Los aprendices de Dickens
Siguen produci¨¦ndose batallas en la vieja guerra entre literatos y cineastas
Del novel¨®n dickensiano Charles Chaplin extrajo el tel¨®n de fondo de sus comedias sobre la miseria, en las que se mov¨ªa -pues era hijo del Londres de Dickens- a sus anchas: vivi¨® en el fondo de ese mundo urbano hacinado, en harapos, y su obra es por ello un arrabal fantasmag¨®rico del universo dickensiano. Y el cine se hizo as¨ª en armon¨ªa con los libros en que aprendieron a llorar aquellos aprendices de Dickens que hoy son la memoria, literaria y bautismal, del cine.Si melodrama y comedia surgieron del relato urbano posdickensiano, el tercer gran g¨¦nero cinematogr¨¢fico, el western -matriz de todos los subg¨¦neros de aventura-, prolonga la literatura de camino segregada por el impulso expansionista que sigui¨® a la formaci¨®n de Estados Unidos. El western exist¨ªa como literatura antes de nacer el western cinematogr¨¢fico. Es otro arrabal de otro universo literario. La deuda que Chaplin y Griffith contrajeron con los novelones urbanos es gemela de la que William S. Hart y Tom Mix contrajeron con las sagas impresas en papel de estraza que narraban de mano en mano las fechor¨ªas de Billy el Ni?o y Jesse James, sombras de baja estofa del poema del espacio ilimitado ideado por Fenirnoore Cooper y Herman Melville.
La armon¨ªa inicial no dur¨® mucho. La horda refin¨® sus modales, los peliculares se autocondecoraron con el nombre rimbombante de cineastas y, a medida que sus relatos se complicaron, descubrieron que bajo ellos hab¨ªa no simples traslaciones mec¨¢nicas a una pantalla de literatura, sino todo un lenguaje, una articulaci¨®n de signos visuales que poco o nada tiene que ver con la escritura literaria. Al intelectualizarse, las pel¨ªculas necesitaron un soporte escrito por la pluma de un escritor. Y la distinci¨®n entre escritores de novelas y escritores de pel¨ªculas estall¨® en una pugna que de cuando en cuando reaparece.
Escritores que mueven ¨¢gilmente su pluma en la armaz¨®n de una novela enmudecen dentro de una secuencia f¨ªlmica. En Estados Unidos hay muchas y eminentes excepciones a esta regla, pero en Europa, s¨®lo un pu?ado; y en Espa?a, dos o tres como mucho. ?Fueron alguna vez al cine Unamuno, Baroja y Valle-Incl¨¢n? Si fueron, no qued¨® huella en su escritura. Azor¨ªn jug¨® a ir e intuy¨® un arte, pero no se le pas¨® por la cabeza escribir una pel¨ªcula. Una excepci¨®n es Vicente Blasco Ib¨¢?ez, que hizo cine sin propon¨¦rselo. M¨¢s tarde se asomaron aqu¨ª las vanguardias sovi¨¦tica, alemana y francesa, y el cine se col¨® por primera vez en nuestro idioma, aunque en el furg¨®n de cola, en los tinteros de G¨®mez de la Serna, Lorca, Ayala y pocos m¨¢s. Ninguno, sin embargo, escribi¨® pel¨ªculas. Y en ello se sigue, con excepciones, como Miguel Mihura, Edagar Neville y ahora Rafael Azcona y Gonzalo Su¨¢rrez.
Es c¨¦lebre la boutade de Luis Carandell, quien presume de no haber vuelto a un cine desde que le llevaron a uno en Barcelona, el d¨ªa de su primera comuni¨®n: "Le tom¨¦ alergia", bromea, pero su caricatura lo es de una verdad. como las burlas de Juan Benet, que acaban con la paciencia de sus amigos cineastas, que se las ven y se las desean para desenredar los aprietos dial¨¦cticos con que les envuelve su negaci¨®n de art¨ªstico a lo que hacen. Se cuenta que una vez dijo: "Escribo aposta de manera no f¨¢cil, para que vosotros, cazurros del cine, no me leais y no se os ocurra estropearme una novela con una pel¨ªcula".
Ignacio Aldecoa era un literato puro que amaba el cine. Pero, aunque su escritura compone a veces una genuina cadena secuencial -Parte de una historia oculta una pel¨ªcula de gran pureza-, nunca escribi¨® un filme. Le fascinaba que Scott Fitzgerald y William Faulkner, a los que consideraba literatos puros, se enrolaran en Hollywood, y lo atribu¨ªa a razones que ten¨ªan parad¨®jicamente su origen en la pureza de su literatura. Hacia 1965, Aldecoa habl¨® de ello en una entrevista que -y es significativo que as¨ª ocurriera- fue rechazada por dos revistas literarias de aquellos a?os: Indice e Insula, por tratar un asunto irrelevante.
Desdoblamiento loco
En esa entrevista dijo: "Scott y Faulkner eran de Estados Unidos, y el cine fue en ellos ra¨ªz de estilo en cuanto novelistas. Pero aqu¨ª, en Espa?a, si un escritor escribe pel¨ªculas, tendr¨¢ que prescindir de lo ¨²nico imprescindible: la voluntad de estilo. El cine no es parte de nuestro equipaje natural, es cultura adquirida. En este sentido me hubiera gustado nacer en Kentucky y no en ?lava". El entrevistador quiso Ponerle en un aprieto: "Pero Rafael Azcona es un literato y sin embargo hace guiones con estilo inconfundible". Aldecoa intensific¨® su sonrisa y replic¨®: "Es que Azcona es de Logro?o y, como todo el mundo sabe, Logro?o est¨¢ en Kentucky".Hace poco, en Huelva, hubo un debate entre escritores sobre la frontera entre la escritura de una novela y de un filme. Jos¨¦ Manuel Vaz de Soto dijo: "El novelista debe olvidar su novela cuando alguien la reescribe para el cine. Entre la novela y el resultado filmado hay diferencias infranqueables". Ra¨²l Guerra Garrido se acerc¨® m¨¢s: "Antes, la literatura daba formas al cine. Ahora es el cine el que abastece de formas a la literatura. Cuando ocurre lo contrario, la traslaci¨®n del lenguaje literario al del cine es siempre una traici¨®n al primero". El novelista cubano Jes¨²s D¨ªaz habl¨® desde dentro del atolladero: "Al escribir una pel¨ªcula me invade un desdoblamiento esquizofr¨¦nico".
Pero hay literatos puros desdoblados en cineastas puros. Adem¨¢s de aquellos ya citados, vemos el desdoblamiento esquizofr¨¦nico en Dashiell Hammett, Raymond Chandler, James Cain, Lillian Hellman, William Inge, James Agee, MaxweIl Anderson, William Burnett, Harold Pinter, Jean-Paul Sartre, Jim Thompson, Vlad¨ªmir Maiakovsk?, Antonin Artaud, Cliford Odets, Truman Capote, Arthur Miller. Y el censo de esquizofr¨¦nicos se agudiza cuando el literato se triplica y, adem¨¢s de escribirla, dirige la pel¨ªcula: Cocteau, Beckett, Pasolini, Handke, Mailer y algunos m¨¢s. Tan pocos aprendices de Dickens quedan que caben en los dedos de una mano, tras un siglo de brega y una ef¨ªmera armon¨ªa inicial.
Babelia
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