Cr¨¦dito y credulidad
Pudiera pensarse que durante las ¨²ltimas navidades, el presidente del Gobierno nos habr¨ªa impartido, a modo de doble v¨ªnculo, dos mensajes internamente contradictorios. Por una parte, al comienzo de las fiestas, se nos dijo que ¨¦l era bien consciente del descr¨¦dito que su credibilidad personal, como consecuencia de la corrupci¨®n pol¨ªtica, estaba sufriendo. Pero, por otro lado, al final de las fiestas, se nos ha venido a decir lo contrario: que ¨¦l estaba de nuevo dispuesto a reconquistar, incluso por mayor¨ªa absoluta, todo su cr¨¦dito electoral. ?Qu¨¦ grado de credibilidad se puede atribuir a estas profec¨ªas, que tanto se cumplen como se incumplen a s¨ª mismas? ?Y qu¨¦ clase de nueva figura ret¨®rica, pol¨ªticamente persuasiva, se pretende as¨ª configurar?Puede partirse de la constataci¨®n de una evidencia: son tan abrumadoras las sospechas de corrupci¨®n pol¨ªtica que a una buena parte del electorado del PSOE le va a resultar muy dif¨ªcil votar de nuevo sus candidaturas con la conciencia tranquila. En efecto, a todo ciudadano ¨ªntegro su recta conciencia le debe impedir votar a un partido sospechoso de corrupci¨®n, al que no se debe renovar la confianza pol¨ªtica (ni, por tanto, el cr¨¦dito electoral), ni aun por miedo al caos esperable tras la llegada del PP o de la nueva CEDA al poder (instrumentalismo electoral ¨¦ste que s¨®lo significar¨ªa una muestra inadmisible de oportunista cinismo pol¨ªtico), pues ello supondr¨ªa hacerse c¨®mplice de la presunta corrupci¨®n, al avalar con el voto una ejecutoria puesta bajo sospecha.
Se alega, en contrario, por parte de quienes protestan su inocencia, que nadie puede ser considerado culpable mientras no se pruebe su delito ante los tribunales, y se recurre como jurisprudencia al precedente del caso Naseiro. Lo cual resulta jur¨ªdicamente intachable, pero pol¨ªticamente in¨²til, pues la carga de la prueba, que en derecho pertenece al acusador, en pol¨ªtica corresponde al acusado, bajo pena de ostracismo electoral: nunca se debe volver a votar a un sospechoso mientras no se demuestre palpablemente su m¨¢s completa inocencia.
Adicionalmente, se pretende distraer la atenci¨®n de las sospechas tratando de echar todas las culpas sobre las espaldas del mensajero que las anuncia, como si la prensa y la oposici¨®n fuesen m¨¢s culpables de la sospecha por sospechar que los sospechosos por causarla. Y se descarga as¨ª la propia responsabilidad sobre la irresponsabilidad pol¨ªtica de quienes se hagan eco de las sospechas al airearlas o pedir cuentas por ellas. Ahora bien, mucho mayor resulta la irresponsabilidad c¨ªvica de los ciudadanos que callan y otorgan, consintiendo as¨ª hacerse c¨®mplices de cuanto se sospecha. Y si de irresponsabilidad pol¨ªtica se trata, mayor ser¨ªa la del PSOE, al hacer posible con sus errores, si es que no con sus culpas, que advenga el caos pol¨ªtico de una nueva CEDA.
En fin, la tercera y ¨²ltima l¨ªnea de defensa parece la m¨¢s pueril, pues consiste impl¨ªcitamente en una ingenua confesi¨®n t¨¢cita. Se trata de decir: los dem¨¢s, tambi¨¦n, y t¨², m¨¢s. Pues, en efecto, toda la clase pol¨ªtica europea, y no s¨®lo la socialista o la espa?ola, est¨¢ resultando mucho m¨¢s que sospechosa, con grave deterioro de la cultura c¨ªvica y del cr¨¦dito legitimador de la democracia. Las causas objetivas que parecen explicarlo resultan variadas, a las que cabe resumir en tres, ¨ªntimamente relacionadas entre s¨ª. Ante todo, la grave incertidumbre que existe sobre el futuro de la econom¨ªa mundial (ya que ha dejado de ser una econom¨ªa de guerra, por fr¨ªa que fuera), lo que impide programar pol¨ªticas constructivas a largo plazo y prima la adopci¨®n de t¨¢cticas especulativas de cinismo pol¨ªtico, oportunistas al m¨¢s corto plazo inmediato. Despu¨¦s, la orfandad ideol¨®gica en que se han sumido los escasos militantes de unos partidos pol¨ªticos antes muy comprometidos y fanatizados, pero que ya carecen de cualquier objetivo program¨¢tico por el que luchar, fuera del inter¨¦s personal de sus miembros, hoy m¨¢s c¨®mplices que solidarios (inter¨¦s tanto m¨¢s ego¨ªsta y depredador cuanto m¨¢s descre¨ªdo y frustrado resulte el viejo ideal rom¨¢ntico). Y por ¨²ltimo, la falta de responsabilidad profesional (entendida ¨¦sta en el sentido weberiano) de una clase pol¨ªtica que, al comprometerse generacionalmente con su carrera por motivos meramente ideol¨®gicos, carece en buena medida de las dosis necesarias de rigor, solidez, firmeza y consistencia t¨¦cnica (seg¨²n glos¨® sarc¨¢sticamente Enzensberger en un memorable art¨ªculo publicado en estas p¨¢ginas). Cuando el carisma se rutiniza y se pierde la fe ideol¨®gica, los anta?o quijotes se transforman sin querer en sanchopanzas incompetentes, ineficaces y mediocres, que no saben m¨¢s que medrar (y aun. eso, muy torpemente), por mucho que camuflen su subsidio de mercenarios bajo el manto deste?ido del servicio a los descamisados.
