La soledad de un don nadie
Los parias de la caravana y sus segundos de gloria
La soledad es un hombre paseando a las cuatro de la madrugada sobre los platos rotos que dejaron por la tarde los payasos en la pista. Piensa en los tres hijos que dej¨® en Lima, en el papel que le echaron por la puerta de la oficina -"te quedan los d¨ªas contados. Sendero Luminoso"- y en el d¨ªa en que abandonar¨¢ el circo. Javier, el peruano, guarda la carpa por la noche, nunca habla con sus compa?eros, y nunca una queja ni un elogio salieron de su boca.En un momento del espect¨¢culo, el presentador hace un alto: "Y ahora quiero hacer menci¨®n especial para unos hombres sin los que este maravilloso espect¨¢culo no ser¨ªa posible. Son los chicos de la pista". En ese momento salen El Luky, El Cristo -no ?ngel Cristo- y otros colegas, vestidos con un mono naranja. Es el segundo de gloria para an¨®nimos como el pintor que decor¨® los camiones del Popey con payasos y firm¨® como don Nadie. Unos aguantan en el circo porque los inviernos son duros y necesitan un lugar para dormir -el caso, del peruano-, algunos huyen de su pasado o del futuro; y otros simplemente disfrutan as¨ª. Cobran 90.000 pesetas al mes, duermen en una caravana de 20 literas y no suelen relacionarse con los artistas.
El Luky, de 39 a?os, alto y desgarbado, podr¨ªa trabajar en el restaurante de su padre, ordenando a los camareros que recojan la basura. Pero prefiere ser un don Nadie que caga y mea entre los coches, los bares y descampados y que come cuando El Sardina tiene a bien llamarles. ?Y por qu¨¦? Porque le gusta su trabajo: desmontar la jaula de los leones, tender una lona sobre la pista, quitarla, colocar todo el montaje de los monos y los perritos, y retiralo despu¨¦s.
En seis a?os ha pasado por varios circos; en algunos de ellos, los due?os le pegaban -y no es el ¨²nico en quejarse de las estallinas de los patrones-, en otros no le pagaban a tiempo, y si conquistaba a una chica ten¨ªa que hacer el amor en las cabinas de los camiones. Pero le gusta la libertad, el conocer pueblos rec¨®nditos, patearse todas las calles de Espa?a.
El mejor amigo de El Luky es El Sardina-" nunca doy mi verdadero nombre"-, un vallecano de 45 a?os, bajito, con bigote, y una historia s¨®lo apta para buenos oyentes. La madre nunca lo quiso; le hac¨ªa dormir en el portal de su casa, y cuando pudo se fue a la mili y despu¨¦s a la feria. Ahora discute con Agust¨ªn N¨²?ez de Arenas, alias El Cristo.
-Le estoy diciendo a usted educadamente -dec¨ªa El Cristo-, que muchas veces tiene la comida hecha y no quiere servirla hasta que llegan todos. As¨ª se enfr¨ªa.
-?No digas tonter¨ªas, hombre!
-No, estoy razon¨¢ndole a usted palabras.
-S¨ª, razon¨¢ndorne leches.
El Cristo huye de su pasado. De una mujer que le destroz¨® la vida, de un juicio de separaci¨®n y de la nostalgia de su hijo y dos hijas (ahora de unos veinte a?os).
Jura que nunca le peg¨® a ella, que s¨®lo les hac¨ªa beber agua, como castigo porque no le dejaban dormir por la noche. "A veces estaban por la ma?ana calentitas en la cama, y yo las despertaba: 'Venga, a beber agua!'. Me dec¨ªan: 'Pero si no estamos haciendo nada'. Y yo: 'Pero as¨ª no lo hac¨¦is esta noche'.
Al rato empiezan a hablar de los marroqu¨ªes, que suponen para ellos lo mismo que los gimnastas del Este para los artistas: competencia desleal. Y la bronca, olvidada en un segundo.
-?T¨² sabes lo que es el circo?
-No.
-Pues esto: en el circo no se come, se r¨ªe.
-S¨ª, por no llorar.
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