Regi¨®n o el paisaje forajido
He sentido una cierta desaz¨®n ante lo que los literatos han dicho de la novela Volver¨¢s a Regi¨®n, de Juan Benet, en el veinticincoavo (sic) aniversario de su publicaci¨®n. Se conoce que los centenarios y los aniversarios son malos consejeros y resultan perniciosos para las cabezas, pues estimulan sus viciosas inercias clasificatorias. Se dir¨ªa que no leen como escritores, sino como cr¨ªticos o, peor todav¨ªa, como profesores, garc¨ªadelaconchas, asignatureros. Una asignatura es el resultado del tratamiento burocr¨¢tico de un saber o de un acervo cultural -en este caso un conjunto de obras literarias-. El primer mandamiento burocr¨¢tico es clasificatorio: un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio: d¨®rico, j¨®nico, corintio... La cualidad de una obra literaria es sustituida por su valor de posici¨®n, o mejor, por valores de posici¨®n atribuidos, a semejanza de la latitud y la longitud, en una m¨¢s o menos arbitrariamente convenida ret¨ªcula clasificatoria. Y as¨ª, se han comportado como si el contenido de Volver¨¢s a Regi¨®n no consistiese en otra cosa m¨¢s que en la informaci¨®n necesaria para saber d¨®nde hay que colocar el libro en la biblioteca.La ¨²nica referencia al interior del texto, la de Javier Mar¨ªas, resulta, a despecho de sus . precauciones relativizadoras, sumariamente equivocada. Como presas de magro destinadas al consumo directo del lector, saca en relieve unas cuantas frases con sujeto universal -y predicado en presente indicativo, frascos, por tanto, ciertamente con la forma gramatical o acu?aci¨®n ling¨¹¨ªstica de las "verdades", pero en las que el valor de tales no pasa de ser esa interior virtualidad formal, un halo que las detiene y circunscribe por un momento en el ruido del relato, igual que un fuego de San Telmo en alta mar. La forma gramatical de la verdad, que tan erradamente induce a Mar¨ªas a extrapolar esas frases como "pensamientos" o aforismos, toma en el seno del inclemente flujo contextual cierto valor de campo por aplicar al caso la expresi¨®n del maestro B¨¹hler-, que la hace voluntariosa, conativa: verdades como intentos, como deseos de convicci¨®n, como vanos asideros fugazmente suscitados por la demanda de brazos desnudos que salen a agitarse, con obstinado af¨¢n de resistencia, por sobre la corriente narrativa; verdades que son ansias de un instante, contextualmente dobladas en su propio ment¨ªs. Paradigm¨¢tica de ello es la protesta del car¨¢cter, incluida en el repertorio de Mar¨ªas: "No existe el destino, es el car¨¢cter quien decide". ?C¨®mo? -se dice uno- ?Cuando ya el t¨ªtulo mismo, tan magistral y tan magistralmente incorporado al texto como el fustazo que arrea y pone en marcha todo lo que sigue haci¨¦ndolo discurrir sin detenerse hasta el final, es una bofetada de viento en la cara del car¨¢cter! ?Cuando ese "volver¨¢s", con su segunda persona de futuro y un semantema que, al igual que la predestinaci¨®n, connota antecedente (todo 'volver' se repliega sobre un 'irse'), no puede por menos que "infligir destino", por decirlo con la dr¨¢stica expresi¨®n de Walter Benjam¨ªn, a todo cuanto toca! Dentro, en efecto, toda fisonom¨ªa, todo car¨¢cter, ser¨¢n eros¨ªonados por la usura de una temporalidad malevolente. Malevolencia de un tiempo como el viento.
Desprotecci¨®n, inestabilidad, desasosiego forman el signo del cielo de Regi¨®n. Cielo que no es del sol sino del viento. Cielo del viento m¨¢s que ning¨²n otro. Los prismas de las casas no ser¨¢n definidos por un sol que se recorte en las aristas, repartiendo las caras de la sombra y las caras de la luz, sino por el viento, que hace gemir esquinas y cumbreras, igual que el arco del viol¨ªn las cuerdas.
Ventosa es la encrucijada del arranque del camino abandonado, con el letrero de la antigua prohibici¨®n, ese letrero tan malignamente escrito que no parece que nunca pueda llegar a prescribir sino refrendar siempre su vigencia en cada trance y si es preciso a costa de demudarse en p¨®stumo, como una voz que vuelve mucho despu¨¦s del fin, para advertir que nada se puede dar por terminado mientras la propia prohibici¨®n no quede confundida en el silencio y el descanso.
Y al fondo, en fin, El Monje. Como su nombre indica, encapuchado y con el rostro en sombra. Dir¨¦ por qu¨¦ lo oculta: al alcance de todos est¨¢ considerar hasta qu¨¦ punto, pongamos por ejemplo, el Fuji-Yama, la monta?a sagrada de Jap¨®n, es un dechado de reconocimiento, de aquiescencia, de legitimidad; pues bien, si del Fuji-Yama volvernos la mirada sobre El Monje, se ver¨¢ claramente c¨®mo ¨¦ste, por el contrario, est¨¢ sentado en un trono usurpatorio. La violencia de su entronizaci¨®n, no s¨¦ si m¨¢s humana o m¨¢s geol¨®gica, se extiende como un desgarro o un arrebato, como una perdurable falta de paz y de quietud, sobre todo el paisaje de Regi¨®n. Un paisaje maligno como el viento que lo azota y la prohibici¨®n que lo se?ala. Sujeto a proscripci¨®n y malandanza, tiene un permanente rictus delictivo, o sea, si se me permite la forzada aposici¨®n, como un paisaje forajido.
es escritor.(Este texto fue escrito d¨ªas antes de la muerte de Juan Benet).
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