Los Viernes, paliza

Los dos hijos de Miguel Almena dijeron al ver las llamas: "Pap¨¢ ya lo dijo ayer, que iba a quemar la casa". ?l, un pipero de 61 a?os, prendi¨® fuego el viernes su casa de Vallecas mientras su mujer firmaba una denuncia por haberle pegado. Lo nuevo fue el fuego. Las tortas, los insultos y las amenazas, a su familia y a sus vecinos, no. Ven¨ªan siempre despu¨¦s de las copas. Cuando se iban los bomberos, una mujer gritaba: "?Este hijo puta nos va a quemar a todos!".

"Hoy es viernes, mam¨¢; hoy toca fiesta", suele decirle a Rosario su hija. Los vecinos del humilde bloque de Vallecas, en. la plaza de Pe?a Gudina, sab¨ªan que los martes y los viernes Miguel Almena, el vecino del 30 derecha, llegaba a casa beodo. Para ¨¦l es v¨ªspera de fiesta, porque los mi¨¦rcoles y los s¨¢bados no sale por los pueblos a vender pipas. Para su mujer, a la que casi dobla la edad, son tortas e insultos. Para el vecindario, amenazas.El viernes pasado, la vecina del 20 le oy¨® trastear en el rellano por la noche. "?En qu¨¦ piso estamos?", dijo el hombre, vacilante. "En el segundo, pap¨¢", le respondi¨® su hijo Ra¨²l, de cinco a?os, que iba con ¨¦l. "Pues que salga ¨¦se, que le voy a cortar los cojones, por maric¨®n y por chivato". El vecino del 2? derecha suele acoger a Mar¨ª Cruz cuando escapa de los golpes.Miguel subi¨® a su casa, cogi¨® un cuchillo y quiso bajar a por el vecino. La mujer, al tratar de impedirlo, acab¨® en el suelo. En un descuido, Mari Cruz, sangrando por la boca, y los cr¨ªos, en pijama, salieron zumbando. Mientras estaban en comisar¨ªa, Miguel tir¨¦ aceite por la casa y prendi¨® fuego, seg¨²n cree la polic¨ªa, en dos sitios distintos. El dormitorio de la pareja est¨¢ destrozado y tambi¨¦n est¨¢ quemada la cama donde duerme Concepci¨®n, una t¨ªa de ella que volvi¨® de Alemania hace meses. La mujer, que tiene 61 a?os, se ha marchado despavorida, dice Mari Cruz. "Ha dicho por ah¨ª que la iba a matar y que en la c¨¢rcel se estaba calentito".Abortar de una patada

Despu¨¦s de que naciera su primer hijo, hace siete a?os, Miguel, con el alcohol, dej¨® de ser aquel obrero tan simp¨¢tico que conoci¨® Mari Cruz cuando trabajaba de asistenta. "Me abri¨® la cabeza con un cepillo de barrer", dice la mujer, de 35 a?os. Sus u?as negras no atinan para mostrar la cicatriz. Sus manos tiemblan y no se parece en nada ya a la fotograf¨ªa que cuelga de la pared: 23 a?os, muy guapa. Ahora tiene hepatitis cr¨®nica, toma tranquilizantes y a¨²n se acuerda de la vez que abort¨®, hace dos a?os, de una patada en el vientre.

Ahora, Mari Cruz duerme en el sof¨¢ de su casa quemada, con una cerradura nueva. Otra vecina descansa con el tel¨¦fono a dos palmos de la ore a. Rosario, la vecina de abajo, dormita en el sill¨®n y ha puesto un detector de humos. "?Es que tiene que quemamos a todos para que le metan en la c¨¢rcel?". El hombre Volvi¨® a la calle, el lunes.