Don Miguel
Por fin, la Cruz de Isabel la Cat¨®lica ha encontrado un pecho necesario sobre el que descansar de su vers¨¢til carrera: Miguel de Molina, pr¨ªncipe de los tonadilleros en el exilio, el que cant¨® como nadie La bien pag¨¢; como nadie, repito, como ninguno y como ninguna. Si Concha Piquer fue entronizada como la mejor tonadillera de Espa?a, don Miguel de Molina tuvo que poner pies en polvorosa porque le persegu¨ªan centurias de falangistas (mitad monjes, mitad soldados) que cuando se pon¨ªan viriles les daba por ir a zurrarle la badana al mariquita. Claro que hasta un bi¨®grafo de Jos¨¦ Antonio era conocido por sus aficiones homosexuales, aunque fueran patri¨®ticas, pero es que de Miguel de Molina les cabreaba lo bien que cantaba, lo mucho que les gustaba a ellos mismos, los abismos de ambig¨¹edad que lesr¨ªa en la realidad unidimensional e aquella miserable posguerra.
Miguel de Molina habla ahora desde Buenos Aires y desde m¨¢s de 40 a?os de exilio moral, y nunca mejor aplicado este adjetivo tan proceloso. La leyenda sobre la atracci¨®n fatal que un jefe del Movimiento sent¨ªa por don Miguel, que se convertir¨ªa en odio, persecuci¨®n y palizas, algo de verdad ten¨ªa, y en Las cosas del querer, la pel¨ªcula de Ch¨¢varri, la leyenda era tan veros¨ªmil que merec¨ªa ser verdad. Lo cierto es que Miguel de Molina se fue con el abanico y el sombrero cordob¨¦s y dej¨® los escenarios franquistas libres para todo el que quisiera sacar pecho y esconder la picha (con mil perdones). Miguel de Molina habla ahora con distancia, prudencia y sin querer presumir de haber sido un precursor del sexo libre en la naturaleza libre.
Ya qu¨¦ m¨¢s le da. Ele vez en cuando me dedico a m¨ª mismo los viejos discos de Miguel de Molina y en cuanto suena su voz de quej¨ªo se me sublevan las venas y me suenan casta?uelas en el coraz¨®n.
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