Ahora bien, estas caracter¨ªsticas, comunes a toda la clase pol¨ªtica europea, resultan particularmente agravadas en el caso espa?ol a consecuencia, ante todo, de la inercia hist¨®rica, dada nuestra tradicional pol¨ªtica de saqueo y despojo, empe?ado en confundir el inter¨¦s p¨²blico con un coto privado de caza caciquil y depredaci¨®n clientelar. Despu¨¦s, por las graves secuelas traum¨¢ticamente causadas por una dictadura militar que se prolong¨® durante 40 a?os, a lo largo de los cuales se institucionaliz¨® cr¨®nicamente el soborno y el cohecho, abort¨¢ndose de ra¨ªz la posibilidad de que con el desarrollo econ¨®mico surgiese una sociedad civil capaz de asumir sus propias responsabilidades privadas (organizando la defensa independiente de las libertades ciudadanas) y de exigir, al mismo tiempo, responsabilidades p¨²blicas al Estado. Luego, como ha denunciado recientemente Gregorio Mor¨¢n, por la forma clandestina y falaz, a espaldas de la ciudadan¨ªa, con que se anudaron los compromisos por consenso que jalonaron la transici¨®n a la democracia, muchos de los cuales inclu¨ªan el soborno corporatista de aquellos sectores institucionales que dispon¨ªan de poder de veto. Y por ¨²ltimo, a causa de la resaca misma dejada por la transici¨®n, tras la consolidaci¨®n democr¨¢tica gestionada por el equipo socialista, que ha frustrado tantas expectativas de cambio descabelladamente abrigadas al comienzo de los a?os ochenta. Todo lo cual ha producido una ciudadan¨ªa desmovilizada, que se niega a participar en pol¨ªtica, que le echa la culpa de todos sus males al Gobierno de turno, que consiente con complicidad la pr¨¢ctica del soborno y que no sabe asumir ninguna responsabilidad c¨ªvica.
?Qu¨¦ salidas quedan? ?Hay l¨ªderes dispuestos a asumir pol¨ªticas aut¨¦nticamente regeneradoras y modernizadoras, cuya m¨¢s urgente tarea habr¨ªa de ser la de rehabilitar y restaurar la iniciativa participativa de la ciudadan¨ªa? Cabe dudarlo, pues la clase pol¨ªtica actual parece preferir los arreglos de cocina en la c¨²pula del aparato, regalando a los ciudadanos con el consuelo pueril de come y calla (es decir, aprov¨¦chate y d¨¦jame hacer a m¨ª). Por ello, si el l¨ªder socialista quiere ahora refrendar el viejo cr¨¦dito pol¨ªtico de que antes disfrutaba, lo peor que podr¨ªa hacer ser¨ªa presentarse a las elecciones rodeado de los mismos hombres del presidente que tan sospechosos resultan sin haber limpiado antes los establos de Aug¨ªas, pues ello podr¨ªa suponer algo peor que la corrupci¨®n misma, como es buscar mediante nuestros votos su encubrimiento o incluso nuestra complicidad.
Semejante t¨¢ctica de astucia pol¨ªtica (querer lavar en las urnas la sospecha de corrupci¨®n) implicar¨ªa dos falacias, a saber: los corruptos siguen siendo corruptos, aunque tengan la sanci¨®n de las urnas (igual que la pena de muerte es un crimen, aunque lo avale la opini¨®n p¨²blica), y si se vota a alguien no significa que se avale, consienta o tolere su corrupci¨®n, sino s¨®lo que a¨²n se teme m¨¢s algo quiz¨¢ peor todav¨ªa. Pero a¨²n habr¨ªa algo m¨¢s grave que una falacia, y ser¨ªa transferir a la ciudadan¨ªa una conciencia de culpabilidad que no se supiese afrontar, para que fu¨¦ramos los ciudadanos quienes carg¨¢semos con su responsabilidad.
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