Los muertos duermen en el estadio
El noveno mes de sitio a la capital se abre con los cementerios abarrotado
A las ocho y media de la ma?ana, mientras sigue nevando sobre Sarajevo, nueve enterradores se desloman tratando de abrir nueve tumbas en el campo de f¨²tbol junto al cementerio del Le¨®n. El viejo cementerio, presidido por un le¨®n agonizante, se ha llenado de cruces y estelas musulmanas, que se alzan como un Ej¨¦rcito silencioso e in¨²til. Los muertos han comenzado a bajar al estadio. Los Dula, Jusuf, Zenika, Halim, Zahid, Salko, que acaso corrieron tras el bal¨®n por ese mismo campo, duermen bajo tierra.Tras casi nueve meses de sitio, m¨¢s de 10.000 personas han perdido la vida y pasan de 40.000 los heridos. S¨®lo equipos modestos, d¨¦ segunda y tercera divisi¨®n, jugaban en el campo de f¨²tbol de Kosevo, entre el cementerio del Le¨®n y el viejo camposanto.
En el terreno de juego todav¨ªa se yergue, impasible, una porter¨ªa. Dos hileras de tumbas llenan, apretadas, acaso para darse calor ante el invierno que se acerca a grandes zancadas, toda la banda izquierda. Las gradas, de tierra, tienen ya tres filas de espectadores casi llenas. Al final del invierno, si la muerte sigue con este ritmo apresurado, incluso el campo de f¨²tbol se quedar¨¢ peque?o. Duermen 300 muertos esta noche en el estadio. Los vestuarios est¨¢n destruidos. ?Cu¨¢l es el destino de un pa¨ªs que ve c¨®mo sus campos de f¨²tbol se convierten en cuarteles (como el de la Turbina de Jablanica) o en cementerios (como el de Kosevo de Sarajevo)?
No hay ata¨²des
A las diez y media se celebran los entierros militares. Seis ceremonias esta ma?ana. El tableteo de las ametralladoras en la lejan¨ªa se mezcla con el trabajo de los enterradores removiendo la tierra helada y pedregosa. Un joven luce una zamarra con letras amarillas bordadas a la espalda, en espa?ol: "El para¨ªso de recuerdos". Hace tiempo que no hay ata¨²des. Un grupo de milicianos recoge unas tablas de una casa abandonada junto al cementerio. Uno de ellos, lleva una sierra. Cortan madera a pie de tumba y cubren el cad¨¢ver antes de verter la tierra encima. Las paletadas resuenan sobre la madera como si de un tambor sordo se tratara. Los amigos se pasan la pala uno a otro. Uno de ellos clava la estela. Husein Nurkovic, 65-92. Un miliciano de 27 a?os, muerto en combate. En la tumba gemela acaban de enterrar a Kemo Ferbatovic, de 29 a?os.Al otro lado del campo de f¨²tbol, en cuclillas, abiertas las palmas hacia el cielo, los amigos y los deudos siguen los rezos del mufti. Una niebla h¨²meda cubre Sarajevo y todas sus ruinas. La voz del mufti canta sobre el silencio de las tumbas. En una tumba reciente (todas lo parecen), de una rosa roja de pl¨¢stico clavada en la tierra brota una flor de nieve. Esta ma?ana, los artilleros serbios, apostados a dos kil¨®metros de distancia, han dejado a los vivos enterrar a sus muertos en paz.
En el campo de f¨²tbol, de momento, s¨®lo hay estelas musulmanas. En Sarajevo, atenazado por el fr¨ªo, con los cristales de las ventanas reemplazados por pl¨¢sticos, ya corre el temor de que las tablas van a ser robadas para calentarse. De ah¨ª que algunos cad¨¢veres sean enterrados con una botella con el nombre del fallecido escrito en ella. Los casta?os y cipreses que en verano daban sombra al le¨®n herido y serv¨ªan de percha a las urracas ya han sido podados o abatidos por los le?adores.
Todo habitante de Sarajevo ha descubierto en su interior a un le?ador. De la hilera de cipreses que separaba el campo de f¨²tbol del viejo cementerio de Kosevo no se ha salvado ni uno. Y as¨ª por toda la ciudad, que se va quedando deforestada. Por las calles, la gente no s¨®lo carga bidones de agua, sino madera. Para quemar y resistir una noche m¨¢s el fr¨ªo, la ferocidad de los bombardeos, (casi mil proyectiles lanz¨® la artiller¨ªa serbia contra Sarajevo durante los cinco d¨ªas que dur¨® la ¨²ltima ofensiva), la escasez de comida y la falta de luz.
Dignidad y comida
Pero en cuanto los ca?ones, los morteros y los tanques callan, la vida vuelve a las calles. La chimenea de la f¨¢brica de pan ha vuelto a humear. Las mujeres sacan sus pieles (abrigos de antes de la guerra), hermosas, maquilladas, Casi nadie revela el esfuerzo que cuesta acarrear agua, talar ¨¢rboles para procurarse le?a, calentar el agua, lavarse. La batalla de los ciudadanos de Sarajevo es tambi¨¦n la de mantener la dignidad, y la limpieza personal es parte de ella. Despu¨¦s se ocupan de la comida.En el mercado viejo no hay nada que comprar. Los traficantes de divisas ofrecen sus cotizaciones de soslayo. En los puestos, gorritos de lana vieja, mecheros, herramientas usadas, caramelos, semillas. Un Rastro pobre. En el suelo, pisoteados, billetes de 20.000 dinares de la antigua Yugoslavia. Mientras que en Kiseljak, a tan s¨®lo 25 kil¨®metros, no falta de nada y un kilo de carne de ternera cuesta 2 10 pesetas, en Sarajevo cuesta 3.500.
En esas condiciones, la ciudad sigue viva. La conquista del barrio de Otec por los sitiadores serbios provoc¨® centenares de bajas entre los bosnios. Pero el Ej¨¦rcito ocult¨® los datos para que la moral se mantuviera intacta. La consigna sigue siendo resistir a toda costa, y mucha gente en Sarajevo sigue empe?ada en pensar que es posible la victoria.
En el cementerio del campo de f¨²tbol de Kosevo, sin embargo, aunque llegue la paz, el esf¨¦rico no volver¨¢ a rodar nunca en las tardes de domingo.
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