba a cercenar todas las previsiones de asistencia de p¨²blico, y se estim¨®, como para que el no se fuera curando en salud, que la deuda que iba a contraer el Estado como consecuencia de estos fastos sevillanos iban a llevarnos a todos a la bancarrota.
Al final, a la Expo vinieron m¨¢s de cuarenta millones de personas de todo el mundo, no hubo m¨¢s incidentes que los que ya se encargaron de subrayar los chistes, y Sevilla -y Andaluc¨ªa- sali¨® del acontecimiento con los pies m¨¢s firmes que cuando la muestra no era ni siquiera una nebulosa al otro lado de la calle del Torneo. A lo mejor no fue como el triunfo impoluto de otros hechos ocurridos en otras latitudes, pero no sali¨® mal del todo, o al menos eso es lo que se alcanza a ver. Pero como dentro de este s¨ª que parece haber sido la Exposici¨®n Universal de Sevilla se quieren ver a¨²n noes mayores escucharemos en los pr¨®ximos meses balances de los que siempre dicen haberlo advertido todo, que son una verdadera legi¨®n en Espa?a. Parece que hubieran querido una Expo coja para perdonarle la victoria, aunque m¨ªnima; un descarrilamiento, otro incendio, una humareda tan grave como la que destruy¨® un d¨ªa de febrero de este a?o el Pabell¨®n de los Descubrimientos, hubieran bastado para que se saciara ese sentimiento de solidaridad falsa, de l¨¢stima, que espera el espa?ol para sentirse completamente hispano.
No pas¨® nada de esto; la sonrisa conmiserativa con la que se acogi¨® el estancamiento de visitantes que hubo en julio fue desapareciendo poco a poco, y cuando el ¨¦xito incuestionable de los Juegos Ol¨ªmpicos resultaba un recuerdo brillante en los almanaques, la Exposici¨®n Universal recuper¨® el pulso y acab¨® como todos hemos visto. Probablemente estamos demasiado dentro de la teor¨ªa del s¨ª en estas consideraciones posteriores a. la celebraci¨®n de la muestra, pero quiz¨¢ conviene recordar ahora el enorme tama?o del no con que empez¨® a caminar esta aventura que, es bueno recordarlo, se ha hecho en un lugar del sur de Europa que se llama Andaluc¨ªa. Hoy los que hac¨ªan burla de esta capacidad del sur para terminar un proyecto -los que esperan del fracaso ajeno su propia sensaci¨®n de ¨¦xito- tendr¨¢n que buscar su c¨¢psula del tiempo para borrar los juicios que en estos momentos tendr¨ªan que producirles sonrojo.
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